EL PRESIDENTE SÓLO REACCIONA CUANDO EL VIRUS CASTIGA A SU ENTORNO FAMILIAR. Trescientos mil contagiados y ocho mil muertos no habrían sido suficientes para que el neocon sionista Donald J. Trump empezara a tomarse en serio los dictámenes de la ciencia y la razón. Han tenido que morir amigos suyos del barrio de Queens para que el creyente judeo-cristiano ceda el paso al estadista genuinamente occidental, grecorromano. En Israel, anticipo del reino de Dios para los sionistas cristianos, los rabinos ultraortodoxos se negaban a evacuar las sinagogas y en Brasil, donde gobierna el sionista neoliberal —al estilo de Abascal— Jair Bolsonaro, la cúpula del estado ha puesto en evidencia su psicopatía bíblica. Por tanto, si Sánchez ha sido en España imprudente hasta el delito, podemos imaginar lo que habría sucedido con Vox al frente de las instituciones. 

Los hechos acaecidos en Israel son significativos y tienen que ver con la retrógrada mentalidad derechista, anclada en las creencias de un pueblo, el judío, que ya fue superado culturalmente por los griegos hace miles de años pero que, gracias al populismo religioso, impuso sus creencias en Occidente y nos sumergió en una oscura Edad Media a la que algunos perturbados sueñan con volver:

Como tantos otros países en el resto del mundo, Israel ha impuesto severas restricciones al movimiento y a los eventos multitudinarios durante las últimas semanas. 4.000 casos de coronavirus después, el gobierno ha prohibido las aglomeraciones mayores de una decena de personas, ha limitado la actividad pública al máxima, cerrando escuelas y comercios, y ha clausurado las sinagogas, fuentes de enormes reuniones. En el camino, se ha topado con un obstáculo singular. Los judíos ultraortodoxos. La mitad. Sin cifras oficiales, dado que la mayor parte de ellos rehúsan someterse al test, las autoridades estiman que alrededor del 50% de los contagios del país se han producido dentro de la comunidad. Fervorosamente religiosos, los ultraortodoxos se caracterizan por formar familias muy extendidas, con tasas de natalidad sin igual, y por un rechazo tanto al poder del estado como a la modernidad en su conjunto. Desobediencia. Una receta perfecta para propagar el virus. Durante los últimos días han proliferado vídeos mostrando bodas y entierros multitudinarios en plena calle. Los rabinos se niegan a cerrar sus sitios de culto. En el epicentro de las miradas, Bnei Brak, un suburbio de Tel Aviv al 95% ultraortodoxo. El lunes sumaba 500 casos. Tantos como Jerusalén, pero con una población cuatro veces menor.

Ha sido sin lugar a dudas este tipo de mentalidad bíblica anti-intelectual, sociológicamente predominante entre las masas de EEUU, el que ha frenado la reacción de Trump durante las cruciales semanas que precedieron a la masiva implantación del coronavirus en el país. Parece evidente que también hubiera sucedido lo mismo en España con la dirección de Vox, un partido sionista y neoliberal dominado por miembros de la secta ultracatólica El Yunque. La errada política de Sánchez ha generado el espejismo de que con Vox las medidas sanitarias hubieran sido más enérgicas, pero la oposición de Vox a las políticas del gobierno es puramente táctica y no deja traslucir, en este punto, la verdadera ideología del partido de Santiago Abascal.

EL CREYENTE JAIR BOLSONARO

El caso de Bolsonaro roza la demencia y resulta aleccionador de dicho trasfondo ideológico irracionalista. El bochorno ha llegado a tal extremo en Brasil que al actual presidente podría arrestársele en cualquier momento por un delito de alta traición. Este creyente, en efecto, ha demostrado que es un auténtico psicópata y constituye un ejemplo fenomenal de lo que nos podría pasar a los españoles si pusiéramos el país en manos de El Yunque, es decir, de los sectarios Hazte Oír y Vox:

La irresponsabilidad criminal de Bolsonaro frente al coronavirus –les miente día y noche a los brasileños, niega el conocimiento científico, difunde información falsa, boicotea el trabajo de gobernadores, alcaldes y de su propio ministro de Salud y desoye las recomendaciones de la OMS y los especialistas– está transformando su incapacidad manifiesta para ser presidente, que no es novedad, en un problema de salud pública. Mientras escribo, jueves 26 de marzo por la mañana, ya hay 2.989 casos confirmados de coronavirus en Brasil, 194 pacientes en UTI, 205 en hospitales y 77 fallecidos, de los cuales 20 murieron en las últimas 24 horas. No se sabe cuántas personas se han contagiado realmente, porque se hacen pocos tests, pero, según datos de la prestigiosa fundación Fiocruz, en la semana del 15 al 21 de marzo hubo 2.250 ingresos por enfermedad respiratoria aguda, con síntomas como fiebre, tos, dolor de garganta y dificultad para respirar. Sin embargo, el presidente sigue negando el problema. La actuación de Bolsonaro ha sido enloquecida desde el primer día, pero su pronunciamiento del 24 de marzo en cadena nacional llevó a muchos políticos –inclusive a sus aliados– a dejar de fingir que no se daban cuenta. En el que tal vez haya sido el discurso más irresponsable de un presidente en la historia, atacó a los gobernadores y alcaldes que tomaron medidas de distanciamiento social, acusó a la prensa de promover la “histeria”, dijo que el coronavirus es “una gripecita, un resfriadito” y recomendó a quienes están en sus casas que vuelvan a su vida normal y no hagan más cuarentena.

Abascal con el hijo de Bolsonaro.

Las relaciones entre Vox y Bolsonaro son estrechas porque comparten la misma ideología bíblica, hasta el punto de que Abascal y el hijo de Bolsonaro se entrevistaron para urdir un frente común y Vox aplicó las estrategias embaucadoras del loco brasileño durante las últimas elecciones. Dada la gravedad de estos hechos y del peligro que corre España si cae en manos de semejantes energúmenos, en CARRER LA MARCA seguiremos denunciando sin tregua las políticas de Vox dondequiera que sus siglas levanten cabeza y hasta la completa extirpación institucional de este cáncer de extrema derecha.

Figueres, la Marca Hispànica, 4 de abril de 2020.

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