El candidato Éric Zemmour fabricado ad hoc para suplantar a los Le Pen.

EL PARTIDO ULTRADERECHISTA FRANCÉS, DE DUDOSA LEALTAD A SIÓN, ERA EL ÚNICO QUE NO PROMOVÍA TAMPOCO UNA POLÍTICA DE SALVAJISMO NEOLIBERAL EN MATERIA SOCIAL. Las genuflexiones de Marine Le Pen ante el Estado de Israel tenían quizá la única finalidad de disculpar el odioso antisemitismo y racismo del padre y fundador Jean-Marie Le Pen, alguien que se permitía desvergonzadas banalizaciones del sacrosanto Holocausto. Pero dichos actos de contricción y arrepentimiento —que incluyen su expulsión del partido— no resultaron suficientes o quizá hayan sido percibidas como insinceras por parte de la oligarquía sionista que, en medio de la imbecilidad progresista universal, decide nuestro destino. En efecto, a diferencia del resto de las ultraderechas sionistas europeas, el programa de Reagrupamiento Nacional (refundación del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen), seguía ostentando maravillosas propuestas sociales de carácter proteccionista en beneficio del pueblo trabajador francés. Intolerable. Este problema había que solucionarlo ya, porque la oligarquía quiere los privilegios de un nacionalismo racista, supremacista y genocida para los judíos aunado —no se sabe cómo, pero la gente se lo come— con un neoliberalismo individualista y economicista autodestructivo para las naciones y comunidades de los gentiles (todos los «no-judíos»). La ultracatólica neoliberal Marion Maréchal Le Pen, sobrina de Marine Le Pen, se aprestaba a enmendar el ominoso pecado —de nacionalismo social gentil— proponiéndose como sustituta de su tía, pero los oligarcas, muy puntillosos en temas de pureza de sangre, han decidido cortar por lo sano con la saga Le Pen y meter una dinastía propia en el espacio electoral de la extrema derecha islamófoba gala. De manera que, si Marine Le Pen tenía alguna posibilidad de ganar las próximas presidenciales contra el abyecto lacayo de los Rothschild Emmanuel Macron, el sueño se acabó. Por cuanto no bastaba apoyar abiertamente a Macron, sino que era menester dividir el espacio político de su único rival con un candidato manchuriano de extrema derecha. Y ahí aparece de repente y oportunamente Éric Zemmour, personaje aupado por unos medios cuya propiedad oligárquica es de sobra conocida. Zemmour vendría así raudo a corregir la anomalía francesa y colocar a la ultraderecha gala en el mismo espectro que el resto de las ultraderechas occidentales actuales, a saber, las de los Trump, Boris Johnson, Bolsonaro, Abascal, AfD, etcétera. Sin embargo, ¿responde Zemmour al estereotipo que podríamos esperar? Analizaremos la cuestión.

¿QUIÉN ES ÉRIC ZEMMOUR?

A diferencia de Trump, Zemmour, el presunto Trump galo, no parece un descerebrado. La clase media francesa, más culta que la norteamericana, difícilmente soportaría las payasadas de un cómico como el ex presidente estadounidense. Tampoco parece Zemmour el habitual sionista de vergüenza ajena (ejemplos: Pilar Rahola, Salvador Sostres, Gabriel Albiac, Federico Jiménez Losantos…), pero ¿es a la postre un sionista? Quienes esperen de él las habituales loas a Israel a efectos, por ejemplo, de confirmar algún tipo de prejuicio antisemita —judío no significa automáticamente sionista— no van a llevarse demasiadas sorpresas. Zemmour, como periodista, ha manifestado algunas críticas a la política israelí, aunque más bien de tipo técnico-instrumental y no nos consta que haya cuestionado nunca los fundamentos ideológicos racistas del sionismo. Por contra, también es Zemmour quien afirma que le peuple palestinien n’existe pas, c’est une invention du KGB, et des gauchistes francais (el pueblo palestino no existe, es una invención del KGB y de los izquierdistas franceses). Sionista, pues. Pero la cosa no termina aquí.

Uno difícilmente puede resistir la tentación de enlazar algunos comentarios donde, además de determinados documentos que acreditan la existencia de Palestina ya en los años 20 del siglo pasado, se recuerda que Zemmour fue procesado por promover la deportación de los musulmanes franceses. Normalmente, en la galut, este tipo de trabajos islamófobos sucios cuyo ejemplo más relevante es Srebrenica o Markale, quedan reservados a abyectos sionistas cristianos que luego serán encarcelados e incluso ejecutados bajo la acusación de «nazis»; verbi gratia, el mismo tipo de «nazi» antifascista amante de Israel (¿?) que se retrató en la masacre de Noruega. Pero Zemmour, sabedor de que nunca resultará condenado en firme (¡¡¡el Tribubal de Casación anuló la sentencia!!!), es alguien que propone abiertamente la perpetración de un crimen de lesa humanidad tipificado en el juicio de Nüremberg (acuerdo de Londres, 8 de agosto de 1945, que estableció el Estatuto del Tribunal) y no pasa nada. La misma libertad de expresión (¿?) que, en una supuesta democracia y con penas de cárcel (ley Gayssot), prohíbe cuestionar el relato oficial sobre el Holocausto, autoriza a instigar a la comisión de crímenes de masas contra los musulmanes («islamofascistas» sería la palabra políticamente correcta). Porque, en efecto, si Israel puede —con total impunidad—, ¿por qué no habría de poder en la galut el judío Zemmour?

La segunda cuestión: ¿es Zemmour un neoliberal? No, al contrario. Como Trump antes de llegar al poder, cuestiona la globalización y defiende un neo-proteccionismo económico nacionalista. Aquí resumiremos el asunto con una cita de la Wikipedia:

Éric Zemmour (Montreuil, 31 de agosto de 1958) es un periodista político, escritor, ensayista, columnista y polemista francés que se define bonapartista y gaullista, mientras que sus oponentes lo consideran de extrema derecha. Es famoso por sus posiciones conservadoras, soberanistas, en favor del nacionalismo económico, en contra del liberalismo y de la inmigración, así como por las numerosas controversias en las que se ha visto envuelto. Con la publicación de Le Suicide français en 2014, un libro por el que fue galardonado con el Premio Combourg-Chateaubriand al año siguiente, ganó popularidad fuera de Francia. También recibió el Premio Richelieu en 2011 por toda su carrera como periodista. (…) E. Zemmour considera que la pérdida de soberanía de Francia sobre su moneda (con la creación del Euro y la independencia del Banco central europeo) y sus fronteras es la causa de la desindustrialización del país, del déficit comercial y de la deuda pública. Preconiza defender los intereses de la Unión Europea con un «Buy European Act» para favorecer las Pymes y empresas de la UE frente a la competencia mundial, considerada desleal. / Haciendo referencia al colbertismo como modelo a seguir, defiende la concepción de un plan industrial nacional con el fin de garantizar la existencia de sectores estratégicos, los cuales serán organizados, protegidos e impulsados por el Estado con la colaboración del sector privado. Está política industrial tiene como ambición asegurar la independencia de la nación para hacer frente a posibles catástrofes, como lo ilustró las controversias sobre las dificultades de la Unión Europea en la producción de mascarillas o la creación de una vacuna para luchar contra la pandemia de COVID-19 desde el año 2020. / En términos fiscales, preconiza la bajada de impuestos sobre la producción y las sociedades, convirtiéndolos en un impuesto progresivo. También la exoneración para las donaciones de empresas a sus descendientes o empleados antes de los 60 años del emprendedor con el objetivo de perennizar y reforzar el tejido de Pymes. / Respeto al consumo de los hogares e individuales, apela en la concienciación de la población para consumir preferentemente local y nacional para proteger el tejido económico y sus productores. Añade que el consumo a menor coste de productos importados de Asia, además de favorecer el empobrecimiento de las clases media y baja del país debido a la deslocalización de fábricas para producir barato en países sin reglamento del derecho laboral, genera externalidades negativas sobre el medioambiente.

Nada que desde un nacionalismo social pueda ser cuestionado de raíz.

NUESTRAS DUDAS SOBRE ZEMMOUR

Con Zemmour ocurre algo muy parecido a Trump. Su programa va destinado al tipo de electorado —trabajadores nacionales— que apoyaría una política proteccionista y patriótica de izquierda nacional, pero otra cosa es lo que sucede cuando estos candidatos-trampa de la oligarquía llegan al poder. Su política real, la mañana siguiente de las votaciones, no se corresponde con las promesas electorales, un fraude tan viejo como la existencia de la «democracia liberal» y de candidatos demagogos amarillistas al servicio de los de siempre. Personajes infames que, además, dejan tras de sí, no sólo las heridas del engaño y la decepción, sino el descrédito, por anticipado, de los verdaderos candidatos de izquierda nacional, por no hablar de las ideas mismas, nacionalistas y socialistas, asociadas a la imagen de estos impostores. ¿Será Zemmour un nuevo Trump, cuya gestión económica sólo favoreció a los superricos de su país e Israel? No podemos saberlo, pero el sionismo del perfil, tan calculado en todo lo demás como en el caso de Trump, ya augura (¡¡¡el algodón no engaña!!!) aquéllo que del judío Zemmour podemos esperar.

Figueres, la Marca Hispànica, 12 de octubre de 2021.

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