SOBRE LA IZQUIERDA NACIONAL (Celtix)
CARRER LA MARCA PUBLICARÁ COLABORACIONES. Ya hemos publicado ocasionalmente artículos de lectores y seguidores de este sitio, ahora nuestra intención es incrementarlas sustancialmente en frecuencia y en extensión. Hoy, publicamos un artículo de Celtix, un fiel y eficiente colaborador de FILOSOFÍA CRÍTICA, nuestro blog de filosofía e historia. Le agradecemos su esfuerzo y dedicación durante años, por supuesto, pero el artículo tiene interés por sí mismo.
LLAMAMIENTO A LOS CIUDADANOS EUROPEOS CONTRA EL SECUESTRO ESTADOUNIDENSE DE NUESTRA SOBERANÍA
SOBRE LA IZQUIERDA NACIONAL
Con este escrito pretendemos lanzar una serie de ideas acerca de la conveniencia del término Izquierda Nacional, que parece generar desconcierto y repulsión en diversos ambientes.
No pretende ser un análisis exhaustivo de la cuestión, ni, por supuesto, agotar el debate; pero sí aspira a realizar algunas aclaraciones necesarias tanto para detractores como posibles partidarios de ese campo político que aún se encuentra en estado embrionario. El eje del texto es la relación del concepto “izquierda” con la Globalización y la derecha neoliberal (fenómenos que vemos como complementarios), pues por esa relación antagónica se le puede añadir el adjetivo “nacional” de forma justificada.
OPOSICIÓN A LA GLOBALIZACIÓN
La inmensa mayoría de movimientos enemigos del proceso de la Globalización se ubica a la izquierda. Adoptar una postura antiglobalista se asocia, en la mente del público, con sectores políticos de izquierda (e incluso podríamos decir que de izquierda radical). En la actualidad, el Mundialismo o Globalización es una realidad esencialmente capitalista, con fundamentos doctrinales de corte neoliberal (la libre circulación de capitales y mercancías, sin limitaciones estatales o nacionales); es decir, algo que se puede clasificar dentro del campo de las derechas sin mayores problemas.
Se podría objetar que abundan en las izquierdas los apologistas del internacionalismo y el multiculturalismo, defensores de teorías que muy bien pueden suponer un sustento ideológico, desde otra opción política, a la Globalización económica de los neoliberales. Pero eso no cambia el hecho de que el principal motor de dicho fenómeno es económico, pues el capitalismo precisa de expandir el mercado todo cuanto sea posible para que los capitales crezcan continuamente. Los propios teóricos neoliberales reconocen esta situación de manera explícita al tildar a sus detractores de “comunistas” o “socialistas”.
“Ya sea en Montreal o en Mumbay, en Beijing o en Buenos Aires, la globalización ha introducido cierto nivel de cultura comercial cuya homogeneidad resulta inquietante. Los ostentosos y climatizados centros comerciales son perfectamente intercambiables y las tiendas venden los mismos productos […]. Mientras, el mercado empresarial hace que el consumidor sueñe con la riqueza y el glamour, las culturas locales se marginan y se devalúan. Los vínculos familiares y comunitarios se desintegran al tiempo que las relaciones sociales se vuelven más “mercantilistas” y se van reduciendo a lo que el crítico social inglés Thomas Carlyle denominó “cash nexus” (vínculo del salario) en su obra Chartism del año 1839. Según las palabras de Helena Norberg-Hodge, socióloga de origen sueco, existe una “monocultura mundial que en nuestros días es capaz de desbaratar las culturas locales de un modo terriblemente rápido y abrumador, y que supera todo lo que este mundo haya podido presenciar”.
Durante las dos últimas décadas, a medida que se han ido flexibilizando las normas mundiales para regular la circulación de mercancías e inversiones, las empresas privadas han extendido su dominio, de forma que ahora sus decisiones afectan a las vidas de las personas hasta en las partes más remotas del mundo. Las empresas gigantes de alcance mundial dominan la totalidad del comercio, desde la informática y la industria farmacéutica hasta los seguros, el sector bancario y la industria cinematográfica. Sus grupos de empresas son tan extensos y tan intrincados que a menudo resulta imposible seguir la pista de la titularidad. Aun así, se calcula que una tercera parte de todo el comercio en la economía internacional se mueve entre las sucursales de la misma empresa.”
(Ellwood, Wayne, Globalización, Barcelona, Intermón Oxfam ediciones, 2007, págs. 75-76).
OPOSICIÓN AL IMPERIALISMO
Poco cabe comentar en este punto, dado que casi todos los movimientos anti-imperialistas han tenido un obvio sello izquierdista —de una tendencia u otra— desde la segunda mitad del siglo XX. Incluso un estado resistente al imperialismo soviético, como era la Yugoslavia de Tito, no dejaba de definirse como comunista e izquierdista. Por esa razón, cualquier corriente que aspire a liberar a las naciones europeas del vasallaje militar, político y económico de los EEUU puede declararse de izquierdas sin reticencias.
Llegados a este punto, hemos de decir que abundan aquellos que afirman que el Pentágono nos protege de la expansión comunista, pero también hemos de preguntar: ¿de qué peligro comunista hablan?.
Si se refieren a China, hay un aumento de su poder e influencia a nivel mundial, sin duda; pero se trata principalmente de un fenómeno empresarial y comercial, es decir, capitalista. Los chinos se dedican a comprar, vender e invertir a lo largo y ancho del planeta. Otra cosa es que tal situación no haga la más mínima gracia a las multinacionales estadounidenses, sus competidoras, y se recurra al tema de la “amenaza roja” en el consiguiente juego de propaganda y contra-propaganda.
También se argumenta con cierta frecuencia que el capitalismo chino sería un falso capitalismo (o un capitalismo anómalo), pues el estado tiene un importante papel en su protección y florecimiento. Pero no hay que olvidar cómo se ha desarrollado el capitalismo en las sociedades liberales anglosajonas: el ejército de los EEUU ha intervenido en numerosas ocasiones para proteger los intereses de las empresas de su país y los capitalistas británicos fueron los grandes beneficiarios del colonialismo decimonónico inglés. Por mucho que los propagandistas neoliberales lo nieguen, el Estado ha tenido una importancia enorme en la pujanza del capitalismo occidental. Por no mencionar que, en no pocas ocasiones, esos mismos Estados han establecido aranceles y políticas proteccionistas en beneficio de sus oligarquías económicas.
Si la intervención estatal que se da en el ámbito atlantista no invalida sus sistemas económicos como capitalistas, tampoco podemos excluir a China de esa misma clasificación, si tenemos algo de honestidad intelectual.
Y es aquí donde nos encontramos con una de las razones por las que el concepto de Tercera Vía o Tercera Posición está obsoleto: ya no hay dos posiciones económicas diferenciadas en el tablero internacional, sino que impera en todo el mundo un capitalismo liberalizado en diversos grados, por más que todavía ondeé la bandera roja en Pekín.
Y por eso una izquierda nacional puede ser la fórmula que proteja a Europa del imperialismo, venga de donde venga.
DEFENSA DEL ESPÍRITU COMUNITARIO
La protección de los vínculos comunitarios y el sentimiento colectivo es una labor que hoy se debe hacer mediante un posicionamiento político de izquierdas, toda vez que la derecha neoliberal —la corriente que, como hemos dicho, domina actualmente ese campo político— aboga por un individualismo exacerbado, que en algunos casos llega a pedir la liquidación de las naciones por considerarlas un impedimento para ese individuo sacralizado que es el eje de su doctrina. Anteponer la comunidad nacional a la Globalización es una manera de prevenir la desvertebración y descomposición de las sociedades humanas, puesto que cuanto más se diluye el concepto de nación ante los efectos del Mundialismo, mayor importancia adquiere todo tipo de identidades supranacionales (religión, sexo, status económico, etc):
“El fundamentalismo traspasa fronteras y hermana a ciudadanos de distintos países, estableciendo lazos íntimos de solidaridad, a veces opuestos a los intereses de los Estados nacionales de esos ciudadanos.
Socialmente, las manifestaciones directamente relacionadas con el nacionalismo son tan numerosas como complejas. La revolución de los medios de comunicación han ayudado a extender hasta los últimos rincones del planeta formas de conducta, sistemas de valores, conjuntos de relaciones personales muy similares y homogéneos entre sí.
Pero lejos de producirse una homogeneización sociocultural, las reacciones contra esa globalización y la radicalización secesionista de esa misma globalización han fragmentado las sociedades actuales en una multitud de grupos con planteamientos contrapuestos o enfrentados, fenómeno conocido como tribalización. Las tradicionales divisiones generacionales, la emancipación femenina o la liberación sexual han dado paso a una incomunicación entre generaciones, a la guerra de sexos o a la compartimentación de las tendencias sexuales. Así han aparecido múltiples elementos identificadores que tienen la voluntad explícita de radicalizar las diferencias, lo que cohesiona a los integrantes frente al resto.
De igual modo, el fenómeno de tribalización alcanza a ámbitos sociales en principio tan universales como la música o el deporte. Se han generado elementos identificadores directamente tomados del nacionalismo, simbólicos, míticos y rituales (banderas, himnos, héroes, mitos, ritos de iniciación), lo que hace que las simpatías por una modalidad musical o un equipo deportivo en ocasiones deriven en enfrentamientos tribales entre seguidores de uno u otro estilo o equipo (y en identificaciones fraternales que traspasan fronteras). Asimismo, los influyentes hombres de negocios han creado un sistema de valores que penetra todo el entramado comercial y financiero. Se multiplican los grupos juveniles con señas de identidad propias y cerradas, desde el lenguaje a la indumentaria pasando por sus canales de comunicación o sus formas de entretenimiento.
Fundamentalismo y tribalización se funden en el desarrollo de las sectas religiosas, que son un ejemplo extremo de esta fragmentación social y de la integración en un grupo nuevo que sobrepasa países y culturas.”
(Sepúlveda, Isidro, Historia del nacionalismo, Madrid, Santillana, 1997, pág. 58)
El análisis de Sepúlveda resulta muy acertado al indicar que la Globalización espolea todo tipo de identidades y grupos que tengan un carácter internacional, al mismo tiempo que mina el papel de las naciones y la identificación de sus miembros con ellas. Pero creemos que se contradice al afirmar que el fundamentalismo religioso es un elemento que se opone a la Globalización por rechazar la Modernización, cuando en el mismo párrafo había dicho: “La capacidad de la religión para crear conjuntos de referencias globalizadoras y de hacer sentir al individuo como miembro activo de una comunidad —que además está en posesión de la verdad— está históricamente probada” (ibídem). Las religiones monoteístas son esencialmente internacionalistas y universalistas, pues se contemplan así mismas como por encima de cualquier realidad nacional o cultural.
No es casualidad que los regímenes nacionalistas, laicos y socialistas del mundo árabe hayan tenido como enemigos tanto a los grupos fundamentalistas musulmanes como al bloque Atlantista. Es la expresión del enfrentamiento entre nacionalismo e internacionalismo (sea religioso o liberal-económico).
Por este motivo, se hace necesaria de forma categórica una izquierda que sea nacional.
ESTADOS UNIDOS NO ES UNA DEMOCRACIA Y NUNCA LO HA SIDO (Fernando García Bielsa)
DEFENSA DE LA DEMOCRACIA
Con frecuencia, se echa en cara a las izquierdas la realidad indiscutible de las dictaduras comunistas del antiguo Telón de Acero y otras áreas del planeta para tacharlas de antidemocráticas, algo habitual en la prensa de derechas. Pero, en nuestra opinión, no hay ningún peligro comunista que pueda, desde hace décadas, amenazar los sistemas parlamentarios de Europa y América. Los riesgos para la expresión de la voluntad popular proceden, en estos momentos, de entidades que poco tiene de comunistas o socialistas.
La no injerencia de los poderes económicos en el proceso democrático es una reivindicación que una izquierda honesta —que se tome en serio su carácter democrático y socialista, más allá de la pura retórica— puede hacer con total propiedad.
“Su tamaño, riqueza y poder ha permitido a las multinacionales y al mundo de los negocios en general estructurar el debate público acerca de cuestiones sociales y la función del gobierno de modo que favorezca sus intereses. Han empleado su poder y su influencia política para construir una máquina propagandística eficaz y para fomentar lo que el gran teórico político italiano, Antonio Gramsci, denominó su “hegemonía cultural”. Mediante sofisticadas relaciones públicas, manipulación de los medios de comunicación y “enchufes”, la ortodoxia de la globalización empresarial se ha convertido en la manera “más juiciosa” de gobernar un país. Este radical cambio de paradigma ha tenido lugar en tan sólo 40 años: un logro extraordinario de un comité de expertos de derechas, empresarios radicales y sus partidarios ideológicos.
Cuanto más involucradas están nuestras vidas en el mercados, más rápido se acepta la doctrina que antepone los beneficios a las personas. La responsabilidad máxima de las empresas no es para con la sociedad sino para con sus accionistas, tal y como aseguran todos los años los consejeros delegados a sus inversores en las juntas generales. Los valores que son primordiales para los accionistas son los que dirigen y estructuran la toma de decisiones de las empresas, sin tener en cuenta sus consecuencias sociales, medioambientales y económicas. El público tiene las de perder. A menos que se impongan obligaciones sociales a las compañías, la agenda comercial seguirá estando por encima de los intereses nacionales y de las comunidades”.
(Ellwood, op. cit. pág. 92).
Por otra parte, proponer una democracia directa como solución a los vicios y manipulaciones de la democracia liberal es algo que también puede hacer una opción de izquierdas. Es más, se podría decir que el término “izquierda” es especialmente pertinente llegados a este punto, dado que choca frontalmente con los postulados políticos de varios sectores que preconizan un capitalismo desregularizado:
-Los anarcocapitalistas demandan la eliminación del estado para sustituirlo por una serie de relaciones interpersonales y contratos entre individuos libres y autónomos; lo que traería, por definición, una sociedad más justa y anti-jerárquica (como si un sistema tan injusto y jerárquico como el Feudalismo no se fundase precisamente en las relaciones interpersonales, por la falta de estructuras estatales consolidadas).
-Otras facciones de la derecha neoliberal defienden un gobierno de expertos como la mejor fórmula posible, tecnócratas que administrasen sin atender a las veleidades de las masas (vieja reivindicación de los elementos más elitistas de la corriente liberal, Juan Bravo Murillo pedía eso mismo en la España decimonónica).
Por supuesto, hay sectores más moderados de la derecha que expresan sus objetivos con menor crudeza. Argumentan que se debe asimilar democracia con capitalismo desregularizado, al plantear una correlación entre libertades democráticas y economía liberalizada. Pero esa pretensión resulta, como poco, discutible:
“Algunos defensores de la globalización a ultranza argumentan que las multinacionales son los embajadores de la democracia. Insisten en que el libre mercado y las libertades políticas están intrínsecamente unidos y que el establecimiento de lo primero llevará inevitablemente a lo segundo. Por desgracia, los hechos no corroboran sus aseveraciones. Las economías de mercado florecen en algunos de los estados más tiránicos y autocráticos del mundo, y, sorprendentemente, las empresas multinacionales no han demostrado ningún interés ni han ejercido ninguna influencia para cambiar los sistemas políticos. Arabia Saudí, Malasia, Indonesia, Pakistán, China, Colombia: todos tienen unos sistemas de mercado prósperos en los que las empresas multinacionales son los actores dominantes. Sin embargo, difícilmente podrían engrosar el grupo de países con una democracia sana”.
(Ellwood, ibídem, págs. 77-78)
El ejemplo paradigmático que se tiene de esta situación en el mundo hispanohablante es el Chile de Augusto Pinochet: un gobierno dictatorial que aplica medidas económicas de tipo neoliberal a punta de pistola.
Por todos estos motivos que hemos enunciado, creemos que una postura de izquierda nacional es la mejor manera de oponerse al statu quo tanto nacional como mundial, ya que responde de una forma adecuada a las actuales realidades sociopolíticas y socioeconómicas; y no a las de 30, 50, 100 o 150 años atrás.
O, al menos, eso se ha querido expresar con estas líneas.
Celtix
Seguiremos informando sobre la izquierda nacional como alternativa a la derecha y a la izquierda mundialista. Animamos a los colaboradores a hacernos llegar sus escritos a intra@intra-e.com
Figueres, la Marca Hispànica, 12 de octubre de 2023
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