Es falso que los oligarcas sean todos judíos: los Rockefeller, por ejemplo, constituyeron un clan familiar de creyentes evangélicos cuya matriz puritana-calvinista está fuera de dudas, pero la leyenda del Rockefeller judío persiste. ¿Cuál es entonces el elemento aglutinador de la oligarquía? Esto es lo que pretendemos analizar aquí. Cabe anticipar en cualquier caso que, en lo referente a la identidad ideológica de los oligarcas, Hitler no andaba demasiado desencaminado.

LA OLIGARQUÍA COMO PROBLEMA TEÓRICO DE IMPORTANCIA CRUCIAL PARA LA SUPERVIVENCIA DE LA HUMANIDAD. Pocos niegan ya la realidad de la oligarquía, esa minoría del 0,1% de la población que acapara poco menos que la mitad de la riqueza mundial. Las consecuencias de la simple existencia del sistema oligárquico son, en términos humanitarios, devastadoras. Cada día perecen 19.000 niños de hambre y miseria, es decir, que se podían haber evitado. Y, que, cabe subrayarlo, fueron decesos provocados, en una relación de causa-efecto muy fácil de reconstruir, por las actividades —acciones u omisiones— de la oligarquía. Pero éste es sólo un caso que sintetiza en una imagen sencilla el significado ético del dispositivo de dominación occidental. Alrededor de 13 millones de personas fallecen cada año a manos de la oligarquía. (Respecto de las cifras, remitimos a la obra de Jean Ziegler Los nuevos amos del mundo, Barcelona, Destino, 2002). Sumen ustedes décadas enteras de víctimas y comparen estos hechos con los crímenes de Adolf Hitler —crímenes supuestos o reales, por cuanto la libre discusión científica sobre el nazismo ha sido prohibida por ley. Los ejemplos podrían multiplicarse y en su momento acreditaremos las enormes dimensiones del fenómeno. Así las cosas, los medios de comunicación callan: su silencio les condena como cómplices de la oligarquía. En lugar de denunciar el mayor genocidio de la historia, las páginas de los diarios nos ilustran en efecto, constantemente, sobre los horrores de Auschwitz. Por no hablar de la cobardía y corrupción estructural de los políticos, auténticos títeres de la banca, cuya dictadura ejercen bajo la apariencia hipócrita de la mal llamada «democracia», liberal por supuesto. Se ha intentado desacreditar la idea misma de la oligarquía con el celebérrimo estigma de la teoría de la conspiración, dando por hecho que el conspiranoico es un enfermo mental y que la supuesta teoría no es una verdadera teoría, sino un prejuicio y, en el peor de los casos, una locura colectiva de consecuencias genocidas. De ahí que el debate actual sobre la oligarquía se mueva dentro de los parámetros de la comicidad, el rídículo, la mofa, la estigmatización social y la amenaza penal. Además, los disidentes empetrecidos sufren casi siempre el ostracismo y la muerte civil, aunque en algunos casos también pueden ser asesinados. De hecho, no se da ni puede darse al respecto un verdadero debate porque las discusiones sobre la materia están superpobladas de figuras sociales ajenas a la argumentación racional propiamente dicha. La acusación de «antisemita» e incluso de «nazi», además del transtorno psiquiátrico, es el «argumento» más usado por quienes niegan la «teoría» de la conspiración. Pero la oligarquía, una vez aceptado el hecho de que el fenómeno oligárquico forma parte, ya irreversiblemente, de la cultura popular e interpela a la mayoría de la población, ha utilizado otras estrategias a fin de evitar los efectos perniciosos que, para los oligarcas, un conocimiento científico elevado al rango de teoría y, finalmente, de opinión pública ilustrada, podría depararles. En realidad, si la gente (=gentiles) supiera a ciencia cierta y con fundamento quiénes son, qué piensan, qué quieren y qué hacen los oligarcas, es decir, los miembros de la oligarquía, estallaría una revolución a escala mundial. Y la oligarquía sería quizá físicamente exterminada por las naciones (goyim). Con este tiranicidio amparado en el derecho natural, la humanidad se convertiría, por primera vez, en sujeto de la historia. A los efectos de evitar este desenlace, la oligarquía produjo en primer lugar la «ideología del Holocausto» —penalmente blindada— y acto seguido intoxicó la red con pseudo teorías de la conspiración completamente absurdas. Narraciones fantasiosas sobre supuestas élites nazis, extraterrestres, reptilianos, demonios, élites progres o «conspiraciones social-comunistas» que tienen la finalidad de borrar las pistas conducentes a los verdaderos culpables y burlarse de los (pseudo) teóricos de la conspiración en calidad de cretinos, ignorantes, transtornados, delincuentes, populistas, extremistas, fascistas, etcétera. Este arma, que denominaremos pseudo teorías intoxicadoras de la conspiración y cuyo objeto es ocultar la verdadera conspiración, se suma al resto del arsenal sistémico enderezado a lograr que los oligarcas, o sea, los peores criminales de la historia, permanezcan impunes. ¡Y hasta ahora lo han conseguido! En consecuencia, una verdadera teoría de la conspiración debe reunir los siguientes requisitos: 1/ asentarse sobre fundamentos racionales, científicos —y empíricos allí donde se hagan afirmaciones sobre hechos—, es decir, respetar con rigor el concepto mismo de teoría; 2/ evitar caer en la trampa legal del sistema oligárquico con formulaciones de carácter antisemita que, además de estar sujetas a sanción penal en único y exclusivo interés de la oligarquía, son falsas; 3/ refutar las pseudo teorías de la conspiración, evacuadas por la propia oligarquía a fin de ridiculizar toda crítica de la conspiración y lograr que la resistencia antioligárquica (RAO) trabaje sin saberlo al servicio de los objetivos oligárquicos; 4/ abstenerse provisionalmente de abordar el tema del holocausto antes de haber respondido a todas cuestiones anteriores, porque una vez aclarados los puntos 1/, 2/ y 3/, la «ideología del Holocausto» (Norman G. Finkelstein) se cae por su propio peso. (Todo ello a despecho de los crímenes reales —que haberlos, haylos— perpetrados por el nacionasocialismo alemán). La primera tarea consistiría en abordar el punto 3 de nuestro programa de trabajo, a saber, refutar las falsas teorías de la conspiración. Empezaremos seleccionando algunas obras sobre Soros y ampliaremos la materia de la literatura barata sobre Soros, que ya hemos abordado en otros artículos de CARRER LA MARCA. Pero antes de entrar en materia es menester aclarar ciertas cuestiones metodológicas más generales que operan como postulados o axiomas de cualquier planteamiento racional de una teoría de la oligarquía. Que debe substituir al constructo altamente tóxico denominado «teoría de la conspiración» (un vocablo que sólo seguiremos utilizando de forma transitoria a efectos puramente propedéuticos y comunicativos).

¿CONSPIRACIÓN?

Es menester cuestionar si el término conspiración resulta adecuado para describir lo que realmente sucede cuando un oligarca actúa. La conspiración implica el acuerdo explícito de varias personas, pero no demasiadas y mucho menos de todo una nación, para perpetrar un acto ilegal amparado siempre en el secreto y, por ende, en el engaño. Pero cuando los creyentes de una religión cuya ideología consiste en atribuirse la condición de pueblo elegido por dios y destinado a dominar el mundo (véase Max Weber) se comportan como tales, no necesitan conspirar: les basta con cumplir los preceptos morales o rituales a los que están obligados para contribuir a su causa nacionalista. Por decirlo de forma simple: no se van a «llamar por teléfono» para ponerse de acuerdo en realizar aquéllo que ya forma parte de su preceptiva liturgia. Y toda vez que existan conspiraciones, cuya realidad, como veremos, ha quedado probada, éstas responderán siempre a la consecución de ciertos objetivos concretos, pero no el meta-proyecto político-religioso que dá sentido a cualesquiera otros planes (complots) en determinados momentos y lugares. Así, habrá habido, a buen seguro, conspiraciones en las que hayan participado miembros del «pueblo escogido», pero «la» conspiración en sí como proyecto del supuesto pueblo escogido es un mito y sería más adecuado hablar de proyecto histórico racista, supremacista y genocida para describir el judaísmo.

El primer ensayo filosófico del judío israelí Gilad Atzmon.

El filosofema más adecuado para referirnos al objeto de nuestro análisis sería, por tanto, una teoría de la oligarquía. Quizá sea la ocasión propicia citar al filósofo judío Jilad Atzmon —quien abandonó voluntariamente el judaísmo por las razones expuestas—- cuando afirma que no existe conspiración por cuanto los sionistas, los nacionalistas judíos y los oligarcas actúan a plena luz del día:

«Puede que el lector se pregunte si yo considero que la crisis crediticia es un complot sionista o incluso una conspiración judía. De hecho, se trata de lo opuesto. No es un complot, y desde luego no es una conspiración, porque todo se hizo abiertamente» (Gilad Atzmon, La identidad errante, Madrid, Disenso, 2012, p. 49).

Ahora bien, lo que más teme la oligarquía es precisamente una teoría de la oligarquía, en el sentido riguroso del término, que permita superar las fábulas del conspiracionismo irracional. Tanto es así que luchar contra la oligarquía supone, por el momento, construir esa teoría, que actualmente brilla por su ausencia, investigando en primer lugar sus requisitos y condiciones. Si nos preguntan ¿qué hacer? les responderemos eso: aporten su granito de arena a la teoría de la oligarquía. Hay que hacerlo no sólo por un interés puramente teórico, sino porque a la humanidad le va la vida en ello. La teoría de la oligarquía constituye pues, ante todo, un compromiso ético. CARRER LA MARCA es el lugar donde van a darse algunos pasos en esa dirección, con la mirada puesta en un futuro partido político de izquierda nacional que opere desde el fundamento objetivo proporcionado por la teoría de la oligarquía.

Gilad Atzmon: «Por ejemplo, podemos prever una situación espantosa en la que un ataque nuclear israelí contra Irán, de esos llamados ‘preventivos’, termina en una desastrosa guerra nuclear en la que mueren decenas de millones de personas. Supongo que entre los supervivientes de ese escenario de pesadilla puede que alguien sea lo suficientemente atrevido para argumentar que ‘Hitler podría haber tenido razón después de todo‘» (op. cit., p. 238).

¿QUIÉN ES JUDÍO?

Dicho esto, conviene aclarar qué significa ser judío y, ante todo, puntualizar que los judíos no forman un grupo étnico y, mucho menos, una raza. No existe la raza judía a despecho de lo que los nazis y los propios judíos supremacistas pretendan. El gen judío es una invención. Ciertamente, en sus orígenes, la religión bíblica que constituye el antecedente remotísimo del judaísmo actual estaba vinculada a una etnia concreta, a saber, los hebreos. Los cuales ostentaban una lengua y una cultura propias, pero también unas características antropológicas compartidas con los árabes y con muchos otros pueblos semitas (acadios, fenicios, arameos, sirios, etíopes…). Ahora bien, desde el momento en que alguien puede convertirse al judaísmo, esta denominación no corresponde ya a raza alguna y existen judíos de todas las razas: semitas, europeos, africanos, orientales… Entre los judíos hay además distinciones étnicas acusadas y conflictivas: los descendientes más directos de los hebreos originarios —a saber, los sefarditas— no son precisamente los más influyentes. De hecho, el Estado de Israel permanece desde su fundación bajo el control de élites judías asquenazitas, de procedencia étnica europea. Sólo posteriormente se habrían integrado en el país, de forma progresiva, los judíos sefarditas y orientales, de apariencia y hábitos muy parecidos a los árabes, mientras que los judíos falashas (negros) son todavía hoy discriminados por los judíos blancos.

Alfred de Zayas, jurista, historiador y relator de la ONU: “Nuremberg fue un ejercicio de hipocresía. Una continuación del odio y la guerra por la instrumentalización de la administración de justicia, una corrupción de las normas y procedimientos legales, una contaminación de la filosofía, un tribunal verdaderamente fariseo”.

LOS OLIGARCAS BÍBLICOS

El objeto de la teoría de la conspiración o, más rigurosamente hablando, de la teoría de la oligarquía, no son los judíos en general sino los oligarcas, judíos o no-judíos. Ahora bien, entre los oligarcas se cuenta una proporción altísima —calculada en relación con los porcentajes demográficos correspondientes— de judíos asquenazitas blancos. Por otro lado, la inmensa mayoría de los oligarcas no-judíos son cristianos evangélicos anglosajones. Pero ocurre que los cristianos evangélicos de la oligarquía adscríbense además al sionismo, es decir, acatan la ideología de los judíos como pueblo escogido. Podría concluirse, por tanto, de forma provisional, lo siguiente: la oligarquía se nutre de creyentes bíblicos de ideología sionista. (Hipótesis de trabajo). En consecuencia, no existen las famosas élites progres ni puede hablarse de una conspiración «social-comunista», otra de las fábulas propaladas por la extrema derecha. Omitiremos cualquier comentario sobre teorías de la conspiración basadas en ideas religiosas —judaicas, por cierto— consistentes en afirmar que los judíos son «demonios», hijos de Satanás o similares, porque además de genocidas escapan a todo control racional. Otro tanto cabe añadir respecto de las teorías de la conspiración construidas a base de extraterrestres, reptilianos, etc. Todos los datos empíricos —sociológicos, históricos y políticos— de los que disponemos en la actualidad apuntan en la misma dirección y avalan la idea de unas élites globalizadoras hipercapitalistas en el sentido amplio del término, a saber, vinculadas a empresas multinacionales, la banca y los mercados financieros, a la OTAN como plataforma militar occidental controlada por el Pentágono y al judeo-cristianismo sionista en cuanto imaginario cultural. Élites «de derechas», pues. No hay ni un solo indicio de un George Soros comunista (no confundir con falsos comunistas vendidos a Soros) y sí muchas evidencias históricas de su visceral anti-comunismo (financió al sindicato católico Solidarnosc contra el régimen prosoviético de Jaruzelski, entre otras conspiraciones del similar jaez). Tampoco se ha demostrado jamás que los Rothschild financiaran a Marx, pero sí que financiaron a los enemigos más reaccionarios de Napoleón, un emperador cuyos ejércitos implantaban por doquier las instituciones jurídicas progresistas de la Revolución Francesa. Ni se ha acreditado nunca la supuesta influencia mundial de la logia masónica de los Illuminati. En general, la masonería de procedencia anglosajona, es decir, la única que ha influido de forma determinante en el mundo moderno, reivindicó ideas de tipo liberal y cristiano-reformado en países sometidos a la férula inquisitorial de la Iglesia católica. Eran así anticlericales, los masones, pero nunca anti-cristianos. Los comunistas prohibieron en 1922 la presencia de masones entre sus filas. La mayoría de las logias masónicas regulares excluyen a los ateos. En Israel, la inmensa mayoría de los partidos políticos con representación parlamentaria son de derecha liberal o de extrema derecha. Etc. Demasiadas evidencias. Ni rastro, en definitiva, de las élites progres.

LIBERALISMO Y SIONISMO

Otra cuestión que conviene puntualizar de antemano sobre la ideología de la las élites es la incomprensible dualidad que parece caracterizarla en temas políticos. Así, por una parte, la oligarquía es sionista y el sionismo —es decir, el nacionalismo judío— constituye, aunque siempre más por sus hechos más que por sus declaraciones, el verdadero meollo ideológico del sistema oligárquico occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Así las cosas, en los discursos de los oligarcas, bien al contrario, aquéllo que predomina son manifestaciones de naturaleza liberal, defensa del libre mercado, de la globalización, del multiculturalismo, de los derechos del individuo, etcétera. Este discurso es incompatible con toda forma de nacionalismo. De hecho, los liberales se declaran expresamente no-nacionalistas e incluso anti-nacionalistas. El nacionalismo es el coco liberal. ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? En realidad, lo que ocurre es que una versión radical y fanática del liberalismo, a saber, el neoliberalismo, se aplica a los países gentiles —y sólo a ellos— porque comporta efectos destructivos para sus comunidades nacionales. En efecto, con reivindicaciones aparentemente progresistas (feminismo, individualismo, independentismo, aborto, inmigración, multiculturalismo, relativismo moral, movimiento LGTB, pornografía, etc), el neoliberalismo cultural y posmoderno divide las sociedades gentiles y las hace más dóciles a los designios oligárquicos. No debe extrañar, en este sentido, que la oligarquía sea ante todo enemiga de los nacionalismos, no-nacionalista y anti-nacionalista mientras, al mismo tiempo, promueve el nacionalismo judío. De hecho, se trata de una política completamente coherente con los fines supremacistas del judaísmo como ideología del pueblo escogido. Tampoco debe extrañar que para hacer más creíbles las consignas liberales, algunos oligarcas concretos, como George Soros, lleguen incluso a manifestarse contra el sionismo. ¿Cómo debemos responder a quienes sostienen que Soros es sionista? Primero, que Soros es declaradamente anti-sionista y hay que explicar eso. Segundo, que el anti-nacionalismo y, por ende, el anti-sionismo formal representa un requisito ideológico para implementar el neoliberalismo en las naciones gentiles. ¿Miente entonces Soros? Rotundamente, sí. ¿Alguna prueba? Sus relaciones con judíos declaradamente sionistas del clan Rothschild, núcleo germinal de la oligarquía. En consecuencia, CARRER LA MARCA tendrá que dedicar a este punto un importante esfuerzo de investigación.

Figueres, la Marca Hispànica, 10 de agosto de 2021.

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