EL LIBERAL (NT)-SIONISMO (AT) COMO IDEOLOGÍA DE LA OLIGARQUÍA. El artículo que reproducimos a continuación no tiene pretensiones teóricas o académicas. Su finalidad es puramente propedéutica: intenta aproximar al lector a un tema que sólo puede ser tratado sistemáticamente empleando la jerga de la antropología. Para quienes aspiren a profundizar en el asunto estamos preparando un segundo texto, bastante más complejo, donde se indicarán exhaustivamente las fuentes bibliográficas. Mientras tanto, los estudiosos pueden visionar el debate, incrustado infra, que las anticipa en parte. Los precedentes del presente texto fueron publicados por primera vez el 9 de agosto de 2017 en FILOSOFÍA CRÍTICA y reeditados el 6 de octubre de 2024 bajo el título «Del cristianismo a la globalización: un proceso», pero han sido ampliados y corregidos para la presente edición de CARRER LA MARCA.

ÉLITE GLOBALISTA: ¿DE DERECHAS O DE IZQUIERDAS?

EL INDIVIDUALISMO LIBERAL Y SUS RAÍCES CRISTIANAS

Jaume Farrerons PhD

¿No forma parte de la oculta magia negra de una política verdaderamente grande de la venganza, de una venganza de amplias miras, subterránea, de avance lento, precalculadora, el hecho de que Israel mismo tuviese que negar y que clavar en la cruz ante el mundo entero, como si se tratase de su enemigo mortal, al auténtico instrumento de su venganza, a fin de que «el mundo entero», es decir, todos los adversarios de Israel, pudieran morder sin recelos precisamente de ese cebo?

Nietzsche

Estamos ante un fenómeno histórico subterráneo de larguísima data —y, por tanto, difícil de percibir a primera vista— que funda la contraposición ontológica del «individuo» («yo») a la «comunidad» («nosotros»). Únicamente aparece en Occidente: todas las civilizaciones anteriores, incluida la grecorromana antigua, son holistas («totalitarias»). La democracia ateniense es holista, no individualista, algo que un ciudadano occidental actual sería incapaz de comprender sin estudios previos de antropología. La primera manifestación del individualismo en Europa es el milenarismo apocalíptico, de procedencia judía, más conocido como cristianismo. Véase al respecto el artículo de Alain de Benoist “Cristianismo: el comunismo de la Antigüedad”.

El cristianismo primitivo constituye la verdad del cristianismo y el único cristianismo «auténtico». Los distintos cristianismos de la historia hasta hoy representan sólo las etapas del proceso en virtud del cual los valores individualistas cristianos van empapando progresivamente la sociedad europea toda, como una carcoma, hasta destruirla por dentro («apocalipsis» significa «revelación»). El cristianismo primitivo fue la respuesta judía a las repetidas derrotas militares de las rebeliones mesiánicas hebreas contra el imperio romano, léase: un Caballo de Troya espiritual —«cebo», dice Nietzsche— cuyo objeto era convertir al legionario romano en un pacifista; o, en otras palabras, ganar en el ámbito simbólico de la cultura lo que Judea no había podido ganar en el campo de batalla. Soft power ideológico. Y funcionó. En nuestro “Dentro de cada cristiano hay un judío o el sionismo en la Iglesia católica” quedó evidenciado que el judaísmo en el cristianismo no es cosa sólo del «protestantismo anglosajón»: estaba ya inviscerado en las Sagradas Escrituras, la Biblia, que durante siglos el Papado impidió leer a los fieles.

CATOLICISMO

El catolicismo medieval representa, para ciertos sectores políticos de extrema derecha cristiana, el cristianismo más atractivo de todos los varios cristianismos habidos y por haber, precisamente porque constituye la primera etapa de penetración, apenas perceptible, de los valores cristianos en el meollo de la sociedad europea. Después de haber arrasado la alta cultura grecorromana, los postreros efectos morales del cristianismo todavía no se perciben a escala social (por ejemplo, los campesinos, los «payeses», siguen siendo paganos). Cuando el milenarismo apocalíptico, que es la negación de toda forma de civilización (el creyente vive a la expectativa de un inminente «fin del mundo»), empieza a entender que el reino de dios se hace esperar demasiado, decide que, para perpetuar su ideología, tiene que institucionalizarse. Entonces echa mano de instituciones paganas (¡la antítesis del cristianismo originario!): Roma. El cristianismo químicamente puro se conserva, protegido por dichas instituciones, en un rincón recóndito de la sociedad, los monasterios. Y será encarnado por la figura del monje, el asceta esenio, es decir, del cristiano primitivo emboscado dentro de las ruinas del imperio. En efecto, en la Edad Media sólo los monasterios son puramente cristianos. El resto es paganismo. De ahí el atractivo, para la extrema derecha, de los caballeros cruzados, de origen germánico-romano, cuyo cristianismo es únicamente la cruz que lucen en los escudos. Nada más.

La esencia del cristianismo, hemos dicho, es el individualismo, que no debe confundirse con el “individuo” como cosa sustancial, mero objeto, siendo así que todos los entes empíricos son individuales incluidas las hormigas del más adocenado hormiguero. El individualismo es sujeto, no objeto. El individualismo nombra una disposición psicológica, opuesta al holismo, en virtud de la cual el “yo” se convierte en valor supremo. Y se opone al holismo, es decir, a aquélla disposición subjetiva que subordina la persona, como com-patriota, a la comunidad. El individualismo, en su forma radical, soteriológica y escatológica, pero también política (ultraliberalismo libertariano o ácrata), resulta inconciliable con toda forma de civilización superior. Sus actuales formulaciones secularizadas (el «progresismo» liberal, de derechas o izquierdas) están demoliendo Occidente en tiempo real.

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¿Por qué? La finalidad última del cristianismo primitivo es destruir «la civilización», el «mundo» (para los cristianos, el pecado), es decir, a la sazón, el imperium romanum. En la jerga progre: el «fascismo». Lo único que le importa de verdad al cristiano es su privadísima salvación (en la jerga progre: la «felicidad»). Cualquier otro comportamiento, incluso el aparentemente más moral o altruista, es hipócrita: representa un medio para dicho fin egomórfico. Pero en la predicación del cristianismo primitivo la salvación, precedida del apocalipsis, sería cosa inminente. Patria, trabajo, familia…, todo debía ser abandonado en pos del profeta judío, un auténtico flautista de Hamelín, a fin de que el creyente obtuviera su “premio”, a saber, «la vida eterna en el paraíso». El imperio romano tenía que derrumbarse como consecuencia de este sabotaje interno que incluye llamamientos de Tertuliano a la deserción de las tropas que protegían el Limes.

Así las cosas, si la segunda venida de Cristo, que era inminente, se retrasaba —tras varios siglos de espera, no llegó jamás—, el individualismo, que aspiraba a empapar completamente el tejido social del imperio romano, debió emprender un proceso milenario de aculturación que, expandiéndose desde los monasterios, destruiría los fundamentos morales de sociedad europea en su totalidad. Pero el futuro ha llegado; el futuro es hoy. Para que tal proyecto criptocrático —Caballo de Troya— se llevase a cabo hasta las últimas consecuencias, el individualismo cristiano adoptará distintas formas institucionales. La primera, insistamos en ello, la Iglesia católica, apostólica y romana, que incuba el huevo judío en sus entrañas pero, a la par, es una institución jerárquica en el meollo de una sociedad postpagana todavía holista. El individualismo comenzará a impregnar los grupos primarios de la sociedad cuando, en el Renacimiento, el judeocristianismo apocalíptico incubado en los monasterios medievales rompa el cascarón institucional eclesial y surja la primera «sociedad individualista», es decir, el capitalismo europeo moderno. Un «círculo cuadrado» («sociedad individualista») condenado a la destrucción porque el sistema económico liberal opera como una máquina de destruir sociedad y terminará importando, para poder seguir «funcionando», poblaciones enteras de otros continentes y razas. Fenómeno que, finalmente, está sumergiendo Europa bajo la ola de la sustitución étnica y cultural (plan Kalergi).

ROBERTO BLATT EN LA CASA DE LAS AMÉRICAS: «OCCIDENTE ES EL JUDEO-CRISTIANISMO»

El individuo, insistamos en este punto, no es un ente físico u objetivo (los gatos, por ejemplo, no pueden ser calificados como individuos en este sentido), sino aquella construcción conceptual subjetiva que el cristiano denomina «el alma» (inmortal, por supuesto) y que no existe, por ejemplo, entre los griegos, los judíos, los romanos o los germanos, sociedades holistas —para que nos entendamos: «comunitarias». En la cultura holista la persona, hay que subrayarlo, vive para la comunidad; en la cultura individualista, la comunidad se subordina al individuo. Con lo cual, a la postre, perece la comunidad —y, por tanto, también el individuo.

El «yo» es, a ojos del creyente cristiano-apocalítico, un ente eterno anterior y más valioso que la propia comunidad nacional real. Cabe nacer filipino o lapón o africano, la sustancia del existente es accidental, pero ese «yo» fantástico ha brotado «previamente» en la eternidad como una suerte de «yo puro» (¿sin idioma, ni recuerdos, madre y padre..?). Sólo una cosa tiene valor para el «yo»: su «dicha», estrictamente individual. El «yo» habría sido creado por «dios» —no por la madre (matria) natural que lo parió— a su imagen y semejanza («yo soy dios»). Lo natural y mundano se vincula a lo perecedero, transitorio y malo, al «pecado» (la madre de dios será virgen, representación de un supuesto mundo sobrenatural asexuado donde no hay ellos y ellas, sino sólo «elles»). La vida del individuo eudemonista y, en última instancia, hedonista, se ordena a su propio provecho: el «negocio» de la salvación, personalísima e intransferible. Cuando el hombre-medio, y ya no sólo una minoría de monjes, piensa y actúa en tales términos y en todos los ámbitos de la sociedad —lo que sólo ocurrirá en las fases ya tardías del proceso de degeneración judeocristiano—, la comunidad nacional tiene los días contados. Europa, hoy, está ya madura para su desaparición. Y por eso podemos, por fin, percibir este proceso en el despliegue histórico que nos rinde su sentido: la destrucción de Edom, Europa, la venganza de Judea contra el odiado imperio romano.

La iglesia será el espectral «pueblo de Dios» (pueblo sobrenatural frente a los pueblos «carnales», los únicos realmente existentes) y está formada por los «individuos» que Yahvé ha graciosamente seleccionado a capricho para dicha «salvación». Una salvación/traición —a cambio de la sumisión gentil al dios judío— que es «aire», verborrea, promesa huera de imposible fiscalización porque los estafados no pueden, en efecto, volver del cementerio una vez muertos a reclamar sus derechos adquiridos. Es la compensación contractual perfecta para el timador bíblico Saulo de Tarso (san Pablo), porque quien se compromete por la otra parte no arriesga nada y todos believers de este mundo viven felices en la mentira pero, como un buñuelo de viento, rellenos de «esperanza»… No otra era la fuerza del cristianismo, su originaria capacidad de contagio a los enfermos, los esclavos y las mujeres, pero también a idiotas (ἰδιώτης), mezquinos y cobardes de todos los pelajes: chusma marginal sin honor iletrada y desarraigada,  lamentablemente muy abundante entre la población-masa urbana del imperio romano.

Surge el «catolicismo» (vocablo que procede del griego katholon, καθολικός, καθόλου, cuyo significado lo dice todo: «universal»). El «pueblo de Dios» diluye las distinciones nacionales, culturales, sociales, sexuales, raciales… Todos somos iguales, perora. Sólo cuenta el individuo y su «ego» sobrenatural hipnotizado por «la promesa», una droga ideológica de poderosos efectos ansiolíticos para la morralla del mundo. Más tarde, como veremos y a tenor de sus versiones secularizadas, aparece el individuo moderno que cree en Jesús pero no en la Iglesia y está obsesionado con «ser feliz» en la «sociedad de consumo», la «comuna» anarquista o la «utopía» —«modo de producción comunista»— del «final de la historia», «el mercado mundial», etcétera… La iglesia universal de los individuos presuntamente inmortales, los elegidos, fija la base ontológica y axiológica de las futuras redes globalizadoras laicas e incluso anti-cristianas en su discurso. La multitud cosmopolita ocupa el lugar de la comunidad nacional. El «individuo» es sagrado e «idéntico», un «trocito» de Dios. Y socio de «la humanidad». Sus «deseos» significan lo más importante del mundo y no se le puede frustrar. Así queda arruinada, en primer lugar, la educación: ¿para qué la verdad cuando reprime las apetencias del niño? Si «me gusta» ser mujer, soylo a pesar de mi pene porque «me siento» mujer. Es el mismo argumento de los creyentes: «siento» que Jesús me ama, que soy un elegido para vivir eternamente en el paraíso, etc. La «realidad» sobrenatural, el «alma», es «más real» que la naturaleza. No otra será la fuente ontológica y axiológica de los otoñales «derechos humanos» liberal-seculares, LGTBI, trans y «de género» en las sociedades occidentales que se precipitan hacia su extinción.

Todo este discurso individualista-idiotés ἰδιώτης de realización mágica de los deseos se contrapone en bloque a la verdad racional, al fundamento objetivo que está ahí «me guste o no» (idea griega, o sea, aria, del ser).

CALVINISMO

La vida-micro cristiana del monasterio católico medieval saldrá al exterior para universalizar (vida-macro cristiana) el milenarismo apocalíptico. El paso lo da Lutero, un fatídico monje alemán que se tomó muy en serio el cristianismo. Todos los creyentes, y no sólo unos pocos monjes, devendrán a partir de ahora en una suerte de «creyentes activistas»: es el puritanismo protestante. Quieren restaurar el mundo (pecador, caído) a imagen de dios. Su eficacia en la lucha contra lo mundano insinúa un guiño de Dios. No has de esforzarte para ganar el premio, la fe sola justifica. El motivo de la elección divina resulta incomprensible y en nada depende del mérito (que era el planteamiento moral y ético católico): antes bien, el mérito deriva de la elección y la fe previas. No te salvas porque has sido «bueno», eres bueno porque ya fuiste “elegido” por Dios desde la eternidad. Los ricos, incluso los peores explotadores, se incorporan al pueblo escogido. Rejudaización.

El siguiente paso, después del catolicismo medieval, se dará pues con la escisión interna de la Iglesia católica y contra ella, a saber: la Reforma protestante en su versión, sobre todo, calvinista. La burguesía comercial se rebela contra la aristocracia y lo hace con la Biblia en la mano. Literalmente. A partir de ese momento, los «salvados» por Yahvé son propietarios fundamentalmente de bienes muebles (dinero, ya no tierras) e industriales; el éxito económico representa para el creyente cristiano un signo teológico de distinción soteriológica que fomenta el ahorro y la reinversión perpetua del capital (véase Max Weber: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, obra fundamental para entender esta «fase» del «proceso»). Así, sobre el suelo de la primera red globalizadora católica, forjada por la España imperial, se asienta la segunda, puritano-calvinista y más individualista si cabe, porque, por su propia lógica, rechaza la autoridad eclesiástica. La intermediación del sacerdote entre el rebaño de ovejas y el dios judío queda abolida. Cada individuo lee directamente la escritura (que la Iglesia católica había hurtado a los creyentes) y procura por su beneficio espiritual-material: una cosa y la otra van juntas. El pastor evangélico es una oveja ilustrada por los saberes escriturales, pero al fin y al cabo una oveja más, que opera en «el mundo» para difundir el individualismo (cultura bíblica estadounidense). Es la segunda institucionalización del milenarismo apocalíptico mediante una nueva fórmula milagrosa y exitosa que deja atrás el holismo pagano residual de la Iglesia católica. El individualismo cristiano-milenarista institucionalizado por la Reforma en las ciudades burguesas del norte de Europa en forma de iglesias y sectas protestantes locales parirá, en efecto, la sociedad liberal-capitalista.

LIBERALISMO

Hete aquí la sempiterna astucia del judaísmo que en el catolicismo aún permanecía en estado embrionario porque, recordemos este punto decisivo, la sociedad cristiana medieval es todavía una entidad holista, es decir, comunitaria, que opera como nido protector del huevo individualista para extender el veneno anti-nacional a largo plazo por todo el planeta (la «hazaña» española). El judeo-cristianismo medieval representa también, en una palabra, la condición de posibilidad de capitalismo liberal, su etapa previa necesaria, de manera que restaurarlo carece de sentido como antídoto contra la decadencia.

La tercera fase será, en efecto, el liberalismo, rama secular del cristianismo reformado calvinista que constituye el fundamento ideológico y político del capitalismo. Papel fundamental en esta etapa de la degeneración europea lo desempeña la masonería, forjadora del mundo pseudo moderno cristiano-secularizado. Aquí ya no se presenta la ideología individualista como un fenómeno religioso, sino como una doctrina de derecho civil por encima de las religiones, una alternativa a las guerras de religión que define la libertad como tal y, por tanto, justifica la «democracia». La cual, a su vez, se nos vende como el criterio de legitimidad de la política y el Estado. Falsa democracia que nada tiene que ver con el concepto griego holista de la misma porque está inspirada en el modelo del sanedrín y la sinagoga. Relativizados quedan los dogmas teológicos sectarios, variables y en última instancia irrelevantes, para que puedan imponerse masivamente los valores judeo-cristianos subyacentes, idénticos en todas las iglesias bíblicas.

El Banco de Inglaterra.

El proyecto liberal-capitalista de libertad religiosa y de laicidad instituye, así, los fundamentos axiológicos judeo-cristianos como imperativos políticos procedentes del individualismo soteriológico-escatológico. El «reino de Dios» deviene estadio último de la historia entendida en términos de «progreso» (como un coito que culmina en el orgasmo) y la palabra «felicidad» (meta existencial ilusoria del «individuo») aparece en los frontispicios de las constituciones liberales en calidad de valor supremo de la sociedad “democrática” toda.

GLOBALIZACIÓN

– ¿Pero no lo comprendéis? ¿No tenéis ojos para ver algo que ha necesitado dos milenios para alcanzar la victoria?… No hay en esto nada extraño: todas las cosas largas son difíciles de ver, difíciles de abarcar con la mirada. Pero esto es lo acontecido: del tronco de aquel árbol de la venganza y del odio, del odio judío -el odio más profundo y sublime, esto es, el odio creador de ideales, modificador de valores, que no ha tenido igual en la tierra-, brotó algo igualmente incomparable, un amor nuevo, la más profunda y sublime de todas las especies de amor: – ¿y de qué otro tronco habría podido brotar?… Mas ¡no se piense que brotó acaso como la auténtica negación de aquella sed de venganza, como la antítesis del odio judío! ¡No, lo contrario es la verdad! Ese amor nació de aquel odio como su corona, como la corona triunfante, dilatada con amplitud siempre mayor en la más pura luminosidad y plenitud solar; y en el reino de la luz y de la altura ese amor perseguía las metas de aquel odio, perseguía la victoria, el botín, la seducción, con el mismo afán, por así decirlo, con que las raíces de aquel odio se hundían con mayor radicalidad y avidez en todo lo que poseía profundidad y era malvado. Ese Jesús de Nazaret, evangelio viviente del amor, ese «redentor» que trae la bienaventuranza y la victoria a los pobres, a los enfermos, a los pecadores -¿no era él precisamente la seducción en su forma más inquietante e irresistible, la seducción y el desvío precisamente hacia aquellos valores judíos y hacia aquellas innovaciones judías del ideal? ¿No ha alcanzado Israel, justamente por el rodeo de ese «redentor», de ese aparente antagonista y liquidador de Israel, la última meta de su sublime ansia de venganza? ¿No forma parte de la oculta magia negra de una política verdaderamente grande de la venganza, de una venganza de amplias miras, subterránea, de avance lento, precalculadora, el hecho de que Israel mismo tuviese que negar y que clavar en la cruz ante el mundo entero, como si se tratase de su enemigo mortal, al auténtico instrumento de su venganza, a fin de que «el mundo entero», es decir, todos los adversarios de Israel, pudieran morder sin recelos precisamente de ese cebo?

Friedrich Nietzsche, Genealogía de la Moral, Tratado I, &8.

Quien dice «humanidad», quiere engañar, afirmó Proudhon, pero «la humanidad» es un concepto cristiano que hace posible la globalización y el ascenso supremacista de la oligarquía transnacional. Todos somos hijos de Dios, luego hermanos. El judío permanece nacionalista (Antiguo Testamento); el gentil (ya sin patria: universalista en la humanidad) pertenece, en cambio, a la Iglesia, protoforma institucional del «ciudadano del mundo» (Nuevo Testamento). De ahí el término liberal (NT)-sionismo (AT), con dos sub-textos de lectura: el teológico y el político.

Sólo en el último estadio de la enfermedad degenerativa judeo-cristiana muéstrase con perfiles claros la oligarquía financiera sionista que actualmente controla el hemisferio occidental (a la espera de poder someter todo el planeta). La globalización consuma el capitalismo en forma de «mercado mundial/’paraíso'» de «paz». Sus raíces judeo-cristianas, liberales y masónicas son obvias, pero los “nacionalistas cristianos” (un oxímoron tan burdo como “círculo cuadrado”) y, singularmente, los católicos de extrema derecha, parecen incapaces de captarlas. Este dispositivo de dominación está formado por una élite (=elegidos, judíos) que se contrapone a la gente (=gentiles, europeos u otros pueblos no-judíos, sin excepción). Se autocumple de esta suerte la profecía judía. Tal presunta humanidad es aquel «pueblo de Dios» que Saulo de Tarso, el fundador histórico de judeo-cristianismo, promovió entre los gentiles para desnacionalizarlos y, en una acepción muy concreta de la palabra que se acostumbra a confundir, judaizarlos. El cristianismo, el Nuevo Testamento, en este sentido, es un «proceso», no un «estado». Y un proceso dual con dos mensajes antagónicos que fundamentan el liberalismo (para los gentiles, NT) y el sionismo (para los judíos, AT, léase: la Torah). Por eso cabe hablar de liberal-sionismo. En eso consiste hoy la derecha liberal y capitalista; y, actualmente, casi toda la derecha, incluida la tradicionalista (¿tradicionalista de qué, sino de la Biblia?).

EL JUDAÍSMO COMO IDEOLOGÍA RACISTA, SUPREMACISTA Y GENOCIDA (2). SUPREMACISMO

A fin de captar el significado de la palabra «cristiano» o, mejor, «judeo-cristiano», hay que recorrer el devenir histórico y observar las mutaciones del filosofema individualista, así como su conexión con el dogma del alma inmortal, del «yo puro» «sobrenatural» separado del cuerpo, es decir, la vacuidad ontológica del «individuo» como un ente autónomo, abstracto, calculador, «sobrenatural» y «metafísicamente anterior» a la comunidad nacional. La suma de los individuos des-nacionalizados conforma «la humanidad», una “multitud” (Negri), masa, correlato social inferior y simétrico de la oligarquía globalista.

FRANCESCA ALBANESE (RELATORA ESPECIAL DE LA ONU PARA PALESTINA): «EL UMBRAL DEL GENOCIDIO YA SE HA ALCANZADO»

El círculo, pues, se ha cerrado con la fundación del Estado de Israel y el escándalo de la primera potencia mundial, los EEUU, laborando voluntariamente al servicio del «pueblo elegido» (en la práctica, una potencia extranjera). La «ideología del Holocausto» ocupa el lugar de la crucifixión de Cristo como imaginario secular occidental. No se trata de una negación del cristianismo, sino de la consumación de su esencia procesual. En Yahvé adoraban los cristianos al dios judío, en Jesús al hijo de ese mismo dios; ahora adoran ya a toda la tribu: la oligarquía, pueblo sacerdotal elevado a la categoría de víctima con la que estamos eternamente en deuda por nuestros «pecados», emerge de forma explícita. [Un usuario de YouTube me sugirió que esta idea se corresponde muy bien con la cristiana de la Trinidad y aquí conviene leer a «de otra manera» a Joaquín de Fiore]. Deuda espiritual que, a su vez, exhibe también un significado groseramente material, o sea, económico: la deuda soberana de las naciones (gentiles) postradas ante la oligarquía financiera judaica, siendo así que todos los gentiles somos «culpables» del Holocausto por no «haberlo impedido». El discurso oligárquico de la Shoah deviene religión civil universal que la mayoría de los creyentes cristianos terminarán interiorizando en forma de sionismo gentil, es decir, en la creencia ciega de no-judíos que acatan la superioridad teológica, moral y política de los judíos en cuanto “pueblo escogido” por Yahvé, dios judío y único dios “verdadero”. La versión secularizada progresista cuestiona toda crítica del judaísmo como actitud «nazi» («mal absoluto») y postula, lógicamente pero ignorando fraudulentamente los hechos, la radical separación entre crímenes del sionismo y esencia del judaísmo. El sionismo sería «fascista», no «judío»: es lo que en otro sitio he abordado como «el colapso intelectual de la izquierda».

LAS MENTIRAS DE PABLO IGLESIAS O EL COLAPSO INTELECTUAL DE LA IZQUIERDA

PROGRESISMO

El fenómeno del individualismo es transversal a los conceptos de derecha e izquierda. Derechas e izquierdas confluyen en el libertarismo ácrata anti-Estado, que puede ser libertariano (derecha) o anarquista (izquierda). No obstante lo cual, para los «patriotas» cristianos sólo existe una preocupación, a saber: la «amenaza comunista», los rojos, el feminismo, la masonería, el movimiento LGTBIa los que acusan de «judíos». Ignoran que los movimientos de izquierda cosmopolita son también, como Nietzsche explicó de forma insuperable, secularizaciones anticlericales del cristianismo. La ideología anarquista resúmese, en efecto, en la siguiente fórmula: un liberalismo para pobres, imagen invertida del eleccionismo judío. Tampoco la fe «marxista» en un proletariado como «pueblo crucificado» de los explotados no es, en lo esencial —los valores—, distinta de la fe en la plutocracia burguesa en cuanto «pueblo elegido». Depende del momento histórico y de la posición relativa del nacionalista judío (abajo, en medio o arriba) dentro de la escala social. El judaísmo se derechiza a medida que asciende. Los que ayer eran trotskystas se convierten mañana en sionistas neocon. El proletariado encaramado en el poder se descubre a la postre —¡oh sorpresa!— como una oligarquía de funcionarios bon vivants.

La izquierda cosmopolita, universal y anti-nacional, individualista apátrida pro-inmigración, tan odiada por los ultras, resulta pues, como no podría ser de otra manera, la consumación del judeo-cristianismo secularizado en forma de milenarismo utópico-profético «proletario» (los hombres más propiamente hombres, que diría Merleau-Ponty) de «la humanidad», ideario barato, de mercadillo, al igual que las primeras «comunidades cristianas», que no en vano fueron descritas como un «bolchevismo de la antigüedad» (Hitler dixit).

En el cristianismo primitivo, utopía y profecía, el inminente «reino de Dios» en la tierra (la «esperanza»), van juntas. Las comunidades de dios cristianas (y de hecho asociaciones de «salvados») se pretendían comunistas pero universales, «humanas» (a diferencia, por ejemplo, de Esparta, comunista nacional y holista). Más tarde, ambos segmentos ideológicos se separan porque el judeo-cristianismo erígese en religión oficial del Estado imperial que legitima el poder del patriciado romano y de los ricos en general. A las comidas en común cada uno asiste entonces con sus propias viandas y no las comparte ya con sus hermanos de fe. ¡Un proceso muy similar al del comunismo (almacenes especiales para la nomenklatura) que tanto le reprocha la derecha cristiana a los rojos! Iglesia (ecclesía, ἐκκλησία) significa «asamblea», pero una asamblea mundial, sin límites, de los que donan sus posesiones a quienquiera —por ejemplo, un banquero judío— que pretenda robárselas, de los que aman a sus enemigos judíos y ponen la otra mejilla después de ser abofeteados por algún energúmeno del «pueblo escogido»… El cristiano es el súbdito perfecto de la oligarquía judía, una oveja —literal—; y como tal, se le cría en la sumisión al amo. No parece difícil, por tanto, detectar la figura de la izquierda cosmopolita, filosemita, pacifista y anti-nacional «progre» en el embrión del imaginario judeo-cristiano originario. El cristianismo, divide y vencerás del judaísmo, desarma y luego diluye «las Naciones» en pedazos ya inseparables —¡si es que se detiene ahí!— como los granitos de arena de una playa: en «individuos» (=indivisibles), caterva amorfa de temerosos y taimados hedonistas («quiero ser feliz») que, encima, concíbense también «antibelicistas» y renuncian a «la violencia»: ¿cabe, en efecto, concebir algo tan prometedor y útil como esta «ética del Sermón de la Montaña» para los siervos del más supremacista y criminal de los nacionalismos, a saber, del sionismo?

Los «patriotas» cristianos no pueden enfrentarse realmente a dicha izquierda («o comunión o comuna») porque este gesto supondría tener que cuestionarse a sí mismos su propio sistema de valores de forma radical y, ¡ay!, para ellos aquéllo que cuenta, lo más importante en sus vidas, no es otra cosa que la propia supervivencia personal eterna (en el más allá, en el «reino de Dios», en el paraíso…), es decir, esa «esperanza» que les permite ser felices en el más acá, en la iglesia, en la «sociedad de consumo»… «aunque sea mentira». Como en el caso del varón con vulva: importa la «felicidad del individuo», referente axiológico último tanto para el activista LGTB o la feminista cuanto para los zánganos y parásitos de derechas, los “señores inversores” (especuladores) o el «proletariado» del partido soviético (los proletarios «más» proletarios). La verdad, en definitiva, se sacrifica a la dicha, a la «ilusión» (estar «ilusionado», utopía social o trasmundo metafísico) y en esto consisten precisamente los valores de la fe (revolucionaria o teológica), léase: el judaísmo esencial en cuanto poder de la mentira sobre aquél ente, el Dasein, cuya posibilidad existencial fundamental consistiría, bien al contrario precisamente, en «poder fundar (=institucionalizar) la verdad» (Heidegger) en la razón y la ciencia (entendidas al modo griego, claro).

No son pues patriotas, sino felones, quienes apelan a la “patria” desde la derecha. La derecha cristiano-burguesa, también la más ferozmente anticomunista, puede condensarse en la siguiente metáfora: un banderín de enganche donde los grandes empresarios, usureros, políticos corruptos y saqueadores de la nación se incorporan al servicio (y servidumbre) de la oligarquía. De ahí su fijación patológica en el dinero, peaje simbólico y ritual (litúrgico) masónico-protestante de incorporación/iniciación a la élite, los «elegidos». Tras la Segunda Guerra Mundial, constatamos que las burguesías europeas se han desnacionalizado sin pudor alguno para incorporarse a la oligarquía. Porque no es cierto que la oligarquía esté formada sólo por judíos étnicos, sino, como ya hemos adelantado, ocurre que los candidatos a oligarcas se convierten apresuradamente al judaísmo y devienen miembros honorarios del «pueblo escogido».

¿QUÉ SIGNIFICA SER JUDÍO? OLIGARQUÍA Y SIONISMO

El judaísmo para gentiles —en definitiva: el judeo-cristianismo— no es hoy sólo una ideología, una etnia o una religión, sino ante todo el común denominador de cierto sistema de valores que recorre secretamente la intrahistoria y, en consecuencia, ostenta nombres diversos en cada fase del proceso: cristianismo, catolicismo, calvinismo, capitalismo, comunismo

No obstante lo cual, el beneficiario final de todo el proceso es el sionismo, es decir, un nacionalismo judío de extrema derecha (racista, supremacista y genocida) aparentemente muy difícil de distinguir de la ultraderecha cristiana antisemita standard que pretendía supuestamente combatirlo en calidad de New Israel, «nuevo pueblo escogido» (un puro plagio del Antiguo Testamento que no puede competir con el original). En todo caso, el judaísmo sí es esencialmente distinto del cristianismo en su sentido propio neotestamentario y sus consecuencias: promueve el sionismo desde una comunidad holista que derrota desde dentro todos los nacionalismos gentiles, disueltos por el judeo-cristianismo liberal-progresista en el ácido corrosivo del individualismo globalizante. De ahí que la ultraderecha occidental sirva de facto al sionismo (incluso como antisemita opera en el interior del universo cultural judío): es el sionismo cristiano, el creyente gentil voluntariamente arrodillado ante el «pueblo elegido» o queriendo ser él vanamente el verdadero elegido (antisemita cristiano), un fenómeno «asombroso» que, empero, sólo puede «sorprender» a quienes desconocen la naturaleza del propio cristianismo.

Jaume Farrerons PhD

La Marca Hispánica, 9 de agosto de 2017

Editado el 6 de octubre de 2024.

Reeditado para CARRER LA MARCA el 3 de diciembre de 2024.

HACIA LA AUTODESTRUCCIÓN DEL SISTEMA CAPITALISTA (1). EL PROBLEMA DEL CAPITAL FINANCIERO

Principios, normas y valores de esta publicación

https://carrer-la-marca.eu/wp-content/uploads/2020/12/adolf-hitler-13.jpghttps://carrer-la-marca.eu/wp-content/uploads/2020/12/adolf-hitler-13-150x150.jpgSETMANARI CARRER LA MARCACulturaUncategorizedextrema derecha,judeo-cristianismo,judeocristianismo,neoliberalismo,oligarquíaEL LIBERAL (NT)-SIONISMO (AT) COMO IDEOLOGÍA DE LA OLIGARQUÍA. El artículo que reproducimos a continuación no tiene pretensiones teóricas o académicas. Su finalidad es puramente propedéutica: intenta aproximar al lector a un tema que sólo puede ser tratado sistemáticamente empleando la jerga de la antropología. Para quienes aspiren a...Semanario online