Pancarta en solidaridad con la ultraderechista católica Cassandre Fristot, procesada por utilizar el interrogativo «qui?» junto a una lista de apellidos de políticos e intelectuales judíos como culpables de la pandemia.

LA DIABOLIZACIÓN RELIGIOSA E INDISCRIMINADA DE LOS JUDÍOS CONTAMINA TODA CRÍTICA RACIONAL DE LAS ATROCIDADES PERPETRADAS POR LA OLIGARQUÍA FINANCIERA. El cristianismo del Nuevo Testamento, tan antisemita cuan semita en su profusa e infantil fantasía religiosa, procede de una secta judía (los nazarenos) que enseña a los believers (creyentes) gentiles (no-judíos) la hermandad cosmopolita de especie (el concepto mismo de humanidad apátrida), el amor a los enemigos —incluidos, por supuesto, los oligarcas judíos Rothschild, Warburg, Baruch…— y, sobre todo, el pacifismo buenista consistente en mostrarle la otra mejilla al que te abofetea. ¡¡¡Y obsequiar al que te roba —esta parte del precepto acostumbra a olvidarse— con todas tus pertenencias!!! Mas a vosotros los que oís, digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Y al que te hiriere en la mejilla, dale también la otra; y al que te quitare la capa, ni aun el sayo le defiendas (Lucas 6:27-31). Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado (Mateo 13:12). Para un opresor, nada más rentable que imbuir una ética del amor y la no-violencia, y encima dadivosa, entre sus explotados y oprimidos. Judea no pudo derrotar nunca a las legiones romanas en el campo de batalla, pero corroyó desde dentro su espíritu combativo y patriótico propalando las mentiras características del arsenal estupefaciente utópico-profético, letal arma judía contra las naciones (goyim). Las presuntas aportaciones morales positivas del cristianismo, que haberlas haylas, fueron en realidad anticipadas por filósofos paganos arios hostiles a la crueldad como, verbi gratia, Sócrates, los estoicos o Buda. Cuando el cristianismo se adjudica dichas ideas incurre, pues, en un plagio. Por lo que respecta a las lacras cristianas —predominantes en un corpus doctrinal de carácter intolerante, sádico, irracionalista, individualista, anti-natural y anti-nacionalista—, constituyen la antesala histórica de la globalización liberal. En efecto, el liberalismo mundializante contemporáneo representa la secularización del cristianismo neotestamentario, que el pseudo romano catolicismo (de katholon, «universal» en griego) incubó pacientemente a lo largo de la Edad Media: Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa (Gálatas, 3:27-29). La primera globalización, anterior incluso al liberalismo, fue católica y española. Resultaría por tanto harto ingenuo emprender un combate contra el sionismo —nacionalismo judío racista, supremacista y genocida— desde los planteamientos axiológicos cristiano-liberales, pero también desde los ultracatólicos de la extrema derecha antisemita. El cristianismo neotestamentario favorece la disolución liberal de los pueblos, mientras que el veterotestamentario fomenta la producción de clones gentiles supremacistas del «pueblo escogido» como el nazismo cristiano o el colonialismo anglosajón de EEUU y Reino Unido (New Israel), actuales aliados occidentales de Sion (sionismo cristiano) [Véase Stephen Sizer: Sionismo cristiano. ¿Hoja de ruta a Armagedón?] El racismo supremacista blanco en regímenes liberales como el estadounidense o el colonial británico, por citar dos ejemplos extremos dentro de una voluminosa casuístuica, no se detectó nunca entre los griegos, los romanos o los germanos paganos y ostenta un inconfundible parecido judaico de familia (véase Domenico Losurdo: Contrahistoria del liberalismo, Barcelona, El Viejo Topo, 2007). Así las cosas, el antisemitismo cristiano —un judaísmo invertido y vuelto reactivamente contra los propios judíos (véase André Gaillard: Les racines judaïques de l’antisemitisme o Le judaïsme et l’invention du racisme culturel)— no sólo victimiza a los criminales sionistas, favoreciendo su blindaje legal contra toda crítica, sino que, con su irracionalidad incriminatoria —los judíos serían culpables de cualquier cosa por el simple hecho de ser judíos— e irrisoria imaginería exorcista, reduce de antemano al ridículo la legítima pretensión ilustrada y democrática de cuestionar los planes criminales de la oligarquía financiera. Los cuales, en consecuencia, vense a la postre favorecidos por ese venenoso ideario bíblico que cristianos y judíos comparten; y que oponen, como un bloque, al ideario europeo pre-cristiano, a saber, aquel que acunó los pilares institucionales de la Modernidad: democracia, filosofía, racionalidad, ilustración, ciencia, arte y valores éticos trágico-heroicos. El antisemita le hace así el trabajo sucio —y gratis— a la oligarquía sionista. Dicho esto, el caso de Cassandre Fristot resulta muy ilustrativo del grado de represión existente en materias que, como la libertad de expresión y desde las caricaturas de Mahoma o el caso Salman Rushdie, serían presuntamente sagradas en el mundo occidental. Pero Occidente no es una «democracia», sino un sistema liberal capitalista concebido, desde sus inicios decimonónicos, para garantizar el poder de los ricos frente al temido expolio legal democrático de unas masas mucho más numerosas. Dispositivo represivo que ha ido evolucionando hacia una cada vez más desvergonzada dictadura de la banca, a la cual le cuesta ocultar el papel reservado al «pueblo escogido», desde tiempos de los primeros Rothschild, en cuanto meollo ideológico de su proyecto de dominación mundial.

Obsérvense los cuernos luciferinos atribuidos a los Rothschild, Fabius, Attali, Buzyn, Attal, Véran, BFMdrahi, Macron, Salomon, Soros, K. Schwab, B.H.L, Ferguson…

EL CASO CASSANDRE FRISTOT

En la pancarta incriminada (véase supra) no se observa ninguna referencia explícita a «los judíos«. De hecho, colócase en el centro del cartel a un tal Macron, que no es judío a pesar de su vinculación —pública y notoria— con los Rothschild, lo que convierte esta lista de Schlinder en algo dudoso desde el punto de vista étnico. Cuesta creer que en una supuesta democracia donde prima el derecho a la libertad de expresión, incluso sobre el derecho al honor, en los asuntos de interés público, este eslogan haya sido objeto de acciones judiciales de oficio por parte de un fiscal pagado con los impuestos de todos los franceses (otra cosa sería que algunos de los nombrados hubieran interpuesto querellas o demandas como particulares). La única explicación de tanta presteza gubernamental en intimidar y acallar a los protestantes es que, para el gobierno francés, la pancarta acierta de lleno en algún aspecto de la crítica. Y nada más peligroso para la oligarquía que la conciencia del fraude pseudo democrático imperante —el liberalismo— cuando es percibido como verdad por una parte relevante de la población. Según «El País» en su artículo sobre el tema del pasado 16 de agosto, son antisemitas quienes se visten con la estrella amarilla y propalan odiosas comparaciones entre la pandemia y Auschwitz. Como si el hecho de reproducir una y otra vez, de forma ostensiblemente propagandística, la historia oficial y obligatoria sobre «el Holocausto«, cada día, a todas horas y hasta el hartazgo, no hubiera convertido «Auschwitz», y precisamente «Auschwitz», en la metáfora más sudada para referirse a cualquier atrocidad genocida, imaginaria o real:

Si ha preocupado especialmente el caso de Metz es porque supone una vuelta de tuerca más al antisemitismo detectado entre quienes ven tras la pandemia un complot mundial. Desde el comienzo de las protestas contra el certificado de la covid se ha denunciado el uso en las manifestaciones de estrellas amarillas de la época nazi y comparaciones de las medidas sanitarias con campos de exterminio. Algunas farmacias que realizan pruebas de coronavirus han sido acusadas y hasta atacadas por «colaboracionistas» (Silvia Ayuso, «El País», 16 de agosto de 2021, p. 8).

Resulta por otro lado sorprendente la capacidad de sutil ironía de estos nuevos nazis. Los que nosotros conocemos no hilarían tan fino en su resiliencia como para lucir una estrella amarilla epidemiológica, sentirse víctimas sanitarias de un holocausto y acusar a las farmacias de colaboracionistas. Pero quizá ocurra que, después de leer a Gilad Atzmon, algunos nazis han comenzado a comprender que no es el Estado de Israel el que se parece sospechosamente al Tercer Reich, sino que el Tercer Reich se inspiró en el nacionalismo judío trasmitido a los cristianos alemanes después de quince siglos de aculturación bíblica. Por lo demás, el distintivo amarillo poco puede atribuirse a la «época nazi«, por cuanto se trata de una medida legal instaurada en la Edad Media por la Iglesia católica, apostólica y romana; que los nazis se limitaron a restaurar por decreto el 1 de septiembre de 1941 (véase Raúl Hilberg: La destrucción de los judíos europeos, Madrid, Akal, 2005, pp. 28 y ss.). En efecto, según Hilberg, en el Cuarto Concilio de Letrán (1215) se estableció el marcaje de las ropas judías con una insignia. La norma fue copiada del califa Omar II (634-644), quien «había decretado que los cristianos llevasen cinturones azules y los judíos amarillos« (p. 29). Sin embargo, ésta fue sólo una más de las medidas discriminatorias católicas contra los judíos, las cuales empiezan a fijarse como derecho canónico (a la sazón sharia cristiana) en el Sínodo de Elvira nada menos que por año 306 después de Cristo. ¡¡¡Época nazi!!! La ignorancia de la periodista Silvia Ayuso no es quizá tan supina como su aparente oportunismo, pero en este aspecto personal sólo podemos especular y, en todo caso, uno tendría el derecho de conservar su puesto de trabajo aunque sea periodista y sacrifique conscientemente la verdad (algo así como un funcionario de prisiones que tortura a los presos, un catedrático de teoría del conocimiento que plagia a sus alumnos y luego niega los hechos o un sacerdote católico que abusa sexualmente de sus monaguillos).

La profesora ultraderechista Cassandre Fristot.

EL ARMA DEL CRIMEN

Más interesante, si cabe, es la procedencia de la pancarta, es decir, del arma del crimen. O, si se quiere, de su autoría ideológica, que nos remonta a una entrevista de «CNews» concedida el pasado 1 de junio al ex general francés Dominique Delawarde. El sospechoso forma parte de un grupo de militares retirados que «en la primavera pasada alertaron del supuesto ‘desmoronamiento’ de Francia» (Silvia Ayuso) como consecuencia de la nefasta política de inmigración perpetrada por abyectos políticos profesionales como Emmanuel Macron (un clásico títere parlamentario de los Rothschild, añadimos nosotros). La cosa empezó a ponerse fea cuando Delawarde insinuó que los medios de comunicación (la «jauría mediática» fueron sus palabras literales) estaban controlados por «quien usted ya sabe». «¿Quién?», saltó como un resorte el entrevistador: «la comunidad que usted conoce bien». Momento en el cual la entrevista fue bruscamente interrumpida, siendo así que los medios de comunicación pueden vehicular todo tipo de porquerías y falsedades, pero revientan justo en el momento en que entran en contacto, por rapsódico que sea, con la verdad. El «Qui?» de la pancarta de Fristot remite, en definitiva, al «Qui?» de la entrevista a Delawarde.

La pregunta es: ¿ha mentido Dominique Delawarde? Ahora bien, en nuestra democrática sociedad liberal, esa cuestión carecería literalmente de sentido. El simple hecho de examinar o analizar o comentar la veracidad de las pretensiones del entrevistado sería considerado un acto delictivo porque su significado coincide —como tantas otras aseveraciones sobre la oligarquía— con algunos de los eslóganes más conocidos de la propaganda nazi. Porque se os ha dicho que, para los nazis, «una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en verdad» (frase «atribuida« a Goebbels, pero cuya fuente nadie es capaz de acreditar…); pero yo os digo que tamaña imputación fraudulenta constituye, paradójicamente, una mentira repetida mil veces que ha terminado convirtiéndose en verdad.

Figueres, la Marca Hispànica, 24 de agosto de 2021.

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