¿POR QUÉ LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN OMITEN LA PROCEDENCIA DE LOS SACKLER, DUEÑOS DE PURDUE PHARMA? Einstein, Epstein, Weinstein. Se habla de los inmigrantes Sackler, pero cuesta encontrar algún medio de comunicación o incluso video de YouTube que vaya más allá del modosito «procedentes del Este de Europa». Y si alguno reconoce su judaísmo, el dato tendrá un valor puramente anecdótico y sin consecuencias para la ponderación de los hechos. En realidad, los Sackler —que huyeron del antisemitismo católico polaco— son judíos sionistas, generosos benefactores del genocida Estado de Israel. Si alguno de ellos hubiera resultado agraciado con un premio Nobel, nos recordarían sin lugar a dudas, y hasta el hartazgo, su idiosincrasia étnica. De hecho, una de las «noticias» que a los gentiles nos repasan habitual y regularmente por la cara es que buena parte de los premios Nobel, muy por encima del porcentaje de población que representan como grupo/etnia (¿pero no eran una religión?), son judíos. ¡Como si la concesión de estos galardones obedeciera siempre a razones objetivas y méritos reales, antes que a dudosísimas cuestiones políticas! En cualquier caso, y por poner un ejemplo conocido, todo el mundo sabe, porque se ha difundido y repetido a machamartillo, que Albert Einstein es judío, no alemán (renunció a su nacionalidad alemana para escabullirse del servicio militar), a pesar de que la fe religiosa nada tenga que ver con los conocimientos o logros científicos. Einstein fue educado como científico en Alemania y luego en la Suiza de habla alemana, siendo así que la educación talmúdica estricta excluye la ciencia, la lógica y la filosofía en cuanto tentaciones del diablo. Otra cosa ocurre con personajes como el pederasta Epstein o el violador Weinstein. En Einstein el genio es judío, pero antojaríase horrendamente antisemita recordar que Epstein o Weinstein son judíos. Y lo mismo sucede con los Sackler, Bernard Madoff o Sam Bankman-Fried. [Arthur, Mortimer, and Raymond Sackler, the three children of Jewish immigrants from Galicia and Poland, grew up in Brooklyn in the 1930s. All three of the siblings went to medical school and worked together at the Creedmoor Psychiatric Center in Queens.] Esta información no es, por tanto, nada misterioso, conspiranoico u oculto. Pero si los periodistas omiten el dato, ¿quién que no esté sobre aviso irá a buscarlo a la Wikipedia a menos que desconfíe por principio, o sea, quién sino alguien que no sea ya un nazi? Sin embargo, razonemos un poco: el Nobel enaltece no sólo los méritos personales, antes bien, al perecer, también ese maravilloso judaísmo que no deja de recordársenos, luego: el mismo criterio debería entonces poder aplicarse a los deméritos. Algo judío ¿el inexistente gen judío? convierte en geniales a los más grandes genios, pero otro tanto habrá que presumir con respecto a los más grandes criminales. En realidad, puestos a abundar en el tema, la creencia religiosa que define al judaísmo influiría más en las pautas de conducta morales que en la inteligencia. No hay nada especialmente inteligente en la creencia judía como religión excepto el imperativo pedagógico de memorizar desde la infancia miles de fragmentos de la Torah o el Talmud; en cambio, el judaísmo sí puede ostentar cierta relación causal significativa con los valores comportamentales de las personas educadas en esa fe. Ahora bien, aquéllo que premian los Nobel de la Paz es una determinada condición moral —y no un conocimiento o creación artística, pero tres premios Nobel israelíesde la PazMenachem Begin, Shimon Peres e Yizthak Rabintres, tres, tres son criminales racistas o terroristas. ¿Lo son? Sí. «Nosotros también éramos terroristas». No hay más preguntas, su señoría. Dato mata relato, que diría Pablo Iglesias. Conclusión: tenemos derecho a informar, recordar y subrayar que los Sackler son judíos y, por ende, que puede existir una relación esencial entre el crimen de lesa humanidad que este clan oligárquico sionista ha perpetrado contra el pueblo de los EEUU y su ideología supremacista.

En los medios audiovisuales, el clásico para informarse sobre los crímenes perpetrados por el clan sionista Sackler es el documental de HBO «El crimen del siglo». Aquí el trailer:

En ningún momento, empero, se menciona siquiera que los Sackler sean judíos, circunstancia que nos llevaría a preguntarnos si son, así mismo, sionistas y pro-israelíes. También tenéis la serie «Dopesik»:

En este caso no podemos pronunciarnos sobre el tema porque no hemos podido visionar todavía la obra. Estos documentos no son obviamente de libre acceso, sino de pago y no todos podremos contrastarlos. Así que os recomiendo la siguiente entrevista basada en la obra clásica sobre el tema, a saber, El imperio del dolor:

Se observará que nada dice el autor motu proprio respecto al judaísmo de los Sackler. Una introducción relativamente rápida y documentada al crimen de los Sackler, basada en el mismo libro, aunque con muchas reservas por los delirantes comentarios finales sobre el libre mercado, la tienen aquí:

Este es, además, el único video donde se menciona rapsódicamente, es decir, sin abundar en el espinoso asunto, que los Sackler son judíos. Pero el youtuber tampoco tira del hilo. La principal fuente de información sobre el caso sigue siendo el texto escrito, en este caso un libro de más de 700 páginas, de Patrick Radden Keefe:

Dedicaremos varios artículos a las fechorías de los Sackler y sus consecuencias, a saber, la crisis de opioides de los EEUU que ya está llegando a Europa y fue provocada por esta pandilla de criminales sionistas. Ahora nos interesa únicamente ilustrar cómo los medios de comunicación han minimizado el judaísmo de los Sackler con menciones meramente puntuales o la omisión pura y simple de la patata caliente.

UN SOCIÓLOGO DE FAMA MUNDIAL AFIRMA QUE LOS JUDÍOS CONTROLAN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

MANIPULACIÓN POR MINIMIZACIÓN U OMISIÓN

Cuando decimos que la prensa del sistema manipula, la gente interpreta que miente, pero las mentiras de la prensa no consisten normalmente (aunque a veces sí) en fake news, sino, como hemos explicado reiteradas veces, en la minimización u omisión de información relevante. Más incluso que «relevante»: esencial para entender aquéllo que realmente está sucediendo. En este caso, el judaísmo de los Sackler, condición de posibilidad de su sionismo, su criminal ataque genocida a los trabajadores blancos, etc. En efecto, cuando introduces «Sackler» en el buscador aparece lo siguiente (si no añado fragmento alguno bajo el enlace significa que el artículo omite la procedencia étnica de la familia y, consecuentemente, cualquier reflexión en torno a ese tema):

Los Sackler, la dinastía sin escrúpulos que amasó su fortuna convirtiendo en drogadictos a miles de personas.

De filántropos a parias: la familia Sackler tras la crisis de opiáceos de Estados Unidos.

Los primeros Sackler estadounidenses nacieron de una pareja de inmigrantes de Europa oriental.

Quiénes son los Sackler, la familia que amasó su enorme fortuna mientras desataba la crisis mortal de opioides.

Arthur, Mortimer y Raymond Sackler nacieron durante las dos primeras décadas del siglo XX en el seno de una familia de judíos europeos que se asentó en el distrito neoyorquino de Brooklyn.

Un tribunal de Nueva York protege a los Sackler, la familia que desató la epidemia de opiáceos en EE UU.

Los Sackler, la reservada familia de multimillonarios a la que señalan de beneficiarse con la crisis de opioides en Estados Unidos.

La gran dinastía del engaño americano.

Los Sackler, la dinastía sin escrúpulos que se enriqueció con la crisis de los opioides.

Los museos ya no quieren ni el dinero ni el nombre de la familia Sackler.

Los tres hermanos Sackler se criaron en Brooklyn, Nueva York, hijos de inmigrantes judíos polacos.

‘Dopesick’, «el juicio que nunca tuvo la familia Sackler» por enganchar a Estados Unidos a sus pastillas.

Un juez de Nueva York impone a una farmacéutica el pago de 4.500 millones, pero protege a los dueños.

Los Sackler, la saga de filántropos que inició la pandemia de droga que asola EEUU: más de medio millón de muertos.

Un acuerdo judicial hecho a la medida de los Sackler: La familia multimillonaria obtiene protección legal frente a demandas civiles vinculadas a la crisis de los opioides.

Opioid Epidemic Hearing Wrap Up: Sackler Family and Purdue Pharma Profited Off Human Misery.

Ascenso y caída de la familia Sackler por los opioides.

La dinastía más peligrosa de América no son los Trump ni los Gates sino los Sackler, inventores de la droga legal que mató a Prince y a Michael Jackson (y ha envenenado al país).

Los Sackler, acusados de convertir a miles de ciudadanos en drogradictos.

Los filántropos que envenenaron Estados Unidos.

LA FAMILIA SACKLER LLEGA A UN ACUERDO CON OCHO ESTADOS PARA RESOLVER LAS DEMANDAS POR OXYCONTIN.

Los Sacklers pagarán 6.000 millones por las demandas de opiáceos de Purdue.

Podríamos continuar, pero hemos mostrado la tónica general con las primeras páginas del buscador y allí donde era posible leer el artículo (que ha sido en la mayor parte de los casos): con estos ejemplos bastaría para concluir que el tema es minimizado u omitido por la inmensa mayoría de los medios de comunicación (confirmando de paso la tesis de Johan Galtung incrustada supra).

EEUU VASALLO DE ISRAEL (3). EL TRIBUTO

¿POR QUÉ ES IMPORTANTE?

Resulta sorprendente que los sitios de izquierda anticapitalista ignoren una cuestión que fue subrayada por el mismísimo Karl Marx. Podemos estar seguros de que Pablo Iglesias, ese presunto periodista honesto que denuncia las fake news de la derecha, se alineará con los medios de comunicación oligárquicos que ocultan determinadas informaciones-clave en todos los asuntos de importancia. Sin embargo, hay excepciones (aunque con matices, como veremos). El siguiente artículo procede de una página anarquista y ha sido redactado por el sociólogo de izquierdas James Petras:

Exterminio del proletariado blanco y pobre en los Estados Unidos.

¿Cómo? ¿Un plan de exterminio racial? ¿Genocidio de trabajadores blancos pobres perpetrado por oligarcas judíos? Pero, ¿acaso me he confundido y estoy en un sitio conspiranoico y nazi? No. Compruébenlo ustedes mismos. Además, por si fuera poco, el documental de la HBO citado arriba acredita la alianza entre Purdue Pharma, la firma de los Sackler, y la empresa Johnson&Johnson, dirigida por un militar estadounidense pero (¡ay, este «pero»!) estrechamente vinculada a Israel y, por ende, a la ultraderecha sionista. Porque los Sackler no son sólo judíos, sino, insistamos en este dato fundamental, también sionistas, algo que cabe presumir porque han concedido donaciones a dicho Estado racista y genocida de apartheid:

Pero lo que pocos conocen es que la escandalosa fortuna de los Sackler, con la que ofrecen becas, compran arte, crean fundaciones e instituciones, patrocinan salas en el Louvre y en el Museo Británico, abren escuelas en Israel y fundan decenas de programas científicos, académicos y culturales por todos lados, tiene un pasado oscuro.

Fuente: Los Sackler, la reservada familia de multimillonarios a la que señalan de beneficiarse con la crisis de opioides en Estados Unidos.

El sionismo de Johnson&Johnson —aliado principal de Purdue Pharma en la matanza de obreros blancos— ha provocado que la empresa sea incluida en la campaña BDS de boicot comercial al Estado de Israel:

http://www.inminds.co.uk/boycott-johnson-and-johnson.html

Johnson&Johnson, empresa modélica, ya fue pillada fabricando polvos de talco cancerígenos para bebés:

Johnson & Johnson retirará en 2023 del mercado global el talco para bebés tras las acusaciones que lo relacionan con el cáncer.

https://boicotisrael.net/ca/

En suma, un currículo empresarial que, aunado con el de los Sackler, no resulta nada tranquilizador y susceptible ser investigado por cualquier periodista (¡o mero ciudadano practicante!) que no haya sido lobotomizado por el «antifascismo» al uso. Para expresarlo en términos más crudos: el oro obtenido del genocidio blanco se metamorfosea mágicamente en evidencia deslumbrante a efectos de alimentar el mito del «milagro israelí», es decir, la «superioridad» del «pueblo elegido».

MARÍA-PAZ LÓPEZ: «EN SUS PRIMEROS ESCRITOS KARL MARX MOSTRÓ TICS ANTISEMITAS QUE LUEGO CORRIGIÓ»

Reproduzco íntegramente la traducción para Rebelión, reproducida en La Haine, del artículo de James Petras:

Plan de recetar hasta la muerte: la «peste blanca» del siglo XXI

James Petras – La Haine

Exterminio del proletariado blanco y pobre en los Estados Unidos

En el curso de los dos decenios pasados en los EEUU se registraron cientos de miles de fallecimientos prematuros [i] por culpa de médicos que recetan de forma totalmente irresponsable calmantes y demás depresores del sistema nervioso central, como los tranquilizantes, los cuales provocan enviciamiento, y también a causa de las contraindicaciones de tales medicamentos, cuyas consecuencias son mortales. El hecho innegable es que esos fallecimientos corresponden en su inmensa mayoría a individuos que son raza blanca y pertenecen a la clase trabajadora y a la clase media baja que vive en las regiones rurales y en las ciudades en las que cerraron las fábricas [ii] .

La clase dirigente y los grandes mandamases de la oligarquía decidieron, con toda discreción, desprenderse de esa parte del país porque consideran que «sobra». La víctima y los parientes que la sobreviven carecen de la más mínima posibilidad de conseguir que se les indemnice para reparar la negligencia general y la codicia que llevan al enviciamiento y a la muerte. El gobierno en su conjunto y la prensa, que obedece a la oligarquía, omiten deliberadamente informar de las causas últimas de la epidemia e investigarlas en consecuencia, y lo único que se puede leer y escuchar son las clásicas peroratas, pomposas y superficiales, sobre el problema.

Se examinarán en primer término las proporciones y los pormenores de la epidemia y se señalarán las causas últimas, tras lo cual se expondrán soluciones.

Cotejo de cifras

En el concierto de los países adelantados de Europa y Asia los EEUU pueden reivindicar la dudosa distinción de que cuentan con la tasa más elevada de aumento del fallecimiento prematuro de individuos jóvenes y adultos de extracción obrera y de clase media baja [iii]; ese aumento de la mortalidad prematura no se registra siquiera en los países que no son tan adelantados, salvo en los tiempos de guerra. Tal devastación, que es exclusivamente propia de los EEUU, se concentra en la población blanca, pobre y con escasos estudios que vive en los pueblos y ciudades pequeñas y en las regiones rurales.

El fenómeno ya no se puede ocultar: en el curso de los dieciséis años pasados (2000 a 2016), la tasa de fallecimiento del obrero norteamericano que tiene de 50 a 54 años de edad se duplicó y pasó de 40 a 80 por 100.000 [iv] . Por el contrario, en Alemania la tasa de mortalidad del individuo de características semejantes descendió de 60 a 42 por 100.000 y en Francia lo hizo de 55 a 40 por 100.000 (2). Además, en los EEUU la tasa de mortalidad del obrero blanco marginado aumentó en comparación con la cifra correspondiente a la población negra y a la procedente de América Latina. Dicho aumento de la muerte prematura señala un notable deterioro de las condiciones de vida de una fracción descomunal de la población de los EEUU. Los fallecimientos se atribuyen fundamentalmente a la notable alza del suicidio, a las complicaciones que acarrean la obesidad y la diabetes, y muy particularmente, al «envenenamiento», concepto genérico en el que, además del alcohol, los estupefacientes, y, sobre todo, los analgésicos narcóticos que receta el médico, cabe un amplio espectro de contraindicaciones.

A juicio de algunos pretendidos «especialistas» que «dominan» el problema del vicio con medicamentos, el alza de la tasa de mortalidad del obrero de los EEUU se atribuye a «la mundialización y la automatización» (3). Eso es un ejemplo de lo que se denominan explicaciones «superficiales» o «falsas», y se llaman así porque el fenómeno no se registra en los demás países industrializados; en efecto, incluso si se consideran el Japón, el Canadá y el Reino Unido, cuya economía se transformó por causa de la «mundialización» y de la moderna automatización, en ninguno de ellos se observa que aumente la mortalidad de la parte fundamental de la población.

La mortalidad del obrero del Reino Unido, Canadá y Australia se mantiene estable en unos cuarenta fallecimientos por cien mil, o sea, la mitad de la tasa de los EEUU, pese a que esos países no presentan grandes diferencias en lo que respecta a las características demográficas y a la cuota del mercado mundial. La clave para comprender el presente fenómeno radica en la atención que el capital y la estructura dominante de los EEUU prestan a las necesidades de la mano de obra, que ya no resulta necesaria por causa de la transformación que se opera en la economía

En los EEUU el obrero blanco adulto, mal remunerado y que, con suerte, cursó la enseñanza secundaria, sobre todo el que cumple labores manuales, registra una mortalidad que cuadriplica la de aquel otro que fue a la universidad. El aumento espectacular de la mortalidad en dicha categoría demográfica se corresponde con la mayor proporción de obreros y sus familias que ya no gozan de la debida atención médica a cargo del patrón. La desaparición de los puestos de trabajo seguros y bien remunerados de la industria fabril provoca que se extiendan los fallecimientos prematuros en dicha capa de la sociedad.

En otras palabras, las muertes evitables en el mundo del trabajo aumentan de forma paralela al éxodo de fábricas al extranjero, la automatización y la contratación de obreros inmigrantes y de obreros autóctonos sin seguro y que trabajan por horas, todo lo cual acarrea que desaparezca la atención médica completa que recibe la clase trabajadora, pero precisamente gracias a eso es que la tasa de ganancia del gran de capital puede aumentar sin pausa. En otras economías capitalistas adelantadas de Europa y Asia se mantienen intactas las instituciones de salud pública y previsión social, que son de carácter universal y cumplen debidamente la misión de aliviar el daño que causan a la salud del obrero la mayor inseguridad del puesto de trabajo y el deterioro de las condiciones de vida. Dichas instituciones de salud pública salvan millones de vidas y ése es uno de los contrastes más marcados que separan a la medicina de los EEUU de la que está vigente en el resto del mundo industrializado.

EN «LA BASE» DE PABLO IGLESIAS TAMBIÉN SE MIENTE

El «OxyContin» [v] , la peste blanca

La causa última de la descomunal alza de la mortalidad de obreros en los EEUU es, ante todo, la decisión que tomó la clase capitalista de suprimir la atención médica general y en buenas condiciones de que gozaba el trabajador a la vez que se rebajaba el salario y se enviaban al extranjero muchos puestos de trabajo. Por esa causa, y en vista del descenso de su ingreso, el obrero no puede darse el lujo de pagar para sí y para su familia las sumas astronómicas que representan la prima del seguro de salud, la consulta al médico y la receta y la franquicia. Tampoco tiene para pagar la abultada factura de la «terapia física y rehabilitación» cuando sufre un accidente, todo lo cual explica que prefiera que le receten un analgésico narcótico gracias al que podrá soportar el dolor crónico [vi] mientras sigue trabajando.

En segundo lugar, el personal médico (médicos, enfermeras y auxiliares médicos) está sometido a fuertes presiones del patrón para que dedique el menor tiempo posible tiempo al paciente que padece de dolor crónico y lesiones por accidentes del trabajo, sobre todo, los que cuentan con recursos limitados. El salario y la retribución extraordinaria dependen generalmente del número de pacientes que se atienden por día. La clásica receta, especialmente cuando se prescriben narcóticos, sedantes, ansiolíticos y somníferos, ahorra tiempo y dinero al médico y al hospital privado. Muy rara vez recibe el obrero accidentado y el que sufre de dolor crónico el examen detenido de la historia, el debido reconocimiento, el diagnóstico serio y el consiguiente tratamiento y vigilancia posterior, pues todo eso cuesta mucho dinero.

Las sociedades farmacéuticas fabrican miles de millones de opioides de síntesis [vii] , de muy bajo costo de producción, pero cuya ganancia es descomunal, pues rinden muchísimo más que los denominados «medicamentos estrella». Los multimillonarios dueños de los laboratorios que se dedican a los analgésicos narcóticos contratan a legiones de vendedores que visitan a los médicos y a las clínicas del dolor, aprovechando que operan en un ramo que carece prácticamente de reglamentación y que es ajeno por completo a la intervención y vigilancia del Estado capitalista. Los valedores de la industria farmacéutica gastan cientos de millones de dólares en los políticos y jerarcas públicos para proteger su ganancia, aún a costa de que aumente el número de muertes por sobredosis de quienes no pueden vivir sin el opioide que le receta el médico. La falta absoluta de intervención del Estado en la presente epidemia no tiene parangón en el mundo industrializado. Esa malévola indiferencia prueba que existe un darwinismo social, tácito, pero de carácter oficial, y que opera en las más altas esferas; es la misma ideología y práctica que antes era patrimonio exclusivo de los más ardientes defensores del fascismo y de las teorías de la eugenesia.

Nota: el darwinismo social no procede del fascismo, sino del liberalismo y, más en concreto, del filósofo liberal Herbert Spencer. Los fascismos fueron, en este aspecto, Estados sociales proteccionistas y nacionalizadores incompatibles con el liberalismo. Así que, en este punto, Petras miente para hacerse perdonar el contenido del artículo y dejar claro (¡faltaría más!) que él no es «nazi«.

¿Qué da al gran capital impunidad para el asesinato?

El envenenamiento con los narcóticos recetados y con la mezcla de tranquilizantes, alcohol y estupefacientes, de consecuencias mortales, es la primera causa de fallecimiento prematuro, y evitable, en el mundo del trabajo. También debería figurar en la categoría de fallecimiento por sobredosis el obrero que pasa del vicio del estupefaciente que le receta el médico al estupefaciente que se vende en la calle, pues, en última instancia, el vicio que padece comienza en el hospital que lo atiende. Aunque nunca lleguen a conocerse, el traficante de la calle es socio del mundo de la empresa privada y de esas clínicas del dolor, que siempre están relucientes de limpias.

Las muertes prematuras por sobredosis causan increíble sufrimiento a los amigos y parientes de la víctima, pero a los ojos del «gran capital» constituyen un hecho favorable, y por esa razón la epidemia ha permanecido casi oculta por espacio de dos decenios. La prensa de los pueblos de provincia acostumbra a dedicar extensos y conmovedores párrafos en recuerdo del abuelito fallecido en los que no faltan tiernas palabras acerca de la enfermedad que se lo llevó, mientras que la muerte por sobredosis del padre adulto o de la madre que fue despedida del trabajo es llorada en el anonimato y en silencio.

El fallecimiento prematuro del obrero por sobredosis engrosa considerablemente la ganancia del patrón, pues así disminuyen los gastos generales en concepto de despido, pensión, medidas de seguridad en el trabajo y cuantos otros gastos en atención médica corran de cuenta de la empresa. Se extingue el subsidio de paro y la contracción de la población trabajadora hace que bajen los tributos municipales destinados a sufragar la enseñanza y los servicios y provoca que se contraiga también la demanda de servicios sociales. No es coincidencia alguna que el marcado aumento de la muerte prematura de obreros coincida con la increíble concentración de riqueza en manos de los grandes oligarcas de los EEUU.

En tales circunstancias, la fuerte merma del salario y de los derechos sociales sumada a la mayor inseguridad del puesto de trabajo hace cundir un miedo profundo en el mundo del trabajo. La mayor parte de las veces el obrero que ve con terror la pobreza en que quedará sumida su familia por la pérdida de un puesto de trabajo decente continúa trabajando a pesar de que se encuentre accidentado o enfermo y para llegar a duras penas al fin de la jornada tiene que tomar estupefacientes legales y de otro tipo. Combate el estado de inseguridad, la ansiedad y el insomnio con otros medicamentos que, a su vez, agravan el riesgo de sobredosis. El miedo y el clima envenenado que reina en el lugar de trabajo lo obligan a abstenerse de solicitar la licencia de enfermedad y una buena terapia física rehabilitadora por la vía del seguro de salud de la empresa.

Los calmantes más «eficaces» y que están respaldados por una enorme propaganda, como el OxyContin, suelen ser los que provocan un enviciamiento más veloz y de consecuencias mortales. Los representantes de la industria farmacéutica que visitan clínicas y hospitales se encargan de ocultar deliberadamente la peligrosa naturaleza enviciante de esos «medicamentos milagrosos». La víctima de tales fármacos enviciantes es casi siempre el obrero mal pagado y el que no tiene trabajo, y el médico que hace la receta es un fiel servidor del patrón capitalista y de las grandes farmacéuticas. Los laboratorios cuentan con la protección de las altas esferas del Estado y, a su vez, los funcionarios de jerarquía «media» se encargan de proteger a los propietarios y al personal médico de los hospitales y las clínicas del dolor, que están en manos privadas.

Los autores de ese asesinato colectivo por sobredosis sacan un provecho descomunal y con total impunidad del caos que se provoca, pero no ocurre lo mismo con el pequeño traficante callejero que puebla las atestadas y gigantescas prisiones de los EEUU. No hay un solo organismo federal, policial o de seguridad que siquiera se atreva a perseguir y enjuiciar a los propietarios de esas enormes sociedades farmacéuticas. En efecto, el brazo de la seguridad y la justicia del Estado hace de cómplice del enviciamiento colectivo, aunque los agentes de policía no son más inmunes a los narcóticos con receta que las enfermeras y demás personal médico que deben tratar a las víctimas de los accidentes de trabajo. En realidad, el problema de la muerte por sobredosis de medicamentos narcóticos que afecta al personal médico y del servicio de seguridad (incluidos los frecuentes casos de suicidio por sobredosis de quienes pierden el puesto de trabajo por culpa del consumo de narcóticos) constituye una tragedia pública de la que no se tiene noticia y por la cual nadie llora. Tampoco escapan al problema los soldados que regresan de las guerras imperiales en el Medio Oriente y el Sudeste Asiático.

Las contradicciones de una sociedad que otorga impunidad a los capitalistas que perpetran esa epidemia de muerte (la «guerra del opioide» [viii] contra la clase obrera sobrante) y, al mismo tiempo, gasta miles de millones de dinero del Estado para encarcelar al pequeño traficante de la calle y al cliente ilustran que el gobierno federal y el de los estados se encuentran sumidos en el caos y les resulta imposible intervenir como se debe en favor del ciudadano.

Nota: Sobrante y blanca, un pequeño detalle que Petras debería explicar… ¿Por qué blanca? Pero no podría hacerlo sin ser acusado de nazi y perder su plaza de profesor universitario.

Con oportunidad de las elecciones internas y presidenciales del año pasado y la difusión por radio y televisión de las respectivas campañas (por primera vez), los políticos nacionales fueron interpelados en numerosas ocasiones por los ciudadanos de los pueblos de provincia que estaban alarmados por la devastación que sufren por culpa de los medicamentos narcóticos y la muerte por sobredosis. El candidato Trump hizo varias declaraciones sumamente emotivas acerca de la cuestión y, por su parte, resulta interesante destacarlo, la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, no hizo la más mínima mención al problema a lo largo de la campaña, a pesar de que no cesó de pregonar y vanagloriarse de los «logros» que ella había conseguido en el campo de la salud.

Nota: Como ya se referenció en algunos de los videos recomendados supra, el candidato Trump, un tapado de la oligarquía sionista para engañar a los trabajadores blancos, mintió una vez más y no hizo absolutamente nada para encarcelar a los Sackler. Cuyo delito, hay que decirlo, los autores intelectuales del genocidio sólo podrían pagar con una condena a muerte (¿en la cámara de gas?). El acuerdo de inmunidad penal de los Sackler se firmó bajo el mandato de Trump.

En los últimos meses las proporciones que reviste el fallecimiento por sobredosis en los pueblos pequeños y en el campo provocaron movilizaciones populares que reclaman que el Estado haga algo. Como era de esperar, entonces se reunió rápidamente un pequeño ejército de catedráticos, especialistas y entendidos, y asociaciones privadas (ONG) y se presentó para reclamar más fondos para «investigación, formación y tratamiento». Los mismos propietarios de las clínicas del dolor, que llevan a tantos a caer en el vicio de los medicamentos, decidieron ampliar el campo comercial y ahora se denominan «clínicas de rehabilitación», cuyo fin es complementar la labor de las asociaciones de apoyo a la víctima y que proliferan como hongos después de la lluvia.

Ninguna de esas empresas oportunistas, más que discutibles, se propone «instruir» políticamente y movilizar al obrero enviciado con medicamentos y al resto de la ciudadanía para reclamar que se cree una institución nacional de salud pública universal como hay en otros países en los que no existe el problema del envenenamiento por medicamentos. Ni siquiera se encargan del problema de los accidentes de trabajo y de que el obrero sea tratado con opioides porque no se le presta un servicio de rehabilitación y terapia física. Los profesionales de la medicina prefieren remitir al paciente a los centros de tratamiento, en los que el problema del vicio se tratará con medicamentos que lo agravan, como la metadona, en vez de hacer frente a las consecuencias devastadoras de la quiebra de las instituciones de salud pública de los EEUU, que están en manos de los seguros de salud privados que buscan el lucro a toda costa, y en consecuencia, organizarse para atender como se debe al paciente.

Del mismo modo, las instituciones de trabajo y los sindicatos del ámbito federal y estatal omiten cuidadosamente hablar de los estragos que la epidemia causa en la mano de obra. En un editorial del «New York Times» del 16 de octubre de 2016 se señala que millones de hombres en edad de trabajar se encuentran totalmente fuera del mercado de trabajo por causa de «dolor e incapacidad» y una parte considerable de ellos vive con analgésicos narcóticos. El efecto prolongado es obvio: el tratamiento enviciante con dichos medicamentos destruye la disciplina interna del obrero, que es imprescindible para que la industria produzca. Sería inimaginable que los industriales y los gobernantes de Alemania y de China aceptaran las consecuencias prolongadas de tal fenómeno. Ése es apenas un brillante ejemplo que revela la actitud arrogante y displicente con que la oligarquía y el mundo de la política de los EEUU tratan a la mano de obra del propio país.

Los asesinos y sus víctimas se califican por su clase social y no por los «estudios» o los «conocimientos de informática» que posean. Los capitalistas de la industria farmacéutica producen mortíferas mercancías que se distribuyen con astronómicos recargos en decenas de miles de farmacias. Los destinatarios de esa mercadería son el trabajador y el individuo de clase media baja que cae víctima del envenenamiento.

Por su parte, los capitalistas y los oligarcas no tienen la más mínima necesidad de recurrir al seguro de salud, pues tienen a su disposición sus propias y exclusivas clínicas de lujo que son atendidas por el correspondiente cuadro de médicos de renombre y enfermeras que les brindan la mejor atención que se conoce. A ellos jamás se les ocurriría permitir que sus parientes fueran tratados con esos medicamentos enviciantes que devastan la vida de millones y millones de ciudadanos inferiores y los cuales les hacen ganar enormes sumas de dinero. Aunque uno nunca pueda ver y, mucho menos, visitar esas clínicas de lujo, no es difícil entender las consecuencias mortíferas que provoca ese apartheid en el campo de la medicina.

Haciendo gala de un optimismo que no es extrañar, la prensa de los EEUU da cuenta de que, gracias al problema de la mortandad por sobredosis, los hospitales que realizan trasplantes cuentan ahora con numerosas partes del cuerpo que son necesarias. ¡No se consuela quien no quiere!

La clase capitalista que ha desencadenado esa «guerra del opioide contra la clase obrera» no tiene el menor problema en donar decenas de millones de dólares a los candidatos a la presidencia y los demás dirigentes de los partidos políticos para asegurarse de que las autoridades que designen en los denominados organismos de inspección del Estado se esfuercen por proteger sus ganancias en vez de la salud pública del ciudadano. Los oligarcas gozan de inmunidad casi total y eterna de dichos organismos fiscalizadores.

Nota: Los oligarcas judíos gozan de impunidad, no así otros empresarios «gentiles» menores, que han sido encarcelados por la misma causa —como documentaremos en su momento— para dar «ejemplo» de la eficacia (¿?) de la justicia en EEUU (algo que ya había sucedido con los responsables del Gran Crack financiero de 2008).

KARL MARX SOBRE LA CUESTIÓN JUDÍA

Si, alguna vez el escándalo de las inmensas pérdidas de vidas humanas que causan los medicamentos que envenenan llega por casualidad a afectar su vida refinada del mundo de la filantropía de las bellas artes y demás actividades de la élite, tienen a su disposición legiones de «moralistas» de la prensa y del mundo oficial que se encargan de culpar a las víctimas por los hábitos malsanos que les arruinan la vida.

Una de esas compañías es Purdue Pharmaceuticals, que fabrica el OxyContin y que es propiedad de la familia Sackler, cuyos fundadores pertenecen a la cúpula de los filántropos de la cultura de los EEUU. Desde que, en 1995, comenzó a girar en el ramo de los calmantes, lucrativo como no hay otro, el OxyContin redituó a la Purdue 35.000 millones de dólares y los Sackler pudieron entrar en el Olimpo de los archimillonarios del país. A ninguno de los conservadores de las Galerías Sackler y del ala Sackler del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York se le ocurriría hacer una exposición de «realismo social» que ilustre el inmenso sufrimiento y muerte que los medicamentos de sus patrones causan a millones de individuos de clase baja; pero ocurre que los gustos cambian y el «realismo social» ya no está de moda en el apartheid de clase que los Sackler y sus amigos impusieron en el país.

Los estudios serios y rigurosos sobre la evolución demográfica también han quedado anticuados. Un antiguo director de la Administración de Alimentación y Farmacia (FDA) sostiene que la moda de recetar opioides de forma indiscriminada constituye uno de los «mayores errores de la historia de la medicina moderna», pero no hizo nada para contener la epidemia durante el período en el que estuvo al frente del organismo (1990 a 1997) ni para llamar la atención acerca de sus devastadoras consecuencias después de que dejara el cargo. En efecto, el doctor David Kessler [ix] esperó hasta hace muy poco para sumarse al coro de quienes lamentan la epidemia de opioides a raíz del sonado fallecimiento por sobredosis de Prince, la estrella del rock, y fue solamente entonces que escribió un artículo de opinión en el «New York Times» del 6 de mayo de 2016 [x] .

Los profesores de universidad reciben subsidios de las grandes fundaciones nacionales para «estudiar el problema de los opioides» con el fin de elucidar particularmente los trastornos psicológicos que padece la víctima de sobredosis y las patologías sociales del traficante de la calle. Eso desvía la atención de los laboratorios farmacéuticos, que lucran con la epidemia, y de los gobernantes del capitalismo, que prepararon el terreno para ese envenenamiento colectivo en todo el país.

Pero, el ascenso en la universidad, el reconocimiento de los colegas y los jugosos subsidios de investigación no son para quien cometa la tontería de señalar con el dedo a las farmacéuticas asesinas, las peligrosas condiciones de condiciones de trabajo, las horas extras, la escasa paga, el aumento de los accidentes de trabajo y las enfermedades y la desesperación que hacen que el obrero pase de manos de la empresa asesina a manos del «papá laboratorio», ni tampoco para el que se atreva a denunciar a los médicos que estimulan al trabajador a que recurra al veneno de los calmantes en vez de reivindicar aumento de salario, mejor atención médica, mejores condiciones de trabajo y un futuro de verdad para su familia.

Es urgente que se tomen medidas en serio. La realidad de los cientos de miles de fallecimientos por culpa de la «receta de la muerte» y de los millones de víctimas del vicio de los medicamentos deben reclamar que se cree una fiscalía especial nacional que se dedique de forma exclusiva a desentrañar las causas últimas de esta epidemia que no remite y las cuales radican en el ánimo de lucro que mueve a la élite social y económica del país. La investigación deberá encaminarse a perseguir a la extensa red de chantajistas y propiciadores, en la que caben desde los valedores de los laboratorios farmacéuticos y los jerarcas del Estado corruptos hasta los médicos y los periodistas, porque la presente epidemia afecta a decenas de millones de trabajadores y a su familia, amigos, compañeros de trabajo y al medio en el que viven. ¿Y dónde están los defensores del niño que representen los intereses de los miles de hijos de madres de las comarcas rurales atrapadas por el OxyContin que nacen con el síndrome de abstinencia neonatal y que desbordan la capacidad de los hospitales del campo y de los pueblos?

Soluciones

La cadena que forman el enviciamiento con medicamentos y la muerte por sobredosis obliga a hacer algo más que propaganda con las típicas fotos de los centros de tratamiento de los pueblos. En efecto, hay que encarar decididamente el problema de los opioides con receta y enjuiciar en consecuencia a los laboratorios criminales, y perseguir, sobre todo, a los capitalistas que explotan al obrero vulnerable, le niegan protección, condiciones de trabajo seguras y la atención médica debida.

Nota: Pretender, a estas alturas, que se puede contener un genocidio perpetrado por la oligarquía sionista con medidas legales y administrativas en el marco político estadounidense —recordemos: el modelo de García-Trevijano— es una ingenuidad que sólo pone en evidencia no ya la frivolidad, sino la preocupación de este universitario, el cual ha renunciado al «ascenso» en la escala jerárquica, pero teme perder incluso su plaza de docente respetable (como le sucedió a Norman G. Finkelstein) si dice la verdad, toda la verdad, y no sólo «una parte» de la verdad.

Se impone una transformación fundamental de la relación del capital y el trabajo en este país.

Los planes del capital, que merman el salario y la seguridad del obrero, obligan a contar con un ejército de reserva más numeroso, que forman los desocupados y los trabajadores mal pagos. Habiendo tantos obreros autóctonos que sufren incapacidad por accidentes y otros que están apartados del mundo del trabajo por culpa del enviciamiento, se debe recurrir a la mano de obra procedente del extranjero, cuyo país de origen se encargó de que esa mano de obra creciera, estudiara y se preparara para la vida, con el consiguiente gasto. En otras épocas eso se llamaba «éxodo de cerebros», pero ahora es el «éxodo de cerebros y de músculos hábiles». Gracias a los recursos que gastan otros países para criar e instruir a la mano de obra que luego emigra, el capitalismo y los gobernantes de los EEUU pueden recortar drásticamente el gasto social que se destina a instruir y cuidar la salud del trabajador autóctono.

No hay otra forma de contrarrestar ese fenómeno en los EEUU que instaurar una norma de inmigración que sea racional, calibrando bien previamente el número, composición y condiciones de la mano de obra nacional. Hay que poner límites al poder que tiene el capital de contratar y despedir libremente al obrero estadounidense y de arrasar en consecuencia pueblos y regiones enteras.

Los valedores de los grandes laboratorios farmacéuticos y los organismos oficiales de inspección, que lucraron o simplemente pasaron por alto el gigantesco problema del vicio de los medicamentos y la muerte por sobredosis, deberán recibir el mismo trato que el delincuente que mata y el que causa lesiones.

Los médicos, que deciden recetar grandes dosis de medicamentos narcóticos muy potentes que llevan al enviciamiento y a la sobredosis mortal, deberán ser reeducados y sometidos a vigilancia, si no quieren perder la licencia y verse obligados a responder ante la justicia. Desde los primeros momentos de la epidemia, conocían la naturaleza de dichos medicamentos que provocan enviciamiento. No son pocos los propios médicos y personal auxiliar que quedan «enganchados». Los que explotan las denominadas «fábricas de píldoras», en las que se recetan y venden alegremente toda clase de remedios, deberán ser castigados con severas penas, es decir, largos años de reclusión. Los profesionales de la medicina podrían haber decidido pelear para que el paciente accidentado tuviera la rehabilitación y terapia física necesarias, pero por su avaricia y voracidad contribuyeron al desastre actual. ¿En qué se distinguen, realmente, de los psicólogos de renombre que contrata el gobierno de los EEUU para inventar métodos de tortura?

Sin embargo, hay otros que intentaron dar la alarma. No se puede dejar de reconocer y recompensar a los farmacéuticos, médicos, enfermeras y organismos de inspección que resistieron la presión de recetar y estimular el consumo de los opioides con meros fines de lucro y, en vez de ello, procuraron intervenir para proteger al paciente vulnerable y alertar del problema. Muchos de ellos sufrieron represalias en la vida profesional por su conducta de «denunciante». La medicina de los EEUU se rige por el lema «primero el lucro y después el paciente», lo cual explica que sea la única nación industrializada en la que ocurre el presente fenómeno demográfico; eso debería servir de moraleja a aquellos países que piensen instaurar los principios yanquis en el campo de la medicina y, en particular, los métodos lucrativos que se aplican para tratar el «dolor» crónico, con las consecuencias mortales ya conocidas. En un artículo de investigación aparecido hace poco en Los Angeles Times y que se titula OxyContin goes global – «We’re only just getting started» [xi] [«El OxyContin al asalto del mercado internacional: ‘Esto es apenas el principio'»] (18 de diciembre de 2016) se explica con detalle la multimillonaria campaña emprendida por los laboratorios que fabrican opioides para radicarse en otros mercados y se documenta el abrupto aumento de los fallecimientos por sobredosis.

El elemento imprescindible para resolver esta crisis descomunal radica en que se instaure en todo el país un régimen universal de salud pública y que el Estado se haga cargo de él. ¿De dónde saldría el presupuesto necesario? De suprimir las exenciones tributarias a los ricos y de repatriar y gravar los billones (1.000.000.000.000) de dólares de beneficio que las sociedades yanquis guardan en los paraísos fiscales y, también, de gravar las grandes herencias. Ésa sería una medida redistributiva que iría en contra de la inmensa acumulación de riqueza y gracias a la cual habría oportunidades en el campo de la enseñanza, la movilidad social y la promoción en el puesto de trabajo. Sólo entonces se vería que disminuye el consumo desenfrenado de opioides entre los obreros que descienden en la escala social, el número de muertes por sobredosis y también el alza de la mortalidad.

Habría que gravar a las sociedades que se trasladan al extranjero para combatir la fuga de capitales y también imponer un gravamen del uno por ciento a las operaciones de carácter especulativo, como las que se hacen en la Bolsa.

Una institución nacional de salud pública que brindase atención completa rebajaría drásticamente los onerosos gastos generales de administración. También se reducirían notablemente los tratamientos y métodos innecesarios y poco éticos y demás formas de estafa que son endémicas en las actuales instituciones médicas «con fines de lucro». Los recursos que se consiguiesen con dichos ahorros se destinarían a mejorar la atención médica y los servicios correspondientes.

Con esas reformas de los servicios sociales, la justicia y la tributación se conseguiría sustentar un servicio universal de salud pública para todo el país que se apoyaría en la estructura del actual Medicare [xii] , que ha dado tan buen resultado para la población mayor en los últimos decenios. Además, así se podría fortalecer la mano de obra nacional, que contaría con un obrero sano, bien remunerado, eficiente y que tuviese el puesto de trabajo asegurado.

Los gobernantes y demás dirigentes políticos de los EEUU, actuales y del pasado, dilapidan billones de dólares del presupuesto público en numerosas guerras contra el terrorismo y operaciones de «cambio de régimen» y en sufragar las instituciones carcelarias más descomunales de la historia de la humanidad, pero dejan de lado la muerte prematura y la destrucción de sus propios ciudadanos, provocadas por los métodos «legales» que aplican los laboratorios farmacéuticos y los profesionales de la medicina. Las soluciones se dejan en manos de las generaciones futuras, que deberán meditar lo que se hace, pero ahora los de abajo reclaman con fuerza que se ponga fin a esta crisis. El obrero marginado y los pobres del campo que votaron en masa por primera vez contra la «candidata de las grandes farmacéuticas» Hillary Clinton y eligieron al oportunista «multimillonario» Donald Trump se concentran en las mismas zonas que han sido devastadas por la epidemia de los opioides (y el suicidio de obreros). Esas capas marginadas que siempre fueron despreciadas por los políticos tradicionales y a las que la candidata Clinton tachó de «miserables» [xiii] no necesitarán grandes discursos para convencerlas de que apoyen la creación de un servicio nacional de salud pública, que es el primer paso para encarar el actual problema de la vida y la muerte que sufre el obrero de los EEUU.

Además, la evolución actual de la industria, con el recurso a los adelantos técnicos, como los autómatas y la inteligencia artificial, sirve a la ganancia del capitalista, pues se consigue prescindir del obrero y explotar mejor a los quedan, amén de recortar el oneroso gasto en atención médica y en pensiones. Esa nueva relación del capital y el trabajo puede y se debe substituir por otra, en la que técnica esté al servicio del obrero, ya que se lograría mejorar las condiciones de trabajo y reducir la semana de trabajo de cuarenta a treinta horas con igual salario, que era la reivindicación general del movimiento obrero en la década de 1950.

Pero esos cambios no vendrán de la mano de los proyectos de investigación «neutrales» que llevan a cabo las universidades gracias a los fondos que aporta la patronal ni tampoco de los vacuos seminarios que dictan los «especialistas» de las famosas asociaciones privadas (ONG).

La verdadera oposición a esta «guerra de clase con receta médica» dependerá de la solidaridad y la lucha. El obrero debe librarse de este flagelo. No tiene nada que perder, salvo el peligroso y degradante vicio de los medicamentos, pero tiene en cambio un mundo y un verdadero futuro que ganar. Parafraseando a Trump [xiv] , ¡solamente los obreros pueden hacer que los EEUU se vuelvan a levantar!

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NOTAS DEL TRADUCTOR

[i] Según datos de los Centros de Erradicación y Prevención de Enfermedades, se registraron más de medio millón de fallecimientos en el período comprendido entre los años de 2000 y 2015: https://www.cdc.gov/drugoverdose/epidemic/?utm_source=Bruegel+Updates&utm_campaign=50f07a51aa-Blogs+review+25%2F03%2F2017&utm_medium=email&utm_term=0_eb026b984a-50f07a51aa-278510293

[ii] Han aparecido últimamente numerosos artículos que dan cuenta del problema en la prensa de los EEUU: «The Enemy is Us: The Opioid Crisis and the Failure of Politics» https://www.dissentmagazine.org/online_articles/opioid-crisis-failure-politics-fda-neoliberalism. «The American opioid epidemics», http://bruegel.org/2017/03/the-american-opioid-epidemics/. American Carnage: «The New Landscape of Opioid Addiction», https://www.firstthings.com/article/2017/04/american-carnage. «Mortality and morbidity in the 21st century», https://www.brookings.edu/wp-content/uploads/2017/03/6_casedeaton.pdf. Why Connecticut’s drug overdose crisis isn’t slowing down, https://overdose.trendct.org/. Why Did The Death Rate Rise Among Middle-aged White Americans?, http://www.newyorker.com/news/john-cassidy/why-is-the-death-rate-rising-among-middle-aged-white-americans. How Government Enables the Opioid Epidemic and Tax-Payers Help Fund It, http://articles.mercola.com/sites/articles/archive/2016/03/16/opioid-addiction.aspx

[iii] Ellen Meara y Jonathan Skinner («Losing ground at midlife in America») comparan el fenómeno con el ocurrido tras la disolución de la URSS, en cuya oportunidad la tasa de fallecimiento de varones fue aún más elevada que la actual en los EEUU. http://www.pnas.org/content/112/49/15006.full

[iv] Shawn Donnan: «White ‘deaths of despair’ surge in US», Financial Times, 24 de marzo de 2017 https://www.ft.com/content/34637e1a-0f41-11e7-b030-768954394623

[v] http://www.narconon.org/es/informacion-drogas/oxycontin.html

[vi] Se cifra en cien millones el número de pacientes que sufren de dolor crónico: http://nationalacademies.org/hmd/Reports/2011/Relieving-Pain-in-America-A-Blueprint-for-Transforming-Prevention-Care-Education-Research/Report-Brief.aspx

[vii] http://www.eldiario.es/theguardian/Fentanilo-potente-heroina-New-Hampshire_0_483652257.html

[viii] http://www.eldiario.es/theguardian/historia-opiaceos-Unidos-infantil-militar_0_495900433.html

[ix] https://en.wikipedia.org/wiki/David_A._Kessler

[x] https://www.nytimes.com/2016/05/07/opinion/the-opioid-epidemic-we-failed-to-foresee.html?ref=opinion

[xi] http://www.latimes.com/projects/la-me-oxycontin-part3/http://www.latimes.com/projects/oxycontin-part1/

http://www.latimes.com/projects/la-me-oxycontin-part2/

[xii] https://es.wikipedia.org/wiki/Medicare

[xiii] https://www.nytimes.com/2016/09/11/us/politics/hillary-clinton-basket-of-deplorables.html

https://en.wikipedia.org/wiki/Basket_of_deplorables

[xiv] El autor parafrasea el lema que presidió la campaña de Donald Trump: «Make America great again!».

Artículo original: http://petras.lahaine.org/?p=2134. Traducido del inglés para Rebelión por César P. Guidini Joubert

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Texto completo en: https://www.lahaine.org/mundo.php/plan-de-recetar-hasta-la

Ni una sola mención de Petras a la fe de los Sackler. Y sí, en cambio, el típico intento progre —Pablo Iglesias es un experto— de asociar las criminales prácticas oligárquicas con el «fascismo». Pero si unimos las dos piezas del puzle, a saber, el judaísmo sionista de los Sackler por un lado y, por otro, el exterminio de los trabajadores blancos, tenemos la bomba informativa que ha sido cuidadosamente desactivada por los medios oligárquicos y los falsos revolucionarios de izquierdas como Pablo Iglesias o Roberto Vaquero. La relación estructural entre capitalismo y judaísmo fue conceptualizada por Karl Marx en su desconocido (y/o marginado) ensayo Sobre la cuestión judía (1844). En consecuencia, quiéranlo o no los pseudo comunistas al servicio de Soros, omitir que los Sackler son judíos sionistas impide entender la verdadera naturaleza de este fenómeno de explotación capitalista que va más allá de la «lucha de clases» y nos remite al concepto, irrenunciable por su valor explicativo, de una «lucha de razas» (o pueblos o culturas o civilizaciones). La cual desarróllase escandalosamente ante nuestros ojos pero, por las razones expuestas (propaganda, censura, represión), sólo desde la óptica de un socialismo nacionalista se puede siquiera captar y, por tanto, combatir con posibilidades de éxito.

Jaume Farrerons PhD

Figueres, la Marca Hispànica, 7 de agosto de 2023.

PABLO IGLESIAS: «SIONISMO Y ULTRALIBERALISMO SON NAZIFASCISMO; DEMASIADO BURDO, PERO VOY CON ELLO»

Principios, normas y valores de esta publicación

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