LA ESTAFA DEL PATRIOTISMO MARXISTA-LENINISTA
ROJIPARDO ES ROJIPARDO, NO ROJO. Desde hace unos cinco años se está consolidando en nuestro país y quizá en otros lugares de Europa un espacio simbólico, por ahora puramente sociológico y cultural, que los medios sistémicos de la oligarquía ya han detectado e identificado con la etiqueta de rojipardo. Es el proyecto de aunar lo nacional y lo social bajo una sola bandera, con la crítica a las políticas liberales de inmigración y al falso izquierdismo cosmopolita como eje reivindicativo central. Hete aquí el nacionalismo revolucionario, concepto cuyo significado el ultrarreaccionario Ernesto Milá afirmaba maliciosamente no comprender; es, así mismo, la izquierda nacional que desde 2002 empezó a promover Jaume Farrerons en la PxC de Josep Anglada y, cuatro años más tarde, en el Partido Nacional Republicano (PNR) de Juan Colomar, sin respuesta alguna. Por no hablar del Movimiento Social Republicano (MSR) de Juan Antonio Llopart y Ramon Bau, anterior a todos ellos y cuya sensibilidad teórica, aunque inconsecuente en la práctica, se remonta a los tiempos del nacional-bolchevismo. Hay, en consecuencia, un espacio político rojipardo, siempre lo hubo en la teoría desde 1919, pero rojipardo significa rojipardo, no rojo a secas. El patriotismo marxista-leninista constituye hoy una estafa oligárquica más y, encima, de características ridículas. En este contexto debe entenderse que reivindiquemos lo siguiente: no cabe política anti-inmigración posible desde el marxismo en general ni, mucho menos, desde el marxismo-leninismo canónico. Con el presente y otros muchos artículos contra el impostor Roberto Vaquero pretendemos demostrar racionalmente el porqué.
PABLO IGLESIAS: «SIONISMO Y ULTRALIBERALISMO SON NAZIFASCISMO; DEMASIADO BURDO, PERO VOY CON ELLO»
«LOS OBREROS NO TIENEN PATRIA» (KARL MARX, 1848)
Omitimos documentar este hecho que ni siquiera Roberto Vaquero será —esperamos— capaz de negar, a saber, que en la obra de Karl Marx es imposible detectar fundamento racional alguno para una política nacionalista o patriótica ordenada a preservar a largo plazo la identidad cultural de la nación. El «nacionalismo» y el «patriotismo», que funcionarían poco menos que como sinónimos en los equivalentes del discurso de Marx, es estratégico en el mejor de los casos y táctico en la mayoría de ellos. La nación, en Marx, constituye siempre un medio y nunca un fin, tal vez porque ya muy tempranamente —y en todo caso antes de publicar el Manifiesto Comunista— malinterpretó la filosofía del derecho y del Estado de Hegel. Hay para Marx nacionalismos más progresistas que otros y, en este sentido, cabe interpretar algunas consignas aparentemente racistas de Marx sobre la relación entre Alemania y los pueblos eslavos o entre Estados Unidos y México. El Estado-nación representa sólo una etapa necesaria en el desarrollo capitalista y, cumplida esa función, su destino consiste en desaparecer antes o después. El objeto último del marxismo es una humanidad cósmica sin Estado poblada por individuos apátridas dedicados a la recreación cultural, es decir, esos seres a los que tanto desprecia Vaquero (esta vez con razón). El concepto liberal y hedonista de «individuo», una falsa obviedad que la antropología desmontó tiempo ha, nunca fue cuestionado por Marx. La pretensión de oponerse a las políticas liberales de inmigración esgrimiendo la obra de Marx como fundamento ideológico es una estafa. «Los obreros no tienen patria» (Karl Marx).
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Más, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués.
Tampoco el «marxismo» —concepto inventado y acuñado inicialmente por Friedrich Engels (¡no por Marx!) e institucionalizado en la socialdemocracia alemana de la Segunda Internacional— permite fundamentar una política patriótica nacional que vaya más allá de las cuestiones relacionadas con la defensa «economicista» de trabajadores y salarios autóctonos frente a esquiroles extranjeros. Cualquier pretensión de preservar la identidad nacional, aun sin apelar a la raza o la mera etnia, es decir, restringiendo ya de antemano la reivindicación nacional a la cultura y la lengua, quedará desautorizada por el marxismo engelsiano y kautskyano como variante del «nacionalismo chovinista y burgués». Una excepción sería la del austromarxista Otto Bauer, cuyas tesis resultan, por otro lado, incompatibles con el pedestre marxismo-leninismo de García Vaquero y su mascota (Santiago Armesilla):
También desarrolló [Otto Bauer] una labor teórica, y se le incluye dentro de la corriente moderada del austromarxismo. Su obra más importante es La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia. En dicho ensayo desarrolló una integración del socialismo y el nacionalismo, definiendo la nación como una colectividad unida por una comunidad de destino en una comunidad de carácter. Dicha definición sería reivindicada posteriormente por el nacionalista catalán Enric Prat de la Riba, y más tarde por el fascista José Antonio Primo de Rivera, que, basándose en ella, definiría a España como una unidad de destino en lo universal.
Conviene subrayar de pasada que el fascismo consuma una herejía marxista derivada de este conjunto de cuestiones (relacionadas con la nación y el nacionalismo) y, en definitiva, de las insuficiencias del marxismo canónico a la hora de elaborar una explicación teórica consistente del fenómeno nacionalista más allá de su rechazo abstracto y de la asimilación del mismo al «chovinismo burgués», como si no existiera un chovinismo proletario (sí, haylo, pero, según Vaquero, a los proletarios se les debe «elevar la conciencia», o sea, reeducarlos para el globalismo, eso que el marxismo comparte con el capitalismo liberal).
LA NACIÓN EN EL MARXISMO-LENINISMO CANÓNICO
Hechas estas estas rapsódicas pinceladas introductorias sobre Marx y el marxismo, pasemos brevemente a acreditar que el marxismo-leninismo no resuelve el problema de la nación, del nacionalismo y del patriotismo, sino que confirma la incapacidad de la teoría marxista en general para abordar la «cuestión nacional» sin colapsar intelectualmente desde sus propios presupuestos supuestamente (anti)liberales. A esta incapacidad estructural habría que añadir la incapacidad personal del propio Vaquero. [Fuente: Diccionario de filosofía de la Editorial Progreso, 1984 (traducción al español de la edición original en ruso de la Editorial de Literatura Política, Moscú, 1980)]:
Después del triunfo completo del comunismo, el acercamiento integral de las naciones conducirá a la desaparición gradual de las diferencias nacionales. Será propia de la sociedad comunista desarrollada una nueva forma de comunidad histórica de hombres, más amplia, que la N.[ación] y que agrupará en una familia a todo el género humano (op. cit., p. 304).
La pregunta es, ¿por qué? La propia entrada reconoce que, liquidado el capitalismo
(…) cambia cardinalmente el aspecto de las naciones, que se transforman en naciones nuevas, socialistas, libres de los antagonismos de clase, fundadas en la alianza de la clase obrera y el campesinado trabajador. Cambian de raíz también las relaciones entre las naciones; desaparecen los restos de la antigua desconfianza entre ellas y se desarrolla la amistad entre los pueblos (ibídem).
El marxismo-leninismo no explica el motivo por el cual las naciones socialistas han forzosamente de desaparecer; de forma «gradual», sí, pero desaparecer a fin de cuentas. Una explicación posible es que, extinguido el Estado, el cual Marx concibió como el consejo de administración del gran capital (confundiendo Estado con Estado burgués), tampoco pueden pervivir ya las naciones, siendo así que la frontera misma y el derecho de nacionalidad son funciones estatales. Si aceptamos esta vía regia exegética para interpretar el colapso conceptual interno del marxismo-leninismo, habrá que remontarse al dogma anarquista de la abolición del Estado como horizonte filosófico último de la ideología comunista y, por ende, al individualismo enfermizo que el progresismo todo arrastra de su herencia ácrata, es decir, liberal.
El anarquismo es un liberalismo para pobres, mas liberalismo a la postre. En su imaginario, el hombre/individuo existe para «ser feliz» y mamarrachadas hedonistas similares. Aspiran los progres a un mundo tecnosferizado ayuno de heroísmo, de tragedia, libre de riesgo y, en consecuencia, permanentemente cloroformizado para un grupo selecto de elegidos por la historia para vivir de espaldas a la verdad… El liberalismo es una secularización del judeo-cristianismo —creencia que pretende salvar a sus fieles siempre a título individual, nunca colectivo excepto en el caso de los judíos—, de tal suerte que siempre volvemos a encontrarnos sus conceptos, vaciados de contenido teológico pero no axiológico, en las aspiraciones a ese Reino de Dios secularizado que anarquistas, comunistas y liberales denominan utopía. O final de la historia. O comuna ácrata. O mercado mundial. O modo de producción comunista. La com-unión, en definitiva, de los individuos desnacionalizados en las antípodas de la comunidad nacional. Todos esos hombres/individuos son sedicentes hijos de Dios y han sido supuestamente creados a su imagen y semejanza, o sea, básicamente iguales. El alma, individual por definición, sería un trocito de Dios en cada uno de nosotros y, por ende, un ente inmortal, eterno más acá y más allá de la comunidad nacional. Las naciones son mortales, pero el individuo («yo»), no. De hecho, la presunta comunidad de los individuos salvados, la iglesia, define una ficción espectral depotencializante de homosexuales estériles —los sacerdotes— que se realiza a costa de la comunidad carnal, nacional, real… El individuo, para esa fe, precede ontológicamente al colectivo y las comunidades configúranse, pues, por adición, como meras sumas de individuos. Contrato social. Society en sentido inglés opuesto a Volksgemeinschaft. Etc. Dicha ontología cristiano-secularizada, progre, será erradicada por el fascismo. Ahora bien, una vez aceptado el hecho, científicamente verificable, de que las teorías del socio, es decir, del individuo como ente anterior a la comunidad, son fantasías narrativas burguesas, porque el individuo es siempre el resultado de un determinado proceso de socialización, caen de un solo golpe las ramas de aquel tronco bíblico: el liberalismo, el anarquismo y el comunismo. A la inversa, será la comunidad lo que hallaremos ontológicamente en el fundamento del individuo y, por tanto, no se entiende que la historia deba amortizar la nación en beneficio de una pseudo com-unión universal de individuos, de una masa nauseabunda de cobardes unida sólo por el deseo asociativo de ser felices o de sufrir lo menos posible en su paraíso. Aquí hay trampa, digamos, la trampa judía denunciada por Nietzsche pero esto lo explicaremos en otro sitio. Baste por ahora con dejar sentado el siguiente postulado: el sujeto de la historia es la comunidad —nación en la historia moderna— y el Estado-nación constituye la autoconciencia de ese sujeto trascendental. El concepto clave de Hegel que Marx no entendió y tampoco ha entendido, naturalmente, el pobre Vaquero, es lo que el marxismo-leninismo se dejó por el camino, perdiendo así su oportunidad. Porque, no lo olvidemos, el marxismo-leninismo no es ya una opción teórica, mientras que el filósofo del fascismo, Martin Heidegger, constituye la cima del pensamiento occidental.
EL ROJIPARDISMO QUE VIENE
Las primeras iniciativas de rojipardismo no prosperaron a la sazón por diversas razones que nos abstendremos de analizar aquí. Tampoco prosperaron la Izquierda Nacional de Laureano Luna o la Izquierda Nacional de los Trabajadores (INTRA), fundada en 2010 por Farrerons tras quedar en evidencia que la iniciativa de Luna era sólo un roñoso ultraderechismo católico y racial-supremacista occidental repintado de rojo y adornado con baratijas «de izquierdas». ¿Se explica quizá también la falta de resonancia de esta segunda oleada porque fue prematuramente alumbrada, es decir, arrojada al mundo antes de que se consolidara un espacio socio-cultural rojipardo, caldo de cultivo insoslayable de la política NR? Tal vez. Ahora es distinto. Algo ha cambiado. Incluso el Movimiento Pueblo se declara de izquierda nacional («somos la izquierda nacional», aseveran), o sea, de la sinistra, sin temor a ser excomulgado por el credo evoliano emanado de las cloacas del Estado. El sistema, siempre dos pasos por delante en la manipulación de los procesos sociales, se ha apresurado empero a fabricar anticuerpos contra este virtual o ascendente rojipardismo. Primero ahogó las reivindicaciones del 15-M en materia de inmigración, cuando los antifas expulsaban violentamente de las asambleas a los trabajadores que osaban abordar el tema. De tal fornicación criptoliberal nació Podemos, el tentáculo de Soros (Partido judeo–Demócrata de los EEUU) en una «revolución de colores» diseñada para aliviar/controlar la creciente presión social contra las instituciones del R-78. Luego de estigmatizarlas y prohibirlas en la extrema izquierda canónica, Sion intentó que las cuestiones patrióticas, migratorias e identitarias nacionales fueran monopolizadas por la derecha judeo-cristiana neoliberal «de toda la vida» mediante otra desvergonzada iniciativa del Pentágono, a saber, Vox. Con éxito, esta vez, casi total. Podemos (izquierda) y Vox (derecha): dos siglas, un mismo amo e idéntica función de válvula despresurizadora en perjuicio de un virtual nacionalismo socialista sin techo electoral. Ahora bien, el lado izquierdo del espectro político-cultural tenía, de todas formas, que ser reasegurado antes o después de la Operación Bardají (=Santiago Abascal) y aparecieron —de forma milagrosa— varias oportunas iniciativas. Por ejemplo, la del Centro Izquierda Nacional (CINC) de Antonio Robles. Demasiado tímido, falso e insulso, nunca más se supo de él a pesar del cambio de siglas y la propaganda gratis de «El Mundo». Y otra, mucho más osada y casi pecando de lo contrario, la del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista) de Roberto Vaquero. Así las cosas, después de Podemos, la falsa izquierda revolucionaria a secas, el PML (RC) representaba el último muro levantado en España al servicio de la oligarquía financiera para impedir el surgimiento de un partido nacionalista español de izquierdas. Porque la única oposición real al sistema oligárquico es el nacionalismo revolucionario. Washington, en efecto, concede prioridad absoluta a la liquidación de los regímenes nacional-revolucionarios (Irak, Libia, Siria…). Recurre incluso a las coartadas del terrorismo yihadista —cuyos hilos mueve, no lo olvidemos, su aliado saudí— para derrocar líderes NR como Assad, Saddam o Gadaffi. De ahí su problema actual con China. La oligarquía financiera occidental es visceralmente anti-fascista y esto no ocurre por casualidad [los únicos neo-«fascistas» que el Pentágono/Wall Street tolera y usa a destajo como a auténticas rameras son ultraderechistas cristianos Gladio disfrazados bajo montañas de esvásticas. Pero donde hay skin-heads «neonazis» caben también red-skins con sus hoces y martillos; los antecedentes de colaboración/infiltración de la CIA en el GRAPO, ETA o las Brigadas Rojas no resultan meramente anecdóticos.] El antifascista de cualquier signo no puede ser antisistema ni, por ende, revolucionario, encarna antes bien al sicario del sistema por excelencia. Roberto Vaquero.
Jaume Farrerons
Figueres, la Marca Hispànica, 29 de enero de 2023.
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