EL PAÍS TIENE QUE CERRAR COMO CONSECUENCIA DE LA PROPAGACIÓN DE LA PANDEMIA PROVOCADA POR LOS SEGUIDORES DE TRUMP. Alemania ha gestionado la pandemia de forma muy eficaz y, si comparamos su caso con el del Reino Unido, la afirmación del ministro de educación británico de que «nuestro país es mucho mejor» suena ridícula. Gavin Williamson sólo pone aquí de manifiesto un patente, pero justificado, complejo de inferioridad. Transtorno que remite, en última instancia, a las fantasías bíblicas de Inglaterra como New Israel, nuevo pueblo escogido, que determinó la fusión entre el judaísmo, el sionismo y la aburguesada aristocracia anglicana. En todo caso, para resolver el «problema alemán», las agencias anglosajonas encargadas de redactar el libreto de la historia utilizaron supercontagiadores como la norteamericana —empleada en un establecimiento militar de este país— que propagó el virus por Baviera de forma deliberada. No fue, empero, suficiente. Los seguidores de Trump en Alemania, fervientes sionistas islamófobos, hicieron el resto del trabajo. La correlación entre zonas de alto nivel de contagio y voto ultraderechista ha puesto en evidencia que puede existir un vínculo causal. De esta manera, demuéstrase también que quienes provocan la ruina económica de los países son precisamente aquéllos que, de forma maliciosa, utilizan argumentos de ese tipo —«el remedio no puede ser peor que la enfermedad», «¡libertad, libertad!»— para oponerse a las medidas sanitarias del gobierno. 

https://intra-e.com/lamarca/index.php/2020/08/01/los-paises-con-mas-victimas-de-covid-19-estan-mandatados-por-fundamentalistas-biblicos-como-santiago-abascal/

Fuente: https://www.elperiodico.com/es/internacional/20201209/alto-riesgo-infectarse-regiones-alemania-11035960

La pandemia en Europa

El covid tiene mayor incidencia en Alemania en las zonas con mayor voto a la ultraderecha

El electorado radical se muestra mucho más reticente a las restricciones impuestas por las autoridades

Las últimas semanas han mostrado una llamativa evolución de las nuevas infecciones por covid-19 en Alemania: análisis de las cifras muestran una tendencia a que aquellas zonas en las que el voto a la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) fue mayor en las elecciones federales de 2017 sufran una mayor incidencia del virus. Las preguntas que quedan por responder es si hay una relación de causalidad entre los dos fenómenos, si hay otros factores –edad predominante, densidad de población, infraestructura sanitaria, etcétera– que también contribuyen a esa correlación o si se trata de una simple coincidencia.

“Se da la peculiaridad de que algunas regiones con un alto voto a AfD también están especialmente afectadas por el coronavirus. Hay algunas posiciones y comportamientos que podrían explicar esa relación”, explicaba esta semana en un hilo de Twitter Mathias Quent, académico especializado en extrema derecha, y director del Instituto para la Democracia y la Sociedad Civil de la Universidad de Jena.

Aunque Quent insiste en que no se trata de casos aislados, sino que hay una clara y relevante tendencia estadística, también insiste en que no hay una demostración científica ni un estudio sistemático que demuestre una relación de causalidad entre los dos fenómenos. “Las correlaciones no son causalidades. Los altos resultados electorales de AfD y la alta incidencia del virus podrían coexistir sin que una cosa influyera en la otra”, puntualiza.

Movimiento anticorona

A falta de un estudio estadístico sistemático que lo demuestre, queda analizar cuál ha sido la posición de la ultraderecha alemana de AfD desde el inicio de la pandemia:  ha sido, en efecto, el único partido con representación en el Bundestag que se ha acercado al importante movimiento anticorona alemán, uno de los mayores de Europa, que aúna bajo un mismo paraguas al movimiento antivacunas, a militantes de lo esotérico, a pequeños empresarios que ven sus negocios peligrar por las restricciones, y también a neonazis y ultraderechistas.

Algunos de sus diputados han participado a título individual en las heterogéneas marchas que se vienen organizando en Alemania desde el pasado marzo para protestar contra las restricciones económicas y de libertades individuales que las autoridades han aprobado para frenar la pandemia.

Alternativa para Alemania – que hasta ahora ha sido el único partido que ha celebrado un congreso presencial desde el inicio de la pandemia a pesar de las recomendaciones de reducir al máximo los contactos sociales – coquetea con el negacionismo e incluso ha intentado hacer bandera del rechazo a las restricciones para intentar capitalizar electoralmente el descontento generado.

En mínimos electorales

Curiosamente, AfD no ha tenido de momento éxito: la semana pasada algunas encuestas le daban un 7% de intención de voto, su nivel más bajo desde que entrara en el Bundestag en el 2017 con un resultado que sorprendió a muchos: el 12,6%, lo que convirtió al partido en la mayor tercera bancada del parlamento federal.

https://intra-e.com/lamarca/index.php/2020/08/05/bolsonaro-acusado-de-genocidio-ante-el-tribunal-de-la-haya/

Curiosamente, el éxito inicial de las medidas sanitarias alemanas ha dado pábulo a los negacionistas de extrema derecha —y de otros variados pelajes políticos e ideológicos— para cuestionar la existencia misma de la pandemia:

Fuente: https://elpais.com/internacional/2020-09-05/la-paradoja-del-exito-aleman-que-los-ultras-quieren-explotar.html

La paradoja del éxito alemán que los ultras quieren explotar

Multitudinarias protestas reclaman el fin de las restricciones en un país modélico en contener la pandemia

ANA CARBAJOSA

Berlín – 05 SEP 2020 – 19:23 CEST

Hay un país en el mundo en el que no ha habido confinamiento, no hay obligación de llevar mascarilla por la calle, no se han colapsado los servicios sanitarios, la cifra de muertos se ha mantenido relativamente baja, la escuela funciona con normalidad y han llovido millones de dinero público para sufragar los estragos de la covid-19. Es también el país donde decenas de miles de personas se manifiestan contra las restricciones que ha supuesto en sus vidas la pandemia. Bienvenidos a Alemania.

Stephan Bergmann es uno de los rostros visibles de Querdenken (pensamiento lateral), el movimiento nacido en Stuttgart que logra sacar a decenas de miles de personas a la calle. Hace dos meses, en una manifestación, le entrevistaron en una televisión web y el vídeo se hizo viral. Desde entonces, este experto en sanación con piedras y tambores arenga a las masas desde los escenarios y ejerce de portavoz de la organización.

Explica que Querdenken es una organización paraguas, que opera con grupos descentralizados en el país y que tienen millones de seguidores. Protestan por “la restricción masiva de derechos fundamentales como el de manifestación. Para protestar, hemos tenido que acudir a los tribunales”, dice Bergmann, en alusión a la autorización de última hora para la gran marcha de Berlín. Destaca la ruina económica que la pandemia ha supuesto para los artistas o los organizadores de eventos y se opone a la obligación de llevar mascarilla, que en Alemania se aplica en lugares cerrados. “Debe ser una decisión individual”.

Como él, unos 38.000 coviescépticos —un millón según los organizadores— salieron a la calle en Berlín hace una semana y el calendario anuncia nuevas convocatorias. Es un grupo heterogéneo en el que participan contrarios a las vacunas, hippies, libertarios, conspiranoicos y ultraderechistas. Niegan que el virus sea para tanto, rechazan las vacunas y declaran la guerra a la mascarilla. Beben de fuentes científicas alternativas y anteponen sus derechos individuales a cualquier decisión política y colectiva. Junto a una mayoría pacífica que proclama la paz, el amor y los derechos fundamentales como religión, desfila la ultraderecha alemana en pleno, decidida a aprovechar la oportunidad desestabilizadora única que les brinda la pandemia.

Partidos y grupos neonazis fueron los protagonistas del amago de tomar el edificio del Parlamento hace una semana, logrando la alarmante foto que buscaban y la condena en tromba de toda la clase política alemana. Un día antes, la canciller, Angela Merkel, se mostraba consciente de un malestar muy minoritario, pero con un potencial explosivo. “El virus supone una imposición para nuestra democracia”.

Lo cierto es que cunde un cierto desconcierto entre la clase política y también académica en torno a las movilizaciones. “Puede que una parte no esté politizada, pero son un síntoma de los tiempos de incertidumbre en los que vivimos y buscan respuestas en las conspiraciones”, interpreta Hans Vorländer, director del Centro para la Investigación Constitucional y Democrática de la Universidad de Dresde, quien habla de gente “muy empoderada, que siente que la pandemia no existe y que se niega a que restrinjan sus derechos individuales”.

Los que salen a la calle no dejan de ser una minoría muy ruidosa en un país donde las encuestas confirman que la inmensa mayoría (casi el 90%) apoya las medidas del Gobierno. El alemán medio les trata con desdén y les han colgado la etiqueta de “covidiotas”, contra la que se han rebelado ante la justicia. La fiscalía de Berlín ha dicho, sin embargo, que sí, que la libertad de expresión permite ese apelativo también en boca de Saskia Esken, la líder de la socialdemocracia que la utilizó.

Parte de la explicación radica en que Alemania es víctima de la paradoja del éxito, o de la prevención como la llaman los especialistas. Porque para muchos alemanes, el virus invisible sigue siendo algo lejano. Muy presente en los medios de comunicación, pero sin presencia real en sus vidas. “¿Conoces a alguien que lo haya tenido?”, es una pregunta que en seguida espetan los manifestantes. En España, la respuesta sería obvia, pero en Alemania, mucho menos.

Un estudio reciente de More in Common indica que apenas un 11% de los alemanes conoce a alguien contagiado, frente por ejemplo al 39% de los británicos. Aquí, la combinación de un buen sistema de salud, una buena gestión y pedagogía política y tal vez cierta suerte han logrado que el virus haya estado hasta cierto punto controlado y que la cifra de víctimas mortales —9.324 en un país de 83 millones de habitantes— sea comparativamente baja. “¿En qué otro país preferiría estar esta gente?”, se preguntaba esta semana Jens Spahn, el ministro de Sanidad, abucheado en actos públicos. El éxito es a la vez su condena.

Esta semana, en una de las manifestaciones más reducidas en Berlín, Harald Wilfer, un profesor jubilado que llegó desde Darmstadt, en el oeste del país, protestaba como los demás, a cara descubierta. Explicaba que lleva toda la semana en la capital de protesta en protesta porque “nos restringen el derecho de opinión y manifestación”. Hacer semejante afirmación en público, mientras se manifiesta, no le parece en sí misma una contradicción. “La policía podría pararte”, dice en alusión a la nueva norma regional que obliga a llevar la mascarilla en las manifestaciones de más de 100 personas. Vestido con un panamá y con un fular de colores al cuello, Wilfer lo deja claro: “Yo no tengo mascarilla. Cuando entro en el metro, me cubro con el pañuelo”.

Respuestas simples

Jan Rathje, experto en ultraderecha de la fundación Amadeu Antonio, explica que los que se manifiestan “leen mucho de biología, pero no entienden cómo funciona la sociedad ni las contradicciones propias de una democracia. Quieren respuestas inmediatas y abrazan como verdad absoluta la información que reciben. Tratan de explicar la pandemia de un modo muy simple. No entienden que para salvar a la gente es necesario recortar derechos”. Rathje sostiene que el nexo entre la ultraderecha y los manifestantes pacíficos es “el enemigo común, las élites que quieren imponer su voluntad”.

También participa en las protestas Claudia Rosa, de 52 años, que verbaliza otro de los temores más escuchados. “Tememos que nos obliguen a vacunarnos contra el así llamado coronavirus. No sabemos el efecto secundario de una vacuna que se ha fabricado muy rápido. Esta es una enfermedad que no es mortal para todos. No se puede encerrar a toda la sociedad porque unos pocos la tengan. Esto no había pasado nunca”.

Rosa dice que saldrá a la calle cada día, hasta que el Gobierno “se haga responsable de lo que nos han hecho. Hay gente con depresiones. Hacemos que los niños enfermen con la mascarilla”. Rosa dice que son “gente pacífica”, que quieren “amor” y que ella nunca antes había participado en manifestaciones. Siempre había sido de izquierdas, aunque ahora asegura estar desconcertada y no sabría a quién votar. Sus nuevas creencias, confiesa, le han costado la ruptura con familiares y amigos. “Hay mucha gente que todavía no se da cuenta”, dice convencida de que ella sí ha visto la luz.

“TRUMP ESTÁ EN BERLÍN”

Tamara K., una joven naturópata del oeste del país, es ahora conocida en toda Alemania. El pasado fin de semana incitó desde el escenario a los manifestantes a tomar el edificio del Reichstag. “Trump está en Berlín”, se desgañitaba propagando sin escrúpulos una noticia falsa.

El experto en ultraderecha Matthias Quent, director del Instituto para la Democracia y la Sociedad Civil de Jena, habla de una expansión de las teorías conspirativas de ultraderecha que circulan por EE UU, como los seguidores de QAnon, y de una trumpificación. “Hemos visto en los mensajes de Telegram que el objetivo era tomar el edificio del Reichstag», señala Quent. Indica que Trump se ha convertido en un ejemplo, “es el mesías”, señala el investigador, que acusa a la ultraderecha alemana, AfD, de fomentar la radicalización abonando el terreno al “esparcir noticias falsas y negar los hechos”. “La estrategia pasa por politizar la frustración asociada al coronavirus”, sostiene.

Destacan también los expertos la presencia del antisemitismo en las protestas. Este es evidente entre los que relativizan el Holocausto al portar una estrella en la pechera, emulando la insignia amarilla utilizada por los nazis para estigmatizar a los judíos, o entre los que identifican a figuras de la comunidad judía como grandes enemigos en sus teorías conspirativas.

Este reparto de los papeles, donde partidos de ultraderecha sionista acusados, empero, de «nazis», realizan el trabajo sucio que unas autoridades supuestamente angélicas no pueden realizar abiertamente, tampoco puede ser considerado una mera casualidad. Esperemos que en España la gente no comenta el mismo error con Vox.

Figueres, la Marca Hispànica, 17 de diciembre de 2020

https://intra-e.com/lamarca/index.php/2020/10/01/ultraderechistas-el-virus-no-existe-pero-es-chino-y-comunista-como-bill-gates/

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