DEL CAPITALISMO PRODUCTIVO ANGLOSAJÓN AL CAPITALISMO PARASITARIO JUDÍO. Si aceptamos la definición de «capitalismo» que Max Weber, padre de la sociología, estableció en su clásico sobre la Protestantische Ethik (1904-1905), esta institución, en la forma peculiar que había desarrollado Occidente, se encuentra en vías de extinción. Para Weber, en efecto, capitalismo lo ha habido en muchos lugares fuera de Occidente e incluso antes de la Modernidad (véase La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, Orbis, 1985, p. 11). No existe, pues, ninguna relación necesaria entre capitalismo y progreso: el hecho diferencial del capitalismo occidental se deriva de otra característica de esta cultura, a saber, la racionalización, procedente de Grecia y Roma. Hay capitalismo en general cuando el agente económico «se guía por un cálculo del valor dinerario aportado y el valor dinerario obtenido al final» (ibídem). Pero este elemento capitalista no es suficiente para caracterizar el peculiar desarrollo del capitalismo occidental. Y añade: «En todo caso, la empresa capitalista y el empresario capitalista (y no como empresario ocasional, sino estable) son producto de los tiempos más remotos y siempre se han hallado universalmente extendidos» (ibídem). China, la India, Babilonia, Egipto, la Antigüedad helénica, la Edad Media… han conocido, según Weber, este capitalismo genérico. El capitalismo occidental se caracteriza en cambio por la «organización racional del trabajo libre« (op. cit., p. 15). Por tanto, y siempre hablando en términos weberianos, podríamos haber pasado, sin darnos cuenta, de un capitalismo occidental, de carácter productivo, moderno y progresista, a un capitalismo pre-occidental ordinario o vulgar. Capitalismo reaccionario que, además, para perpetrar sus fines, pretende desmantelar la Modernidad de forma consciente manipulando cuestiones reales como el cambio climático, la superpoblación, el riesgo de pandemias, etcétera.  El propio Weber reconoce que «Ninguno de los grandes promoters y financers ha sabido crear organizaciones racionales de trabajo, como tampoco supieron hacerlo los representantes típicos del capitalismo financiero y político: los judíos (siempre hablando en general, y salvando excepciones aisladas); eso fue la obra de un tipo distinto de gentes« (op. cit., pp. 13-14, n. 2). Estos «representantes típicos del capitalismo financiero y político» siguen empero ahí y configuran la denominada oligarquía financiera occidental. Mientras tanto, se ha producido algo inesperado: la posibilidad real de abolir el trabajo como consecuencia de la robotización. A continuación iniciamos una serie de artículos que analizarán la transformación del capitalismo productivo anglosajón en capitalismo finananciero parasitario judío. Que es el capitalismo financiero es judío lo ha reconocido ya el propio Max Weber, padre de la sociología, de tal suerte que los policías del pensamiento no pueden acusarnos de antisemitismo. La derivación parasitaria es lo que queda por demostrar. En este sentido, conviene recordar ahora que, guste o no a quienquiera que apele a la corrección política, dicha evolución fue parcialmente anticipada por el judío marxista austríaco Rudolf Hilferding y también por Lenin, pero completamente anticipada por Adolf Hitler en sus discursos y escritos sobre la alta finanza internacional judía. Las obras especializadas en el tema de la financiarización del capitalismo omiten, sin embargo, toda referencia al judaísmo, que debe ser acreditada mediante el recurso a otras fuentes. 

EL JUDAÍSMO Y LA ESCLAVIZACIÓN DE LOS GENTILES SEGÚN MAX WEBER

CAPITALISMO PRODUCTIVO Y CAPITALISMO PARASITARIO

Esta dualidad está ya implícita en la obra de Weber cuando distingue entre el capitalismo financiero y el capitalismo típicamente occidental o capitalismo productivo. El capitalismo financiero queda asimilado en Weber al capitalismo vulgar o genérico que, como hemos visto, ha existido fuera y antes de que surgiera el Occidente moderno.  Podemos dar este paso por la simple razón de que, según Max Weber, el capitalismo financiero, dominado por «los judíos» (sic), no ha sido capaz de desarrollar la organización racional del trabajo libre que caracteriza al capitalismo productivo. El capitalismo financiero es así del mismo tipo que el capitalismo vulgar o genérico, pre-moderno o extra-occidental. Dicha tarea de racionalización conducente al «capitalismo occidental» («productivo») no fue realizada por los financieros judíos —afirma Weber explícitamente, el muy racista— y queda reservada a «otro tipo de gentes», a saber, los capitalistas puritanos calvinistas del norte y centro de Europa (holandeses, ingleses, alemanes…) y de los EEUU. Quienes nosotros hemos agrupado bajo el rótulo genérico, pero un tanto inexacto, de «capitalismo anglosajón». Para hablar de «capitalismo parasitario» tendremos que recurrir a fuentes —marxistas, por más señas— que caracterizan la financiarización del capitalismo como desarrollo de un «capitalismo no productivo», calificado sin más rodeos de parasitario, y sólo desde estas premisas podremos concluir que (a) si el capitalismo financiero es parasitario (Marx, Hilferding, Lenin) y (b) si el capitalismo financiero es judío (Marx, Max Weber), entonces (c) existe un «capitalismo financiero parasitario judío» (Hitler, Heidegger). 

EL JUDAÍSMO COMO IDEOLOGÍA RACISTA, SUPREMACISTA Y GENOCIDA (2). SUPREMACISMO

Por supuesto, los economistas marxistas que, como Costas Lapavitsas o François Chesnais, entre otros, acreditan el carácter parasitario del capitalismo financiero del siglo XXI, se guardan mucho de añadir a este término el adjetivo «judío», pero tal omisión fraudulenta, aunque relevante desde el punto de vista sociológico —y alarmante desde el político—, no invalida ninguno de sus datos, argumentos y fundamentos puramente económicos sobre el carácter parasitario del capitalismo financiero. Por otra parte, ¿debe sorprendernos que unos teóricos marxistas post-revolucionarios aburguesados censuren el rasgo judío de la oligarquía financiera parasitaria? Reconocer este dato implica darle la razón, al menos parcialmente, a Adolf Hitler. Algo que, por supuesto, tales progres no están dispuestos a hacer aunque tengan que mentir por omisión y perder de vista el entero proyecto político y cultural que se agazapa tras el susodicho proceso económico de financiarización del capitalismo.

Adolf Hitler dixit:

Por primera vez en mi vida escuché una disertación fundamental sobre el capital bursátil y prestamista internacional. Después de haber oído la exposición de Feder, de inmediato me cruzó la mente el pensamiento de haber encontrado ahora el camino hacia una de las premisas más esenciales para la fundación de un nuevo partido. El mérito de Feder residía a mis ojos en que había establecido con desconsiderada brutalidad el carácter tanto especulativo como económico del capital bursátil y prestamista, pero descubriendo su eterna premisa del interés

Ello sin menoscabo, por otro lado, de reconocer ciertas evidencias incontestables (aunque quizá incómodas para los antisemitas cristianos). Por ejemplo, Hitler difícilmente habría podido llegar a sus conclusiones sobre la «alta finanza internacional judía» desconociendo completamente lo que Marx, Hilferding y Lenin habían dicho ya al respecto (aunque empleando otro vocabulario). Que ese conocimiento le llegara al Führer de los alemanes a través de Gottfried Feder o por otras vías es una cuestión que no vamos a abordar aquí.  Así las cosas, el «capitalismo financiero» constituye el objeto de la obra del mismo título del judío Rudolf Hilferding: Das Finanzkapital (1910), publicada cinco años después de Protestantische Ethik. Y Hilferding representa a su vez la fuente más importante de Vladimir U. Lenin en su El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916). También debe tenerse en cuenta, para explicar la fundamental aportación de Lenin, al liberal reformista John A. Hobson, autor de Estudio del imperialismo (1902). El vocablo «oligarquía financiera», en efecto, aparece por primera vez en Lenin y viene trufado con referencias a la especulación improductiva y el parasitismo oligárquico. Sin embargo, en su obra de 2009 El capitalismo financiarizado (Madrid, Maia), el marxista Costas Lapavitsas nos advierte de lo siguiente (p. 73):

Finalmente, es un error ver en los beneficios de las instituciones financieras una medida de los ingresos del rentista. Las instituciones financieras, sobre todo los bancos, no son parásitos que viven del flujo de beneficio de los emprendedores capitalistas modernos. 

Pero ésta era, precisamente, la espina dorsal del discurso «nazi» del que Lapavitsas quiere desmarcarse, a saber, oponer un capitalismo productivo al capitalismo financiero entendiendo que la banca, en la medida en que cobra intereses por un dinero creado ex nihilo, es fundamentalmente parasitaria. Para el marxista Lapavitsas, el capitalismo financiero, sin embargo, no siempre sería parasitario:

En principio son empresas capitalistas que ofrecen servicios necesarios en la esfera de la circulación. Están sometidos a la competencia y tienden a ganar la tasa de ganancia media. Sus beneficios proceden de toda una gama de actividades: préstamo de dinero, mediación en los mercados financieros, transacciones monetarias, intercambios por su propia cuenta, especulación, etc. La financiarización los ha reorientado hacia la explotación de la renta personal y la intermediación en el mercado financiero, y eso les ha permitido aumentar su rentabilidad. Para analizar todo esto correctamente, hay que evitar considerar a las instituciones financieras como simples rentistas (ibídem). 

Resulta sorprendente —o quizá no tanto— observar a un marxista post-revolucionario progre defendiendo a la funcionalidad de la institución bancaria y su especulación (sic) sin hacer referencia alguna al tema de la producción del dinero. ¡Con semejantes marxistas no necesitamos contrarrevolucionarios! Ya hemos demostrado en otro sitio que los banqueros producen el dinero de la nada y cobran intereses por ello. En un contexto político como el actual, que prohíbe al Estado auto-financiarse por ley y abole de este modo uno de los fundamentos de la soberanía nacional (poder regaliano), la banca privada es sin duda un parásito. Si prestara depósitos reales de los ahorradores, el prestatario (¡ojo, no el banco!) debería poder cobrar un interés, evidentemente, porque renuncia a su propio consumo para realizar el préstamo. Pero cuando hablamos de dinero fiat, dinero bancario, y no de depósitos de los ahorradores, el cobro de intereses es una estafa. Así que no podemos estar de acuerdo con Lapavitsas. 

CONFESIONES DE LOS PROPIOS BANQUEROS SOBRE CÓMO CREAN EL DINERO DE LA NADA Y NOS COBRAN INTERESES POR EL FRAUDE

El economista marxista Costas Lapavitsas.

¿TODO CAPITALISMO FINANCIERO ES PARASITARIO? 

En este punto nos vemos, empero, obligados a precisar todavía más los conceptos. Vamos a aceptar como capitalismo financiero «improductivo pero no parasitario» (¿?) aquél que, en la fase del capitalismo productivo, realiza funciones al servicio de éste. Es un capitalismo financiero todavía subordinado a la producción y, en este sentido, pero sólo en éste, podría ser considerado una institución funcional dentro del capitalismo occidental a pesar de que, como veremos, sea pecisamente en su negro corazón donde esté ya gestándose el feto de la bestia oligárquica. Así que podremos todavía distinguir, siendo muy benevolentes con Lapavitsas y los suyos, el «capitalismo financiero» en general, por un lado, y, por otro, un «capitalismo financiero parasitario«.  Se trata, en el fondo, de definir el adjetivo «parasitario» (¿se puede ser «no productivo» pero «no parasitario»?), una pura cuestión semántica. Acto seguido, es importante, para continuar adelante, tener muy en cuenta los siguientes artículos especializados

1/ Capital especulativo parasitario versus capital financiero (Reinaldo A. Carcanholo y Paulo Nakatani). 

2/ El capital ficticio especulativo parasitario se pone al mano del capitalismo. El recrudecimiento de la desigualdad, la explotación, el desempleo, la precariedad, la pobreza, el despotismo y la desposesión. (Andrés Piqueras). 

Las mencionadas aportaciones permiten comprender el concepto marxiano de capital ficticio, cuyo desarrollo cancerígeno en grado de metástasis explicaría supuestamente la transformación del capitalismo productivo en capitalismo parasitario. El concepto de capitalismo financiero no sería suficiente para explicar la auto-destrucción del capitalismo, siendo así que habría habido un capitalismo financiero no-parasitario dentro del sistema capitalista productivo occidental. Teniendo que afinar más el instrumental metodológico para aprehender lo efectivamente sucedido entre 1971 y 2007, los teóricos marxistas de la economía recuperan entonces el susodicho concepto de «capital ficticio». (Para una rápida pero imprescindible comprensión del concepto marxiano de «capital», véase el texto enlazado de Carcanholo, páginas 4-6.) Las referencias más importantes de Marx al «capital ficticio» se encuentran en el Libro III de El Capital, Sección Quinta, capítulos XXIX («Componentes del capital bancario») y XXX («Capital dinero y capital efectivo», los seis parágrafos iniciales). Evidentemente, esta sofisticación del concepto de capital financiero parasitario sólo ha podido aclararse con el desarrollo del capitalismo en la señalada dirección oligárquica. Ni Gottfried Feder —pero tampoco Hilferding o Lenin— podían saber adónde conduciría dicha tendencia, a la sazón embrionaria. Ahora bien, la noción de capital ficticio, oriunda de Marx, ya había sido sistematizada por Hilferding como elemento del «capital financiero» y sería temerario ignorar esta aportación. Nosotros no nos pronunciamos, por el momento, sobre la capacidad explicativa o las limitaciones heurísticas de dicho concepto. Pero, en el supuesto que hemos aceptado provisionalmente, estimamos conveniente explorar sus posibilidades teóricas. Hete aquí la primera definición de «capital ficticio» que aparece en el buscador Google: 

La expresión capital ficticio fue introducida por Marx para designar aquellos activos financieros cuyo valor no se corresponde con algún capital real; el caso paradigmático son los títulos públicos. … Estos cambios en los valores pueden, por lo tanto, no tener una relación directa con la acumulación del capital.

KARL MARX SOBRE LA CUESTIÓN JUDÍA

El nido de garrapatas financieras BlackRock.

Ejemplos de «capital ficticio» son, para Marx, 1/ las letras de cambio, 2/ los títulos de deuda del Estado y 3/ las acciones de las sociedades anónimas. ¡Casi nada! La característica común de este tipo de «activos» es que o bien pueden  a placer no corresponderse con ninguna riqueza real (por ejemplo, la venta de una letra de cambio sobre una operación comercial que todavía no se ha realizado), o bien remiten a una hipotética riqueza futura (por ejemplo, los impuestos que recaudará el Estado), o bien son duplicados de una riqueza existente (por ejemplo, el capital fijo de una empresa, v. g. una nave industrial, del que el accionista no puede disponer pero vende al comercializar las acciones que lo representan). Todos estos títulos de propiedad —en la actualidad el capital financiero ha producido decenas de novedosos «activos» ilusorios de este tipo— pueden comprarse y venderse a pesar de su naturaleza puramente ficticia en términos de riqueza real. Una definición de «capital ficticio» debe comenzar, empero, por aclarar su sentido en la obra de Marx. Para una definición marxista muy sintética, véase la siguiente entrada del Diccionario de Economía Política (Madrid, Akal, 1975, p. 18):

CAPITAL FICTICIO: capital en forma de títulos de valor, que proporcionan un ingreso a quien los posee. Los títulos de valor —acciones, obligaciones de las empresas capitalistas y de los empréstitos del Estado, cédulas de imposición de los Bancos hipotecarios—, carecen de todo valor intrínseco. Esos títulos son un testimonio de que se ha concedido dinero en préstamo o para crear una empresa capitalista; por este motivo confieren a su poseedor el derecho de percibir regularmente plusvalía, creada en el proceso de la producción capitalista. El poseedor de acciones recibe por ellas, anualmente, un ingreso en forma de dividendo (ver), y el poseedor de obligaciones lo recibe en forma de intereses. El movimiento de tales títulos de valor se efectúa en la Bolsa (ver) de Valores. A diferencia del capital real invertido en las diferentes ramas de la economía, el capital ficticio no constituye una riqueza real, y por este motivo no desempeña función alguna en el proceso de la reproducción capitalista. Su carácter ilusorio se descubre con singular nitidez durante las quiebras bursátiles, cuando las acciones y las obligaciones se desvalorizan en muchos miles de millones de unidades monetarias, pese a que con ello la riqueza social efectiva no disminuye en lo más mínimo. Por otra parte, la suba o la baja del precio de venta de las acciones y obligaciones, la especulación con unas y otras, constituyen un medio eficaz para que la gran burguesía se enriquezca a costa de la ruina de los tenedores pequeños y medios de títulos de valor. Con el desarrollo del capitalismo, el capital ficticio se incrementa más rápidamente que el capital real. Se debe ello al amplio desarrollo que alcanzan las empresas capitalistas en forma de sociedades anónimas, al crecimiento de los ingresos percibidos por los títulos de valor debido al aumento de las ganancias monopolistas y a la reducción de la cuota de interés de préstamo, así como también al aumento de la deuda del Estado. El capital ficticio crece con singular rapidez en la etapa actual del desarrollo capitalista. Ello es un exponente del proceso en virtud del cual prosigue la concentración de la riqueza de la sociedad capitalista en la oligarquía financiera y se intensifica el carácter parasitario del capitalismo.

¡Esto fue publicado en un diccionario marxista en el año 1975! Todavía no se había desarrollado la locura de las titulaciones de las hipotecas basura, los derivados o la desregulación y la globalización salvajes de los mercados financieros, pero el texto es claro: «con el desarrollo del capitalismo, el capital ficticio se incrementa más rápidamente que el capital real« (sic). En estos momentos la burbuja es de 700 billones de dólares (el PIB de EEUU asciende a 20 billones de dólares). ¿Nos salimos demasiado de la sencilla intuición fundamental de Gottfried Feder cuando afirmó que el parasitismo del interés bancario —mucho más evidente, si cabe, desde el momento en que los EEUU decidieron abandonar el patrón-oro (1971) y alcanzó su máxima expresión con la Gran Recesión de 2008— es la causa del mal usurario que corroe por dentro la society burguesa? Pues bien, para Marx, el capital ficticio es siempre un capital a interés (o capital que devenga interés) con la particularidad, sin embargo, de que no ha sido invertido en el proceso productivo, sino que, por decirlo así, crece por su cuenta al margen y en perjuicio de la riqueza real.

Gottfried Feder, autor del Manifiesto contra la usura y la servidumbre del interés del dinero (1918).

Obsérvese, por tanto, que en esta cuestión no hay ninguna contradicción fundamental entre Marx y Feder, entre Marx y Hitler. Ambos sustentan sus aseveraciones en la teoría del valor-trabajo (la riqueza procede del trabajo, no del oro) y en la distinción entre valor y precio que Marx tomó de Aristóteles; y ambos señalan el «capital a interés» como requisito y condición sine qua non del fenómeno maligno; que será teorizado por Hilferding en cuanto «capital financiero» y por Lenin en cuanto «oligarquía financiera». Se explica, en consecuencia, que un marxista revolucionario como Benito Mussolini pudiera realizar el tránsito del marxismo al fascismo revolucionario (una herejía marxista) sin renunciar a la mayor parte del bagaje conceptual heredado de «nuestro maestro inmortal» (1914). 

https://intra-e.com/lamarca/index.php/2020/02/07/el-rabino-supremo-de-israel-afirma-que-los-no-judios-solo-existen-para-servir-a-los-judios/

El filósofo alemán, de procedencia judía, Karl Marx.

DEL CAPITAL FICTICIO MARXIANO AL CAPITALISMO PARASITARIO JUDÍO

El concepto de capital ficticio condensa la perversión agravada y última del interés bancario, basado siempre en dinero fiat, es decir, en un capital creado ex nihilo en el mismo momento de conceder el préstamo y que no se corresponde con ningún depósito monetario previo pero genera un beneficio. Imaginemos ahora que el prestatario del crédito tituliza ese dinero (P) y vende sus derechos de propiedad por P+1. ¿Se ha incrementado la riqueza? No. Pero el autor de la operación ha ganado 1 sin producir valor. Este +1 es ilusión añadida a la ficción. El particular, en realidad, sólo ejerce de banco privado de facto. ¿Que le impide al comprador volverlo a vender y así sucesivamente? Mas con este material se construye un «mercado financiero» de puros trilerismos fraudulentos. Ahora bien, el capital ficticio emerge ya, le guste o no a Lapavitsas, en el «P» de dinero fiat, cuya realidad es cero riqueza o capital pero por el que cóbrase interés, al que se añade (+n), una cantidad aleatoria de operaciones especulativas que se suceden en forma ascendente y creciente, es decir, como burbuja, hasta que ésta estalla y se descubre que dichos títulos no valían absolutamente nada. No obstante lo cual, el último vendedor de P, el postrero eslabón de la cadena comercial-financiera antes del estallido —en el climax de la burbuja—, puede haberse enquecido de golpe, para escarnio de los millones de trabajadores de la nación que se ganan el pan con el sudor de su frente, con un buñuelo de viento. Es la figura del especulador, que Lapavitsas introduce sin sonrojo dentro del catálogo de bondades del capitalismo «financiero no-parasitario». Con palabras de Reinaldo Carcanholo y Paulo Nakatani (op. cit, p. 10): 

Sin embargo, la idea sobre este «capital creado» es «puramente ilusoria». Pero dejaría de ser ilusoria si el derecho de apropiación sobre este ingreso regular fuera transferible, es decir, si fuera representado por un título de propiedad y pudiera ser transferido comercialmente. En estas circunstancias, la idea de que aquél constituye capital deja de ser puramente ilusoria. ¿Significa esto que el capital creado de esta manera es realmente capital? Lamentablemente la respuesta es negativa: el título aparece en las manos de su poseedor como su verdadero capital, pero, para la sociedad como un todo, no pasa de ser un capital ilusorio, un capital ficticio, aunque con movimiento propio y con cierta independencia respecto del capital real. Desde el punto de vista individual, el capital es real, y desde el punto de vista de la totalidad, de lo global, es capital ficticio. / Es necesario destacar que el capital ficticio tiene existencia real y su lógica interfiere realmente en la trayectoria y en las circunstancias de la valorización y de la acumulación. El capital ficticio tiene movimiento propio. Así, en cierta manera es real, y, al mismo tiempo, no lo es. 

El judío Robert S. Kapito, fundador y presidente de BlackRock.

Como un vampiro, muerto viviente, el capital ficticio es y no es, la cuestión del ser (Heidegger), pero en todo caso se alimenta de sangre. Un virus sólo «vive» cuando se conecta con un ser realmente vivo: mas el capitalismo parasitario —huésped— necesita y, a la par, destruye a su anfitrión:

Al realizar los deseos más íntimos, pero inconfesables, del capital y presentarse como no dependiente de la lógica del capital industrial, el capital especulativoparasitario subordina la lógica de todos los capitales concretos que se relacionan con él. Así, el propio capital productivo queda dominado y los capitales individuales concretos que por ventura cumplan las funciones autonomizadas de capital productivo se someten crecientemente a la lógica parasitaria y pasan a actuar cada vez más de manera especulativa. / Siguen existiendo capitales individuales concretos que cumplen las funciones exigidas por el capital industrial pero, cada vez más, estarán contaminados por la lógica especulativa. El capital especulativo parasitario no se restringe a aquella parte del capital que solamente actúa especulativamente; contamina todo el capital industrial. Éste, como un todo, conviértese en capital especulativo (Carcanholo/Nakatani, op. cit., p. 15). 

El judío Larry Fink, fundador y presidente de BlackRock. Sueldo: 39 millones de dólares. Ingresos adicionales: 2500 millones de dólares.

Con lo dicho —e ínfimas correcciones «nazis» al concepto de «capital ficticio»— nos hallamos en condiciones de esbozar un esquema del proceso que hemos denominado auto-destrucción del capitalismo. Bien entendido que lo destruido aquí será el capitalismo productivo típicamente occidental, pero no el capitalismo vulgar —según Max Weber— anterior a la Modernidad o existente también fuera de Europa. En efecto, el capitalismo financiero parasitario nos retrotrae velis nolis a ese tipo de capitalismo premoderno y oriental, donde la historia se habrá por fin detenido para siempre. Porque, además de un proyecto económico, la auto-destrucción del capitalismo occidental entraña un proyecto político y cultural enderezado a construir una teocracia medieval judía a escala mundial. En este extremo, empero, como ya hemos señalado, nuestros teóricos marxistas, tan revolucionarios ellos, callan por temor a pecar, es decir, a vulnerar los preceptos de la religión mundial laica de la Shoah —ofendiendo a víctimas de «el Holocausto» como Larry Fink— y ser consecuentemente acusados de «nazis» («el mal absoluto») e incurrir en delito de lesa judeidad.  Por este motivo, nos haremos dos preguntas separadas, una marxista y otra «fascista»: 1/ ¿cuándo y cómo, en términos estrictamente económicos, se produjo el «acoplamiento» entre el capitalismo financiero pre-occidental y pre-moderno y el capitalismo productivo que ahora toca a su fin? Porque si entendemos la forma en que se armó la máquina, podremos entender de qué manera se desarmará o se está desarmando ya; 2/ ¿qué tipo de procesos culturales y políticos subyacen al fenómeno puramente económico? Y aquí disponemos de grandes pensadores poco sospechosos de «fascismo» como, entre muchos otros, los padres de la sociología Karl Marx y Max Weber. Cuyo testimonio, por este particular motivo policial, adquiere un enorme valor en los tiempos de la oligarquía antifascista transnacional y su Gran Prohibición, a saber, aquélla que castiga pensar libremente el «fascismo» en cuanto exterminio físico revolucionario de la oligarquía financiera. Porque, para decirlo de forma rapsódica que desarrollaremos más adelante con todo lujo de detalles, «el Holocausto» está ya en Marx como posibilidad político-cultural y requisito para la liberación de la humanidad. 

Jaume Farrerons*

Figueres, la Marca Hispànica, 18 de diciembre de 2021 

*Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación; Presidente de Plataforma Democràtica per Catalunya (PDxC).

LA RESERVA FEDERAL DE EEUU ES UN OLIGOPOLIO DE BANCOS PRIVADOS CONTROLADO POR LA OLIGARQUÍA SIONISTA

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