«Seguimos la Biblia hasta el final» (Donald J. Trump).

EL PRÓXIMO MES DE DICIEMBRE TRESCIENTAS MIL PERSONAS PODRÍAN HABER SIDO YA EXTERMINADAS POR EL PRESIDENTE DE LOS EEUU. SE HACEN REALIDAD LAS PROFECÍAS BÍBLICAS QUE EL PROPIO TRUMP ANUNCIÓ EN MARZO. ¿Nos hallamos ante un genocidio? El 40% de los fallecidos eran residentes de geriátricos. Ancianos, pobres y negros constituyen las víctimas principales de este crimen de lesa humanidad. En un país con el triple de población que EEUU, a saber, China, el número de fallecidos por la Covid-19 se cifra en 5.000 personas: el Estado chino ha amparado a su población. Por demografía y desarrollo económico, a los Estados Unidos les correspondería una cifra de fallecidos muy inferior a China. El resto —y van a superar de largo los 200.000 muertos— son el resultado de la deliberada política oligárquica de Donald J. Trump. Pero la prensa corporativa del sistema, situada supuestamente en sus antípodas políticas, resulta a la postre harto mesurada en sus críticas al mandatario. Más sorprendente todavía es que Trump siga contando con correligionarios e incluso imitadores dentro y fuera del país. En Brasil, Jair Bolsonaro, un criminal que suma 138.105 víctimas. En el Reino Unido, Boris Johnson, a la cabeza de los índices europeos de mortalidad con 41.951 víctimas. En España, quiero y no puedo, Santiago Abascal ha hecho todo lo posible por propagar la pandemia, sin demasiado éxito. Pero Isabel Díaz Ayuso, otra neocon sionista de la misma logia que José María Aznar —como todos los politicastros citados—, ya se encarga de matar gente en su lugar. 

LOS PAÍSES CON MÁS VÍCTIMAS DE COVID-19 ESTÁN MANDATADOS POR FUNDAMENTALISTAS BÍBLICOS COMO SANTIAGO ABASCAL

EL GENOCIDIO DE TRUMP

En su artículo «La respuesta de Trump fue más que incompetente» (El País, 12 de septiembre de 2020), el premio Nobel de economía Paul Krugman sostiene que Trump ha cometido, si no un asesinato, al menos un delito de homicidio imprudente:

Hasta esta semana, pensaba que la desastrosa manera en que Donald Trump ha gestionado la covid-19 se debía básicamente a la negligencia, incluso si esa negligencia era intencionada, es decir, que no entendía la gravedad de la amenaza porque no quería enterarse y se negó a tomar medidas que podrían haber salvado miles de vidas estadounidenses, porque la política eficaz no es realmente lo suyo. / Pero me equivocaba. Según el nuevo libro de Bob Woodward, Rage, Trump no era ajeno a lo que pasaba; a principios de febrero ya sabía que la covid-19 era mortal y se transmitía por el aire. Y este no es un caso de recuerdos contradictorios: Woodward ha grabado a Trump. No obstante, Trump siguió celebrando mítines multitudinarios en espacios cerrados, menospreciando las medidas cautelares y presionando a los Estados para que reanudaran la actividad económica a pesar del riesgo de contagio. Y sigue haciendo lo mismo, incluso ahora. En otras palabras, un gran porcentaje de los más de 200.000 estadounidenses que seguramente morirán de covid-19 antes del día de las elecciones habrán sido víctimas de algo mucho peor que la mera negligencia.

Pero, si leemos atentamente el argumento de Krugman, la acusación formal de homicidio imprudente antójase demasiado tibia y no se compadece con otros artículos del mismo autor como «Morir para salvar el Dow Jones», de 23 de mayo de 2020:

Entonces, ¿por qué Trump y sus amigos tienen tantas ganas de arriesgarse a que la cifra de muertos se eleve mucho más? La respuesta, sin duda, es que están volviendo a las andadas. En las primeras fases de esta pandemia, Trump y la derecha en general restaron importancia a la amenaza porque no querían perjudicar las cotizaciones bursátiles. Ahora están presionando para que se ponga fin prematuramente al confinamiento porque imaginan que eso volverá a hacer que las acciones suban otra vez.

Trump con rabinos de la secta supremacista judía Chabad Lubavitch.

Si esto fuera verdad, quizá no tendríamos un delito de genocidio, pero sí un crimen de lesa humanidad. Sin embargo, a tenor de los razonamientos aportados por otros analistas, la imputación de genocidio no puede descartarse. Es el caso de Bernard E. Harcourt en su artículo «Cae la contrarrevolución en Estados Unidos» (El País, 11 de junio de 2020):

Trump fue demasiado transparente sobre sus deseos. En una reunión con los gobernadores reclamó expresamente medidas militares y el “dominio total” del campo de batalla para erradicar a los manifestantes —a los que tachó de “terroristas”—, condenas de cárcel de hasta “10 años” e imponer, en la práctica, “una fuerza de ocupación” en las ciudades estadounidenses. / Trump puso al frente al jefe del Estado Mayor Conjunto y al militar de más alto rango de las fuerzas armadas, el general Mark A. Milley. El presidente insistió muchas veces en la necesidad de “dominar” el campo de batalla. “La palabra es dominar”, subrayó. “Si no domináis vuestras ciudades y vuestros Estados, os los arrebatarán”. En Washington, aseguró, “dominaremos por completo”. / “Me gustaría una fuerza de ocupación allí”, declaró Trump. Y su secretario de Defensa, Mark Esper, se apresuró a añadir: “Estoy de acuerdo, tenemos que dominar el campo de batalla”. / Ese mismo día, Trump movilizó a la policía militar y un helicóptero Black Hawk del ejército para controlar a unos manifestantes pacíficos, y desplegó la 82ª División Aerotransportada en Washington. Después de que se arrojaran gases lacrimógenos y se dispararan balas de goma contra ellos, para despejar el camino y hacerse su escandalosa foto, Trump desfiló con su general de más alto rango y su secretario de Defensa al lado; el general Milley llevaba uniforme de combate.

Según Harcourt, la clave para interpretar la política de Trump iría más allá de su evidente interés en favorecer a la oligarquía financiera. Para decirlo brevemente, con Trump la oligarquía financiera comienza a aniquilar la propia población del país. ¿Y que otra cosa hace el virus? Hay que cruzar los datos de la pandemia —provocada y consentida— con los de los asesinatos de ciudadanos negros por la policía y el ataque militar a los manifestantes.  Aquéllo que calla Harcourt pero añadimos nosotros es que Trump reproduce en Estados Unidos el modelo político de relaciones entre israelíes y palestinos implementado en el Estado de Israel bajo Benjamín Netantayu. Estaríamos así ante una «palestinización» de los trabajadores estadounidenses. El nexo lógico que vincula el concepto de estatus socio-económico y religión es la creencia cristiano-evangélica (calvinista) de que la riqueza constituye un signo de elección divina y el pobre no es sólo pobre, sino, ante todo, pecador. En la miseria material expresaríase, por tanto, la decisión de Dios y su voluntad —completamente gratuita e incomprensible— de condenación eterna de los no-elegidos por él. Esta predestinación a la salvación o a la condenación no se basa en los méritos o deméritos morales del afectado, sino en la soberana preferencia de Yahvé, el sentido o valor de cuyo conatus volitivo resulta inescrutable para los mortales. El rico, en efecto, puede ser un perfecto canalla y, con frecuencia, lo es; pero si es rico, está salvado. Doctrina que constituye un pozo de coartadas para la práctica de la corrupción y el crimen —incluida la pederastia— que caracteriza la forma de vida de la oligarquía usurero-parasitaria occidental desde Epstein a Madoff.

Si a alguien le quedaran aún dudas de que Trump sirve a Wall Street, es decir, a la oligarquía financiera en detrimento de los trabajadores norteamericanos, blancos, amarillos o negros, le recomendamos la lectura del artículo de Krugman «Se disparan las Bolsas… y la miseria», publicado en El País el 20 de agosto de 2020. Con la única reserva de que el autor no penetra, por las razones que fuere (Krugman es judío), en el significado político-religioso del fenómeno económico analizado:

Se disparan las Bolsas… y la miseria

Los precios bursátiles están bastante desconectados de cosas como el empleo o incluso el producto interior bruto

PAUL KRUGMAN

22 AGO 2020 – 00:30 CEST

El martes, el índice bursátil S&P 500 alcanzaba un máximo histórico. Al día siguiente, Apple se convertía en la primera empresa estadounidense con una valoración bursátil superior a los dos billones de dólares. Y cómo no, Donald Trump presenta las Bolsas como prueba de que la economía se ha recuperado del coronavirus; lástima que fallecieran 173.000 estadounidenses, pero como él dice, “es lo que hay”.

Sin embargo, a los millones de trabajadores que aún no han recuperado el empleo y que acaban de sufrir un recorte en las prestaciones, probablemente no les parezca que la economía vaya tan bien. La prestación adicional de 600 dólares semanales aprobada en marzo para los parados ha expirado, y lo que Trump ha propuesto para sustituirla es básicamente una broma de mal gusto.

Incluso antes de que se recortara la ayuda, el número de padres que se quejaban de pasarlo mal para dar de comer a sus hijos aumentaba a toda velocidad. Y seguramente, esa cifra va a dispararse en las próximas semanas. Además, estamos a punto de ver una enorme oleada de desahucios, porque las familias ya no ingresan dinero suficiente para pagar el alquiler y porque, al igual que las prestaciones complementarias por desempleo, la prohibición temporal de los desahucios acaba de expirar.

¿Pero cómo es posible que exista semejante desconexión entre los precios bursátiles en alza y este aumento de la penuria? Los tipos de Wall Street, a los que les encantan las sopas de letras, hablan de una “recuperación en forma de K”: subida de los valores bursátiles y de la riqueza individual en la parte superior, y bajada de los ingresos y agravamiento del sufrimiento en la inferior. Pero eso es solo una descripción, no una explicación. ¿Qué está sucediendo?

Lo primero que debemos señalar es que la economía real, a diferencia de los mercados financieros, sigue en muy mal estado. El índice económico semanal publicado por la Reserva Federal da a entender que, a pesar de haber tocado fondo hace ya unos meses, la economía sigue estando más profundamente deprimida que en cualquier momento de la crisis de 2008. Y esta vez, las pérdidas de empleo se concentran entre los trabajadores peor remunerados, es decir, aquellos estadounidenses que carecen de recursos económicos.

¿Y qué hay de las Bolsas? Lo cierto es que las cotizaciones bursátiles nunca han estado estrechamente ligadas al estado de la economía. Como dice un viejo chiste de economistas, el mercado ha pronosticado nueve de las últimas cinco recesiones.

Es verdad que a las Bolsas les afectan las crisis financieras pero los precios bursátiles están bastante desconectados de cosas como el nivel de empleo o incluso el PIB. Y en los tiempos que corren, la desconexión es aún mayor de lo habitual, porque la reciente subida del mercado ha estado guiada por un pequeño número de gigantes tecnológicos. Y los valores bursátiles de estas empresas guardan muy poca relación con los beneficios actuales de las mismas, y mucho menos con el estado de la economía en general. Tienen que ver más bien con las percepciones que los inversores tienen de un futuro bastante distante.

Tomemos como ejemplo Apple y su valoración: tiene aproximadamente una relación precio-beneficio —es decir, la relación entre su valoración bursátil y los beneficios— de 33. Una forma de interpretar esa cifra es que solo en torno a un 3% del valor que los inversores asignan a la empresa refleja la cantidad de dinero que esperan que esta gane a lo largo del próximo año. Mientras prevean que Apple seguirá siendo rentable dentro de varios años, les importa muy poco lo que pueda ocurrir con la economía estadounidense en los próximos trimestres.

Es más, los beneficios que los inversores prevén que Apple obtendrá dentro de unos años influyen especialmente en este caso porque, a fin de cuentas, ¿en qué otra parte van a invertir su dinero? La rentabilidad de la deuda pública estadounidense, por ejemplo, está muy por debajo de la tasa de inflación prevista. Y la valoración bursátil de Apple es de hecho menos extrema que la de otros gigantes tecnológicos, como Amazon o Netflix. De modo que a las acciones de las grandes tecnológicas —y a sus propietarios— les va muy bien porque los inversores creen que obtendrán buenos resultados a largo plazo. La depresión económica importa muy poco.

Por desgracia, los estadounidenses de a pie reciben muy pocos ingresos derivados del incremento del patrimonio, y no pueden vivir de las buenas proyecciones acerca de sus perspectivas futuras. Decirle al casero que no se preocupe por nuestra incapacidad actual de pagar el alquiler, porque sin duda dentro de cinco años tendremos un trabajo buenísimo, no nos llevará a ninguna parte, o más exactamente, servirá para que nos pongan de patitas en la calle.

Así que esta es la situación actual en Estados Unidos: el desempleo es extremadamente elevado en gran medida porque Trump y sus aliados se negaron primero a tomarse en serio el coronavirus y después presionaron para reabrir prematuramente la economía, en un país que no cumplía ninguna de las condiciones para reanudar la actividad. E incluso ahora se niegan a asumir estrategias de protección básicas, como imponer las mascarillas.

A pesar de este fracaso épico, la ayuda federal mantuvo durante meses a flote a los desempleados, y eso permitió evitar una catástrofe tanto humanitaria como económica. Pero ahora esa ayuda ha expirado, y Trump y sus aliados se toman el desastre económico inminente tan poco en serio como se tomaron antes el desastre epidemiológico inminente.

De modo que todo indica que, aunque la pandemia remita, lo cual no está ni mucho menos garantizado, estamos a punto de sufrir un enorme aumento de la pobreza nacional. Pero las Bolsas suben. ¿Por qué, exactamente, tendríamos que preocuparnos?

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020

Traducción de News Clips.

Fuente: https://elpais.com/economia/2020-08-21/se-disparan-las-bolsas-y-la-miseria.html

De manera que, mientras los ultras claman contra Bill Gates y erigen a Trump como adalid de los trabajadores maltratados por las presuntas élites progres, el demagogo republicano engorda todavía más las cuentas de beneficios de Microsoft. Las políticas de Trump, empero, no pueden explicarse en términos puramente socioeconómicos —ni tampoco desde la vulgata marxista al uso—: hay que recoger, por supuesto, los no pocos elementos válidos de la crítica de izquierdas en general, pero es menester, acto seguido, ir más allá y, por cierto, hasta un terreno que sólo pisaron el nacional-socialismo y el fascismo, a los que el tiempo ha dado, en parte, la razón.

UN PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA AFIRMA QUE EL JUDÍO SIONISTA JARED KUSHNER ES QUIEN MANDA EN LA CASA BLANCA

LA OLIGARQUÍA JUDEO-CRISTIANA Y LAS NACIONES GENTILES

Un día crucial para interpretar el fenómeno que nos ocupa fue precisamente aquél 1 de junio en que el presidente Trump ordenó gasear a manifestantes pacíficos para, según afirmó sin empacho, dominar la ciudad y erigir, en un enclave simbólico —la iglesia de Saint John—, la imagen de la Biblia como seña de identidad de su agenda política apocalíptica:

El lunes por la tarde, unos minutos antes del toque de queda en la ciudad de Washington —fijado a las 19.00—, Donald Trump se dirigía al pueblo estadounidense para defender las protestas contra el racismo, pero también para enviar un mensaje de mano dura contra la derivada violenta de esta movilización, iniciada a raíz de un dramático caso de brutalidad policial en Minneapolis y extendida a todo el país. Desde los jardines de la Casa Blanca, afirmó: “Lucharé por protegeros, soy vuestro presidente de la ley y el orden, un aliado de todos los manifestantes pacíficos, pero en los últimos días nuestra nación está siendo atacada por anarquistas profesionales, gánsteres violentos, saqueadores…”. / Y prácticamente al mismo tiempo que hablaba, agentes de la policía y soldados reservistas de la Guardia Nacional dispersaban violentamente con gas lacrimógeno una concentración pacífica que tenía lugar frente a la residencia presidencial. Así, desbloquearon el camino para que el mandatario pudiese caminar desde su residencia hasta la histórica iglesia de Saint John, dañada por el fuego la noche del domingo en el fragor de las protestas y conocido como “el templo de los presidentes” porque allí van los líderes del país a rezar desde 1816. / Junto a su hija y asesora, Ivanka, posó frente a la iglesia durante unos minutos con una Biblia en la mano, despertando críticas de varios líderes religiosos, empezando por Mariann E. Budde, la obispo de la diócesis episcopal de Washington DC. / El interés por controlar el ciclo informativo tras un fin de semana aciago, marcado por los disturbios y la noticia de que se había refugiado un rato del viernes en el búnker subterráneo construido para casos de ataque en la Casa Blanca, llevaron al empeño de Trump en hacerse esa fotografía, según la reconstrucción que ha hecho la prensa estadounidense con datos de fuentes anónimas de la Administración. / Según The New York Times, el plan para hacer una demostración personal de firmeza nació de la mano de Ivanka Trump y fue diseñado con más detalle en una reunión en la que participó también Jared Kushner, esposo de esta y también asesor de la Casa Blanca.

No cabe le menor duda sobre el fuerte carácter simbólico —y no sólo propagandístico— de la actuación de Trump, pero conviene recordar, a tales efectos y para una correcta hermenéutica de los hechos, que dicha escena fue diseñada por el judío sionista Jared Kushner y su esposa —e hija del presidente convertida al judaísmo— Ivanka Trump, quienes, a su vez, son las personas que mandan realmente en la Casa Blanca. Una circunstancia que hemos ya acreditado en otro artículo de CARRER LA MARCA y sobre la que no vamos a abundar más aquí.

Trump con Kushner e Ivanka en una ceremonia de Chabad Lubavitch.

Trump ha sabido venderse ante los electores como un defensor del pueblo trabajador blanco, bíblico y tradicional, frente a unas élites progres ateas, inmorales y satánicas (conspiración QAnon), cuando en realidad es el candidato de la oligarquía financiera, de ideología judeo-cristiana, contra los gentiles. Esas élites progres constituyen una pura invención, un fake news ideològico descomunal, porque no existieron nunca. De ahí que la política real de Trump esté favoreciendo desvergonzadamente a Wall Street y cobrándose, al mismo tiempo, la vida de los mismos trabajadores blancos que le han votado. Trump atiza el fuego del supremacismo blanco porque necesita dividir al pueblo y contar con un electorado que le apoye, pero su verdadero racismo es teológico, bíblico, sionista cristiano (evangélico) y judío, es decir, antifascista de derechas, no nacional-socialista ni, mucho menos, fascista. Para perpetrar el fraude en cuestión cuenta Trump con el apoyo de los mismos medios de comunicación oligárquicos —de propiedad judía— que le acusan de neonazi. Con esto se asegura Trump el voto que necesita y la oligarquía mantiene al judaísmo fuera de la visibilidad pública pero controlando ambos extremos de la polaridad: antifascistas de izquierdas, por un lado, y presuntos racistas blancos de ultraderecha («fascistas»), por otro.  Así las cosas, lo que en realidad está en juego es el cumplimiento de la profecía supremacista judía de la que una eminencia tan poco sospechosa de fascismo o nazismo como Marx Weber, padre de la sociología, levantó acta a principios del siglo XX para escarnio de todos los que se burlan de la denostada teoría de la conspiración.

EL JUDAÍSMO Y LA ESCLAVIZACIÓN DE LOS GENTILES SEGÚN MAX WEBER

FUNDAMENTOS RACIONALES DE LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN

Algunos ingenuos creen que internet está fuera del control de la oligarquía. Sin embargo, precisamente esa creencia es la que permite moldear el corazón de las masas colonizando los supuestos lugares de la oposición libre («yo soy la resistencia») para allí desplegar las estrategias más osadas al servicio de la propia oligarquía. En efecto, la oligarquía intoxica esos sitios con descabelladas «teorías de la conspiración», todas ellas ridículas y delirantes, con un único fin: hundir en el bochorno la resistencia anti-oligárquica, encubrir la verdadera conspiración y dejar en la picota toda teoría de la conspiración en cuanto tal. La oligarquía financiera, a la que Trump, como un estúpido payaso cruel, obedece gracias al buen hacer de Jared Kushner e Ivanka Trump, está muy interesada en hacerle creer a la gente (=gentiles) que las malvadas élites son ateas, racionalistas, illuminati, satánicas y, consecuentemente, de izquierdas. Para combartirlas habría, por tanto, que convertirse en creyente y cristiano fundamentalista —la figura del tarado bíblico por excelencia—, y apoyar a demagogos canallas de derechas como Donald J. Trump. En suma, la élite promueve, entre sus víctimas, la propia ideología oligárquica —el judeo-cristianismo— que las conducirá a la esclavitud o el exterminio. En efecto, internet fija el suelo sociológico que sustentará a sus candidatos en calidad de presuntos héroes anti-sistema. La verdad es que esos candidatos, y el caso de Trump resulta paradigmático al respecto, representan todo lo contrario de aquéllo que dicen ser. 

¿Qué es QAnon? / QAnon es una teoría de la conspiración de internet sin fundamentos cuyos seguidores creen que el mundo está dominado por una sociedad secreta formada por demócratas adoradores de Satán, famosos de Hollywood y multimillonarios que fomentan la pedofilia, el tráfico de personas y que extraen una sustancia química de la sangre de los niños que han sido abusados y que supuestamente les alarga la vida. Los seguidores de QAnon creen que Donald Trump está llevando a cabo una batalla secreta contra este grupo y su «estado profundo» de colaboradores para sacar a la luz a los malhechores y enviarlos a todos a la prisión de Guantánamo. / Existen muchos relatos dentro de la narrativa QAnon y todos son igual de inverosímiles e infundados. Incluso hay tramas secundarias que aseguran que John F. Kennedy Jr. está vivo (no lo está), que la familia Rothschild controla todos los bancos (no es cierto) y que la tienda de muebles Wayfair vende niños en su página web (no lo hace). Hillary Clinton, Barack Obama, George Soros, Bill Gates, Tom Hanks, Oprah Winfrey, Chrissy Teigen y el papa Francisco son solo algunas de las personas que los seguidores de QAnon han designado como villanos de su realidad alternativa.

Fuente: https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/claves-qanon-teoria-conspiracion-lucha-grupo-democratas-pedofilos-satanicos_1_6185325.html

Además de QAnon existen otras muchas «teorías» de la conspiración, a cual más absurda, y todas ellas absolutamente carentes de fundamento. Es cierto que la oligarquía perpetra abusos sexuales, incluso con niños, pero no porque sea satánica, sino precisamente porque es judeo-cristiana. ¿Tenemos que recordar aquí los miles de delitos de pedofilia perpetrados por sacerdotes católicos, pastores evangélicos y rabinos judíos? Sólo un cretino creería que uno necesita ser satánico para cometer este tipo de crímenes. En la Biblia, y basta leerla para verificar nuestra pretensión, las peores fechorías son las del propio Yahvé, el dios judeo-cristiano, mientras que el demonio —Lucifer, el portador de la luz— es presentado, ya en el Libro del Génesis, como defensor de la ciencia, la libertad y la distinción entre el bien y el mal, criterio moral que los venturosos habitantes del paraíso terrenal desconocen antes de la diabólica tentación de la serpiente. El mal está, pues, en el meollo ideológico de la propia Biblia, cuyo dios ordena —por ejemplo en el Libro de Josué— el exterminio de poblaciones enteras, incluidos los bebés. Si para los creyentes judeo-cristianos es lícito asesinar a los niños de pecho, ¿cómo no van a poder abusar sexualmente, siempre en nombre de Dios, de los gentiles menores de edad? Volvamos ahora al artículo de Harcourt:

El paseo de Trump fue la culminación de varios decenios de transformación de la política estadounidense. En The Counterrevolution. How Our Government Went to War Against Its Own Citizens (Hachette, 2018) expliqué cómo han cambiado los líderes estadounidenses su forma de gobernar desde el 11-S. En el libro demostraba que la acción policial hipermilitarizada en todo el país no es mera consecuencia de los programas de compras del Departamento de Defensa, que han repartido material militar de Irak y Afganistán por valor de miles de millones de dólares entre fuerzas de policía de ciudades pequeñas, sino que refleja un largo proceso en el que se han trasladado a la política nacional los métodos y la lógica de la contrainsurgencia en las guerras de Irak y Afganistán. / De hecho, la policía hipermilitarizada ya forma parte, para los estadounidenses, de una nueva forma de gobernarnos a nosotros mismos, dentro y fuera del país, de acuerdo con las reglas de esa guerra contra la insurgencia. Se trata de una transformación política crucial: no es un paso del Estado de derecho a un estado de excepción, como sugirieron Giorgio Agamben y otros después del 11-S, sino de un modelo de gobierno basado en la guerra a gran escala a otro basado en tácticas de la contrainsurgencia. Varios de sus aspectos fundamentales se remontan a sus primeros estrategas, jefes militares franceses en Indochina y Argelia como Roger Trinquier, David Galula y Paul Aussaresses, que perfeccionaron ese nuevo estilo de guerra no convencional denominada la guerre moderne.

Es la guerra, sí, pero de la oligarquía contra el pueblo de la nación, de los de arriba contra los de abajo, de los ricos contra los pobres; y también —hete aquí el dato asaz más revelador que permite completar el puzzle interpretativo— la guerra de la élite (los «elegidos») contra la gente (los «gentiles»). En definitiva, Trump perpetra de manera consciente el anatema o herem veterotestamentario, es decir, la conflagración final entre los judeo-cristianos sionistas y los estigmatizados como infieles y condenados a los ojos del dios tribal bíblico Yahvé de los Ejércitos. (Aunque esta parte de la cuestión, claro está, ya no se atreve a exponerla Harcourt). Los adeptos y adictos a las falsas «teorías» de la conspiración deberían empezar a reflexionar sobre cuál es la auténtica conspiración y quiénes son los enemigos a los que el pueblo trabajador y las naciones todas deben derrotar. Si las 200.000 víctimas estadounidenses de Trump no les abren por fin los ojos, ya nada lo hará.  

Figueres, la Marca Hispànica, 24 de septiembre de 2020

ÉLITE GLOBALISTA: ¿DE DERECHAS O DE IZQUIERDAS?

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