EL OSCURANTISMO RELIGIOSO JUDEO-CRISTIANO CRECE PELIGROSAMENTE EN LA PRIMERA POTENCIA MUNDIAL. Dos datos: en los años noventa del siglo pasado, las encuestas indicaban que el 69% de los estadounidenses creía a pies juntillas en los ángeles, pero en una encuesta del 2006 ese porcentaje había ya subido al 81%. En la actualidad, si la tendencia se ha confirmado, puede presumirse que la inmensa mayoría de los estadounidenses acepta la existencia de esos seres, la cual va acompañada de otras más inquietantes, a saber, la realidad de los demonios, entes malvados que pueden posesionarse de ciertas personas —las cuales deberían ser exterminadas— o la venida del apocalipsis contemplada como algo positivo, siendo así que precede a la del mesías judío y la instauración del reino de dios en la tierra. Las críticas de la teocracia iraní, los eslóganes sobre riesgo de que fanáticos religiosos controlen el botón nuclear, entre otros tópicos, nunca se hace extensiva a países como el Estado de Israel, que dispone de un arsenal nuclear ilegal, o a los EEUU, que pueden destruir varias veces el planeta como pretende haberlo hecho su dios Yahvé en la remota protohistoria mediante el recurso genocida al diluvio universal, antecedente del anatema judío. La sustitución de Trump por Biden, el segundo presidente católico de los EEUU, no modifica en absoluto este sustrato ideológico del país, incompatible en última instancia con la ciencia, la democracia, el librepensamiento racional e ilustrado, el progreso tecnológico y, en definitiva, la modernidad social entroncada en la tradición grecorromana y laica de Occidente. Se aproximan, por tanto, tiempos de batalla cultural entre Grecia (la razón) y Judea (la fe), donde una de las cuestiones planteadas será si esa tradición precristiana, pagana, de la cultura europea, equivale a materialismo moral o si, por el contrario, es portadora de su propia forma de espiritualidad. En la foto, estatua del ángel exterminador

DONALD J. TRUMP: “YO SOY EL ELEGIDO POR DIOS”

EL PLANETA AMERICANO Y EXTREMO OCCIDENTE

Dos obras, El planeta americano (1996), de Vicente Verdú, y Extremo Occidente (2008), de Juan Carlos Castillón, nos ilustran de forma amena sobre ciertos aspectos de la cultura y la sociedad estadounidenses que las oponen radicalmente a Europa. Según Verdú:

No hay nación en todo el mundo con mayor porcentaje de práctica religiosa, ni país con más parroquias por habitante. Si existe un pueblo en el que la vida pública se encuentra empapada de religiosidad, ese pueblo es Estados Unidos. Un 60% de la población asiste a los oficios semanalmente, y nueve de cada 10 americanos ignoran la especulación de que «Dios ha muerto». El 75% reza una o más veces al día. El 28% una hora o más (op. cit., p. 29).

Pero la cosa no termina ahí. La entera vida social está empapada de fanatismo oscurantista, intolerante y agresivo:

En cada momento arrecian las soflamas religiosas en la radio o en la televisión. (…) A comienzos de los años noventa se pusieron de moda los ángeles. Una encuesta de la revista «Time» en diciembre de 1993 confirmaba que un 69% de los norteamericanos creían en la existencia de estos seres sobrenaturales, y un 32% afirmaba haber sentido personalmente alguna vez en su vida la presencia de una o más de estas criaturas (op. cit., p. 30).

Pasamos así de los delirios a las alucinaciones.

Castillón es todavía más contundente:

Son muchos los cristianos norteamericanos que, al margen de su origen étnico o su confesión religiosa, al leer la Biblia se identifican con el Pueblo Elegido. Estados Unidos es, para muchos de sus ciudadanos, a la vez el paraíso terrenal, la tierra prometida de la Biblia, e incluso el instrumento de la voluntad de Dios que tiene más del Yahvé vengativo del Antiguo Testamento que del Jesús que perdona en el Nuevo. (…) Tanto el católico Kennedy, justo antes de tomar posesión del cargo como presidente de Estados Unidos, como el no muy religioso Reagan, en su discurso final antes de abandonar la presidencia, coincidieron en citar un sermón pronunciado por el puritano John Winthrop en 1630, «La ciudad en lo alto de la colina», que habla de la América que los colonos puritanos construirían como una sociedad perfecta, dirigida por Dios, admirada por su rectitud por los pueblos de la tierra, implacable con el pecado (op. cit., p. 269).

Ese presunto Pueblo Elegido es el Nuevo Israel (op. cit., p. 272). Estos «elegidos», que pueden estar en contacto con «dios» y los «ángeles», sufren a menudo un proceso de conversión que permite identificarlos como born again («renacidos»), algo así como unos creyentes fanáticos de Yahvé, el dios judío:

¿Qué es un born again? ¿Qué significa ser renacido? Es una definición acuñada en el siglo pasado en las iglesias evangélicas norteamericanas con la que se autodefinen los que creen que han sido tocados por Dios y aceptan a Jesucristo como su salvador y guía personal en la vida adulta. Según Gallup en diciembre de 2001, un 46 por ciento de los cristianos norteamericanos se consideraban renacidos. Los born again han pasado de ser un elemento marginal en las iglesias evangélicas y la sociedad norteamericana a ser parte de su corriente principal, sobre todo con la presente administración. Es imposible comprender el elemento mesiánico que subyace a la invasión de Irak, más allá de los intereses económicos y petroleros, sin comprender que Bush cree haber sido llamado por Dios para hacer su trabajo en la tierra (Castillón, op. cit., p. 302).

Un born again es así una suerte de robot o zombi bíblico al servicio de Israel. Pero no estamos sólo ante marginales o pobres diablos: incluso presidentes de los EEUU pueden representar ese papel. El ex alcohólico renacido George W. Bush era un born again. Y disponía del botón nuclear para hacer realidad la profecía del Armagedón anhelada por Reagan. Más recientemente hemos sufrido por la bomba ambulante que encarnaba el grotesco Donald Trump como si se tratara de una excepción, un caso raro, olvidando que en cualquier momento un born again puede lograr la presidencia de la nación y desencadenar una guerra de dimensiones planetarias.

LOS EEUU COMO AMENAZA PERMANENTE A LA PAZ MUNDIAL

Conviene, en este punto, recordar unas palabras del ex presidente Ronald Reagan, un antecedente muy claro, pero aparentemente más presentable, de Donald J. Trump:

Todas las demás profecías que tenían que haberse cumplido antes de Armagedón han tenido lugar. En el capítulo 38 de Ezequiel se dice que Dios tomará a los hijos de Israel de entre los paganos en cuyo seno se han dispersado y los reunirá de nuevo en la tierra prometida. Finalmente, esto ha ocurrido después de 2000 años. Por primera vez en la historia, todo está en su sitio para la batalla del Armagedón y la Segunda Venida de Cristo… Quizá seamos la generación que vea Armagedón.

Pueden hallar la ideología milenarista reaganiana desarrollada en el libro de John Hagee Ataque a los Estados Unidos de América. La historia de «América» es empero, en realidad, una sucesión de genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: desde el exterminio de los amerindios autóctonos a la última guerra de Irak. Nada hace pensar que la llegada de Joe Biden al poder vaya a cambiar esto, porque, insistamos en este punto, el problema no es Trump, sino los EEUU en cuanto New Israel, pueblo elegido por «dios» para imponer una teocracia judaica a todo el planeta. Trump representa sólo la caricatura detestable de un proyecto histórico delirante que avanza inexorablemente hacia su consumación. Los norteamericanos son, en su mayoría, clones de Trump, porque Trump ha sido «diseñado» a imagen y semejanza de las masas bíblicas del país. En este sentido, puede afirmarse que los EEUU constituyen una amenaza permanente para la paz mundial. Podemos preguntarnos cuál va a ser la próxima guerra estadounidense y, a buen seguro, no nos equivocaremos.

LA HISTORIA DE EEUU ES EL EXPEDIENTE POLICIAL DE UN ASESINO EN SERIE

LA AMERICANIZACIÓN DE EUROPA Y EL OCASO DE LA CIVILIZACIÓN

Es hora de que Europa tenga el valor de plantearse un futuro propio basado en la tradición pagana precristiana, cuyos logros —la democracia, la filosofía, el librepensamiento racional e ilustrado, la ciencia, el progreso tecnológico…— superan con mucho en valor el inmenso retroceso cultural que supuso la inoculación judía del imaginario bíblico en el mundo occidental. Los europeos no le debemos nada al judeo-cristianismo: antes bien, el Libro representa un obstáculo para la realización de nuestro propio proyecto civilizatorio. Esa religión intolerante y criminal aniquiló la civilización grecorromana antigua y, si no nos concienciamos de lo que está sucediendo ante nuestros ojos en tiempo real, destruirá la modernidad europea. El judeo-cristianismo —y todos sus derivados religiosos, incluido el islam— conlleva, en una palabra, nuestra desgracia. Todavía no es demasiado tarde, sin embargo, para rescatar la verdadera herencia axiológica y cultural europea, pero este camino pasa por alejarse, cada vez más profundamente, de la cultura estadounidense. En cualquier caso, se opone a la americanización de Europa, consigna seguida desde 1945 por demasiados de nuestros políticos.

Figueres, la Marca Hispànica, 27 de enero de 2021

¿POR QUÉ TODOS LOS GENOCIDIOS NO PUEDEN SER MEDIDOS POR EL MISMO RASERO QUE EL HOLOCAUSTO?

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