Reproducimos a continuación sin comentarios un manifiesto de la Izquierda Nacional de los Trabajadores (INTRA) con motivo de la próxima campaña electoral, en la que este partido no participa pero sobre la quiere opinar.

CARRER LA MARCA

LAS MENTIRAS DE PABLO IGLESIAS O EL COLAPSO INTELECTUAL DE LA IZQUIERDA

1.-La Segunda Guerra Mundial fue el mayor conflicto militar de la historia. Enfrentó a las potencias capitalistas y comunistas contra las potencias fascistas. La oligarquía financiera occidental, aliada con la URSS de Stalin, destruyó Alemania, la principal potencia fascista, hasta sus cimientos y, acto seguido, prohibió el fascismo identificándolo con el “mal absoluto”; la figura de Adolf Hitler encarna desde entonces nada menos que un equivalente secular del demonio.

2.-Los vencedores definitivos de esa guerra fueron los oligarcas occidentales. La caída de Hitler y, luego, de la URSS (1989), no trajo empero la paz y la prosperidad al mundo, como había prometido la oligarquía. Antes bien, empezando por la bomba atómica arrojada por los EEUU sobre civiles, desde 1945 cincuenta y cinco millones de personas han sido exterminadas en las nuevas guerras e intervenciones “humanitarias” (¿?) de los oligarcas. Por si fuera poco, cientos de millones de personas perecen en tiempo real como consecuencia del sistema económico mundial oligárquico del gran capital. Así, setenta años después de su victoria militar, ya conocemos la verdad sobre la oligarquía, no nos pueden engañar. Sin embargo, incluso las gentes más suspicaces y críticas con «las élites» siguen aceptando a pies juntillas la versión y la imagen que la oligarquía ha impuesto en el mundo respecto de los derrotados en la guerra, es decir, de los fascistas. Los supuestos izquierdistas y progresistas cuestionan todas las mentiras y la propaganda de la oligarquía, pero el «relato» que la oligarquía institucionalizó sobre sus peores enemigos permanece, al parecer, como dogma incólume. Curioso absurdo.

3.- El nazifascismo fue el único movimiento histórico conocido que se enfrentó conscientemente a la oligarquía con ánimo de destruirla. La lucha contra la oligarquía era una de las finalidades fundamentales del nazifascismo. El fascismo es radicalmente anti-oligárquico y la oligarquía, por esta misma razón, fanáticamente antifascista. Y aunque el nazifascismo cometió muchos errores —gravísimos en algunos casos— que actualmente estamos moralmente obligados a condenar, no puede negársele el mérito de haber anunciado qué tipo de mundo crearían los oligarcas si Alemania perdía la guerra. Pues bien, ese futuro anunciado ha llegado ya y, en ese punto al menos, debemos admitir que la «anti-profecía» del nazifascismo se ha cumplido. Que ciertos pronósticos de quienes fueron derrotados luchando hasta el final eran acertados implica estimar la idea de que quizá caminamos hacia el horror absoluto, porque la oligarquía pretende exterminar a la mayor parte de la humanidad.

4.- La revolución significa, entonces y ahora, la destrucción de la oligarquía, su derrocamiento, enjuiciamiento y ajusticiamiento por crímenes de lesa humanidad en un nuevo juicio de Nuremberg. Se le aplicarán a la oligarquía las mismas leyes que se les aplicaron a los «criminales nazis». Los oligarcas no pueden pretender que esas leyes, y los dudosos métodos procesales que allí se emplearon, sean válidos para sus enemigos pero no para los propios oligarcas. La revolución comporta, entre otras cuestiones en las que ahora no vamos a entrar, juzgar el exterminio de millones de personas por parte de una élite financiera del 0.1% de la población que, no satisfecha con acaparar la mayor parte de la riqueza del planeta, pretende ahora recortar drásticamente el volumen demográfico de la humanidad para disfrutar de sus “propiedades” —obtenidas mediante la usura, el fraude, el saqueo y la violencia— sin la molesta compañía de quienes, según los oligarcas, representan meras «bocas inútiles» que no aportan nada. Olvidan que ellos mismos, los oligarcas, son inmundas garrapatas y que su riqueza, obtenida mediante la especulación, equivale a puro parasitismo social: ellos viven, en efecto, del trabajo de quienes explotan y son en todo caso los oligarcas, y no la gente, los que aquí «sobran».

5.-La pregunta es ahora: ¿cuál será el papel de la izquierda revolucionaria antifascista en esta revolución anti-oligárquica? La izquierda luchó aliada con la oligarquía contra el nazifascismo. No tuvo elección: Rusia defendía su territorio. Los soldados rusos, carne de cañón de la oligarquía, fueron decisivos en la derrota de Alemania. Pero esos soldados luchaban, hoy lo sabemos, para el triunfo final de la oligarquía, siendo así que el comunismo soviético, como ya hemos subrayado, desapareció cuarenta y cuatro años después de la muerte del Führer, dejando tras de sí un reguero de crímenes que supera con mucho, en número de víctimas, a los del propio fascismo: por cada víctima del fascismo se cuentan, en efecto, 10 del comunismo… y 100 del capitalismo liberal-sionista.

6.-Sin embargo, los izquierdistas que reivindican la victoria de Stalin sobre Hitler siguen declarándose antifascistas. Comparten con la oligarquía, no sólo el escueto mérito de ese resultado exitoso, sino la mitología toda de los oligarcas. Ante la evidencia de que no puede hablarse de revolución sin derrocamiento de la oligarquía, estos «izquierdistas» tienen la desfachatez de pretender que la oligarquía vencedora de la Segunda Guerra Mundial es de ideología nazi. Efectivamente, tanto la izquierda como la derecha liberal, que son corrientes internas del sistema oligárquico, han hecho correr el bulo del supuesto nazismo de la oligarquía. Para convencerse de ello y dar apariencia de racionalidad a su descabellada sinrazón, recurren a algunos pocos datos dispersos y anecdóticos sobre, por ejemplo, el suministro de gasolina de la Standard Oil, empresa de Rockefeller, al bando alemán (en cumplimiento de un contrato firmado en 1929, es decir, con la República de Weimar). Cualquier chuchería o baratija argumental les bastará, empero, para convencerse de lo que ya estaban convencidos porque es vital para ellos a efectos de seguir manteniendo su chiringuito. Buscan un arbusto que no deje ver el bosque y hasta se agachan de buen grado para que se lo tape mejor. Y mentirán como bellacos para ocultarse y ocultar la verdad de su complicidad y su responsabilidad histórica en el triunfo de los oligarcas, o sea: en la victoria militar de los mayores criminales de la historia, causantes de la espantosa situación actual. No vamos a negar que fueron los fascistas quienes atacaron a la URSS y no a la inversa. Antes bien, los comunistas, verdaderos revolucionarios, pactaron con el fascismo y fueron traicionados por Hitler, quien les invadió sin previa declaración de guerra. Así que hay también una responsabilidad indirecta del fascismo en la victoria de la oligarquía. Fueron en todo caso los capitalistas quienes, con plena libertad para elegir, prefirieron aliarse con Stalin antes que con Hitler. Un hecho que debería hacernos reflexionar a todos, incluidos los supuestos comunistas. ¿Por qué, si el fascismo es el mal absoluto, pactó el comunismo con Hitler? ¿Pensaba Stalin atacar «por la espalda» a Hitler, como arguyen algunos comunistas a fin de exculpar a Stalin de ese tratado, y Hitler se adelantó simplemente a una invasión soviética? ¿Por qué el capitalismo optó libremente por aliarse con el comunismo si el fascismo, según los comunistas, era la «dictadura del gran capital» instaurada expresamente para frenar la revolución proletaria? Es hora de emprender una meditación de comunistas y fascistas, cuya alianza en 1939 (y se trata de una mera evidencia geopolítica) habría derrotado, sin duda alguna, a la oligarquía. Que cada cual reconozca sus errores, que no son pocos, a fin de inaugurar una nueva era en la historia de la resistencia anti-oligárquica, cuyas menguantes fuerzas permanecen a día de hoy reducidas a poco más de cero.

7.- Pero en lugar de corregir su antifascismo y reconocer la verdad que les corresponde (nosotros ya hemos reconocido la nuestra), los falsos izquierdistas antifas cómplices de la oligarquía prefieren revolcarse en la mentira sistemática y, por tanto, en el engaño a los trabajadores. Este fraude representa el fin de la izquierda. El valor fundamental de la izquierda, como aseveró Marx, tiene que ser la verdad racional, el socialismo científico, y no utopías religiosas secularizadas basadas en «la esperanza». La historia no es un relato fantasioso del camino de la humanidad hacia el paraíso, sino la brecha donde se desvela la verdad del ser y el ser de la verdad (Heidegger). Para rescatar a la izquierda del lodazal antifascista hay que luchar contra los impostores que, como Pablo Iglesias, usurpan el espacio social revolucionario de la izquierda radical, aquel lugar del que históricamente surgió el fascismo y al que, a la postre, ha de volver para renacer de sus cenizas. A tales efectos, deberá surgir una nueva izquierda (nacional, anti-mundialista) dispuesta a reconocer, en primer lugar, la verdad histórica. Caiga quien caiga. (Y este gesto no lo podemos hacer nosotros: debe provenir de la izquierda).

8.- La falsa izquierda antifascista, un buñuelo de viento oligárquico, es incapaz de explicar por qué motivo una oligarquía nazi lucharía contra el nazismo hasta reducirlo a escombros y prohibirlo como “mal absoluto”. En este punto, silencio. Nada que decir ante la enormidad de la evidencia. A continuación, algún dato sobre ciertos nazis que, después de la guerra, colaboraron con los aliados (¡para salvar la piel!). O sobre el hecho que Hitler recibió dinero del gran capital alemán (con la intención de utilizar a Hitler contra el comunismo, por ejemplo). Como si esos datos pesaran más en la balanza que la abrumadora realidad de la Segunda Guerra Mundial, a saber, que capitalismo y comunismo lucharon unidos contra el fascismo a iniciativa del propio capitalismo. Y lo peor: que el comunismo, a diferencia del fascismo, se ha extinguido no como resultado de la acción de una fuerza militar enemiga, sino que ha implosionado —desde dentro— a consecuencia de sus propias contradicciones, inepcias, crímenes y fracasos.

9.- Y ahora veamos qué consecuencias tiene esta situación, este colapso intelectual de la izquierda, en la lucha política real, en la calle. Según Pablo Iglesias, la nueva ultraderecha internacional, encarnada por personajes como Trump, Bolsonaro, Boris Johnson, Abascal, Meloni y otros, es nazi-fascista. Poco importa que el principal ideólogo de dicha ultraderecha (verdadero rostro de la oligarquía que ya empieza a quitarse la máscara para emprender el asalto a la democracia liberal), Steve Bannon, se haya declarado sionista cristiano y su organización tenga sede en Jerusalén. Poco importa que todos esos políticos ultras sean clones de Benjamín Netanyahu, un sionista judío e israelí. ¿Cómo un nacionalista judío podría, sin embargo, ser «nazi»? Pero las preguntas sin respuesta que cuestionan el «relato» («dato mata relato») son ignoradas y, si insistes (te pones “pesado”), el señor Pablo Iglesias te bloquea en la cuenta de Twitter de su podcast “revolucionario” (rebelde, más bien, o sea, para uso y disfrute de payasetes progres).

10.- Que la oligarquía es sionista y no nazifascista constituye el meollo de aquello que el discurso de un Pablo Iglesias pretende ocultar a los trabajadores y, en definitiva, la esencia misma del colapso intelectual de la izquierda burguesa. Porque si reconoce el papel hegemónico de los nacionalistas judíos, de la extrema derecha judía, en el seno de la oligarquía, la narración progre y antifa Hollywood sobre el papel histórico de los nazis (el “relato”) se derrumba. Con ello, Pablo Iglesias y todos los impostores que son como él rinden un nuevo servicio a la oligarquía, la cual, como sabemos, es una criptocracia que se mantiene oculta a la visión del público mientras maneja los hilos de sus títeres políticos. Los progres-antifas que usurpan el espacio social revolucionario contribuyen a encubrir los crímenes de la extrema derecha judía imputándoselos a unos nazis inexistentes. Aportan su granito de arena a la perduración de la criptocracia y, por tanto, al engaño de las víctimas de la oligarquía, las cuales no pueden defenderse porque son incapaces de identificar a su enemigo.

CONCLUSIÓN

Pablo Iglesias y todos los que como él manipulan conscientemente la realidad histórica del fascismo merecen dos calificativos: felones y embusteros. Pero no es que mientan, su esencia misma es el fake, el fraude, el engaño a los trabajadores, como el buen amigo de Pablo, el traidor Alexis Tsipras, quien después de vender el pueblo griego a la oligarquía financiera hizo exactamente lo que prometió que nunca haría, a saber, pactar con Israel. No son éstos políticos o intelectuales verdaderos representantes de una izquierda revolucionaria y mucho menos genuinos comunistas, sino, a lo sumo, el ala izquierda del liberalismo, pero siempre dentro del sistema oligárquico antifascista que ganó la Segunda Guerra Mundial. No promoverán revolución alguna porque su papel como antifas es manipular a los trabajadores y montar guardia en el enclave social de la izquierda radical a fin de impedir que el fascismo, la izquierda nacional, vuelva a ocuparlo y desencadene la verdadera revolución, a saber, la revolución nacional. Porque democracia y soberanía nacional van juntas, no hay democracia sin soberanía nacional y la revolución sólo puede proceder de una izquierda nacional heredera del primer fascismo; de ello depende nada menos que la supervivencia de la humanidad.

Sólo este dato da la verdadera medida de la infamia que Pablo Iglesias encarna para todos aquéllos que nos hemos comprometido con la lucha anti-oligárquica hasta las últimas consecuencias.

Jaume Farrerons / Izquierda Nacional de los Trabajadores (INTRA)

Figueres, la Marca Hispànica, 21 de abril de 2023

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