EL TERRORISMO ISLÁMICO ES UNA INVENCIÓN DE OCCIDENTE (2). LA CONEXIÓN SAUDÍ
EL MAYOR ALIADO ÁRABE DE LOS EEUU Y DEL REINO UNIDO EN ORIENTE MEDIO CONSTITUYE LA CLAVE DE BÓVEDA CONCEPTUAL PARA COMPRENDER EL PRESUNTO YIHADISMO MUSULMÁN COMO UNA AGRESIÓN GENOCIDA DE LA OLIGARQUÍA SIONISTA OCCIDENTAL A LOS PUEBLOS DE LAS NACIONES GENTILES. La oligarquía no puede exterminarnos todavía de forma descarada: necesita una pandemia, una crisis económica, una catástrofe climática, una guerra humanitaria o… un ataque terrorista. Por las mismas razones, Arabia Saudita no sería sin más cierto «país musulmán», sino algo artificial, producto del colonialismo occidental. Y, además, en sus peculiares rasgos ideológicos, un típico producto masónico de la City de Londres enquistado en el corazón mismo del mundo árabe. Sobre este punto, es muy importante subrayar la procedencia británica tanto de la masonería cuanto del sionismo, y el hecho de que los masones se conciben a sí mismos como un Centro de Unión de las tres religiones monoteístas abrahamánicas: judaísmo, cristianismo e islam. De manera que la masonería musulmana no representa un episodio anecdótico o marginal, sino una de las bazas fundamentales, pero demasiado desconocida, del proyecto masónico en su conjunto. Conviene no olvidar, finalmente, que islámicos y cristianos obedecen ambos explícitamente a un dios judío, a saber, el dios de Abraham, reconocido explícitamente tanto por el canon cristiano de la Biblia como por el Corán. De ahí que no pueda establecerse una separación entre los intereses masónicos y el sionismo —judío o cristiano, ¿musulmán?— en cuanto proyecto de dominación mundial del «pueblo escogido». El sionismo islámico tiene un nombre: Arabia Saudí, y ha sido promovido en tales términos por la masonería judeo-anglosajona.
EL LUGAR DE ARABIA SAUDÍ EN EL COLONIALISMO OCCIDENTAL
El reino de Arabia Saudí fue fabricado —literalmente— por el Imperio Británico y los EEUU en beneficio propio. Los servicios de inteligencia de la corona y la masonería británica, de ideología cristiano-puritana y sionista, jugaron sin duda alguna su papel:
El espía inglés M. Hempher relata en su «Confessions of a British Spy« cómo ayudó a Muhammad Ibn Abdil Wahhab a formar el wahabismo bajo la orden y auspicio de la corona inglesa. Encontró Hempher al personaje por vez primera en el taller de carpintería de un shia de Damasco. A partir de ese encuentro comenzaron a planificar cómo cambiar la doctrina del Islam a fin de adaptarla a los intereses políticos de la corona británica.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Muh%C3%A1mmad_ibn_Abd-al-Wahhab
Sobre las Memorias de Hempher, cuya autenticidad se ha puesto en duda, véase:
https://en.wikipedia.org/wiki/Memoirs_of_Mr._Hempher,_The_British_Spy_to_the_Middle_East
Sobre el islam y la masonería desde la perspectiva de la masonería, véase: «Islam y masonería en el mundo contemporáneo».
La relación —poco conocida por el público— entre la corona británica y el reino de Saud es ilustrada por Daniel Estulin en la obra, poco seria en su conjunto pero con algunas fuentes fiables, Fuera de control. Cómo Occidente creó, financió y desató el terror de Estado Islámico sobre el mundo, Barcelona, Planeta, 2015, pp. 85 y ss:
En contra de la opinión popular, el Imperio británico todavía existe. En muchos aspectos, es más global, poderoso y feroz que cuando estaba en su apogeo en los siglos XVIII y XIX. Además, el Reino de Arabia Saudí, creado por el Imperio británico entre 1901 y 1932, es una prolongación clave de ese Imperio. En la actualidad, Londres es el epicentro y la sede de decenas de las organizaciones terroristas internacionales más sangrientas, financiadas y protegidas por el gobierno y por la propia Corona británica (op. cit., p. 85).
En la página 88, leemos algo todavía más interesante:
Al recoger a un beduino que vagaba por el desierto y convertirlo en el «Guardián» de las dos ciudades más sagradas del islam, la Makka al Mukarrama (La Meca) y Al Madina al Munawwarah (Medina), Gran Bretaña se ganó a una horda de siervos. Y Saud bin Abdelaziz se portó y cumplió su parte sin dilación, ¡al dar la bienvenida a los sionistas al mundo árabe! / En 1919, en la Conferencia de París que puso fin a la primera guerra mundial, Gertrude Bell, funcionaria de los servicios de inteligencia británicos, abogó por la creación de emiratos árabes independientes en la zona donde previamente se extendía el Imperio otomano. El 3 de enero de 1919, Faisal Saeed al Ismaily, un beduino suní a cargo de la delegación árabe, y Chaim Weizmann, presidente de la Organización Sionista Mundial, firmaron el acuerdo Faisal-Weizmann para la cooperación árabe–judía, por el que Faisal aceptó con condiciones la Declaración Balfour, siempre y cuando se cumplieran las promesas británicas realizadas en tiempos de guerra de crear una patria judía en Palestina (op. cit., pp. 88-89).
Daniel Estulin es un auténtico impostor al que se le permite vender una versión ridícula de la teoría de la conspiración, cuya función consiste en ocultar el papel de Israel, la comunidad judía organizada en la Diáspora y el sionismo internacional en el fenómeno que denuncia, pero incluso Estulin tiene que reconocer algunos hechos. La fuente principal de Estulin es la revista «Executive Intelligence Review», del propagandista Lyndon LaRouche. La «tesis» principal de LaRouche, siguiendo al liberal cristiano-platónico Anthony Sutton, es que la oligarquía financiera occidental existe y cospira pero… es «nazi». Véase «Rockefeller Unindictet Co-Conspirator» (1-2-1976). Todavía no han podido explicar por qué estos nazis consideraron que su enemigo principal era precisamente el nazismo y actuaron en consecuencia. Curiosamente, los «críticos» de LaRouche estigmatizan su ideología como «fascista» y «antisemita». La silenciosa batalla cultural entorno a las características ideológicas de la oligarquía sigue librándose en la actualidad.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el «país» saudí fue definitivamente heredado por la oligarquía sionista occidental tras los reajustes internos del poder colonial propiciados por la desaparición formal del imperio británico, la hegemonía estadounidense y la instauración sionista del Estado de Israel en Palestina. Pero ya en los años 30 había comenzado la penetración de los EEUU en la zona. Véase al respecto «La invención de Arabia Saudita».
La Primera Guerra Mundial trajo la desaparición del Imperio Otomano, dejando un inmenso vacío de poder en lo que llamamos Oriente Medio. Inglaterra, primera potencia del mundo en aquella época, ambicionaba aquel territorio que suponía la continuidad terrestre de su imperio hasta la India. Sería la victoria definitiva en el gran juego que, desde el siglo XIX, pretendía el control de Asia. / Para ello contaba con un plantel extraordinario de los que en aquella época se llamaban, sin rubor, “imperialistas”. Junto a Lawrence de Arabia, por todos conocido, estaba Sir Percy Cox, alias Coccus, que se inventó los estados de Irak y Kuwait; o el Mayor Mis Bell, es decir, Gertrude Bell, alpinista, traductora del persa y arqueóloga que había fundado el Museo de Bagdad a la vez que impedía la construcción del ferrocarril alemán Berlín-Bagdad; o Saint John Philby, distinguido botánico y experto el lenguas orientales, el primer blanco que atravesó Arabia de Este a Oeste y de Norte a Sur. Sin olvidar a Winston Churchill que, como secretario de Colonias, ideó la fórmula para dominar Oriente Medio: nada de ejércitos sobre el terreno, sino una potente aviación de bombardeo, doctrina que aplican los norteamericanos desde la Primera Guerra del Golfo de 1991.
Sobre la aparición de los EEUU en el escenario geoestratégico de Oriente Medio:
Y en esas entraron en el juego los americanos, no con novelescos agentes del Gran Juego como los ingleses, sino con ingenieros y geólogos. A principios de los 30 Saud contrató a un ingeniero de minas de Vermont, Karl Twitchell, para que buscase petróleo en su reino. Twitchell era un hombre de fe, estaba seguro de que la Península Arábiga atesoraba oro negro, y cuando en 1932 se descubrió un yacimiento en la vecina isla de Bahrein –protectorado británico- convenció a la Standard Oil de California y la Texas Oil para que pagasen por una concesión de 60 años. Inglaterra y Francia habían dejado a Estados Unidos fuera del pastel del petróleo persa con el Tratado de San Remo, de modo que las compañías americanas se conformaron con la promesa de Twitchell. / Durante varios años fue una búsqueda infructuosa, en cierto modo épica, llevada a cabo por un animoso geólogo de Oregón, Max Steineke, que se adaptó perfectamente al desierto, se dejó barba y vestía como un beduino. Por fin, el 3 de marzo de 1938 surgió el chorro de oro negro. Steineke había encontrado la mayor fuente de petróleo de la Tierra, Bin Saud se convertiría en el rey más rico del mundo y Estados Unidos se había agenciado al principal proveedor para alimentar la mayor industria mundial.
Las funciones oligárquicas de la dinastía saudí a lo largo de su ignominiosa historia son varias, pero, ante todo, es la responsable por delegación de mantener a los pueblos árabes hundidos en una eterna Edad Media de subdesarrollo, ignorancia y superstición, a cuyos afectos promueve Riad la versión más reaccionaria del islam, a saber: el wahabismo, corriente involucionista radical del islam emparentada en este aspecto con el ya de por sí ultraconservador salafismo de los Hermanos Musulmanes egipcios:
En el libro, un espía británico llamado Hempher, que trabajaba a principios de 1700, habla de disfrazarse de musulmán e infiltrarse en el imperio otomano con el objetivo de debilitarlo para destruir el Islam de una vez por todas. Dice a sus lectores: «cuando la unidad de los musulmanes se rompe y la simpatía común entre ellos se ve afectada, sus fuerzas se disolverán y, por lo tanto, los destruiremos fácilmente… Nosotros, el pueblo inglés, tenemos que hacer travesuras y suscitar el cisma en todas nuestras colonias para que podamos vivir en bienestar y lujo». [4] Hempher tiene la intención de debilitar la moral musulmana promoviendo «el alcohol y la fornicación», pero su primer paso es promover la innovación y el desorden en el Islam creando el wahabismo, que es ganar credibilidad siendo moralmente estricto en la superficie. Para ello, recluta a «un joven iraquí crédulo y exaltado en Basora llamado Muhammad ibn Abd al-Wahhab«. [3] Hempher corrompe y adula a Wahab hasta que el hombre está dispuesto a fundar su propia secta. Según Hempher, él es uno de los 5.000 agentes británicos con la misión de debilitar a los musulmanes, que el gobierno británico planea aumentar a 100.000 a finales del siglo XVIII. Hempher escribe, «cuando alcancemos este número, habremos traído a todos los musulmanes bajo nuestro dominio» y el Islam se convertirá en «un estado miserable del que nunca se recuperará». [4]
El fragmento describe lo que ha ocurrido un siglo después y seguirá ocurriendo en la nación árabe —un estado miserable del que nunca se recuperará— hasta que la traidora dinastía saudí sea derrocada y aniquilada.
El wahabismo es la ideología oficial del Estado saudí.
El wahabismo es la ideología de los grupos terroristas Al-Qaeda y Estado Islámico.
¿Es la doctrina religiosa saudí responsable del terrorismo islamista? Un artículo de «El País».
¿Qué es el wahabismo, la raíz ideológica de Estado Islámico? La interpretación arcaica, rigorista y excluyente que Arabia Saudí está expandiendo por el mundo. Un artículo de «Huffpost».
Así las cosas, conviene hacer notar que el verdadero enemigo de este islam retrógrado domesticado por Occidente es el nacionalismo árabe laico. Y que no en vano, cuando la oligarquía occidental ha querido castigar a los árabes por el presunto terrorismo «islámico» promovido por su aliado saudí, no ha bombardeado nunca La Meca —meollo del wahabismo y, por ende, del yihadismo—, sino Irak, Siria, Libia y otras naciones, construidas por el socialismo nacional árabe —panarabismo— y completamente ajenas a la yihad. Todas estas aclaraciones previas son imprescindibles para comprender el enfoque de nuestra interpretación del 11-S, que es justamente la que el artículo de «Vox Populi» enlazado arriba desestima con desprecio como una manifestación característica de la teoría de la conspiración:
El atentado de las Torres Gemelas fue ordenado por un millonario saudí, Osama bin Laden, y de los 19 terroristas que lo ejecutaron, 15 eran saudíes. Sin embargo, cuando Estados Unidos clausuró su espacio aéreo en previsión de nuevos ataques, sólo hubo una excepción: un avión despegó para sacar del país a miembros de la familia real de Arabia. Los paranoides fanáticos de la teoría de la conspiración citan esta historia –o leyenda- como prueba de que el Gobierno americano organizó los atentados. Sin embargo no era un complot, era mera diplomacia, Washington no podía permitir que algún airado norteamericano se tomase venganza con un miembro de la familia Saud. Y es que desde hace 90 años Estados Unidos considera a Arabia Saudita (el nombre de la familia es inseparable del país) algo más que un aliado, es su propia criatura.
Demostraremos que la complicidad de EEUU con el terrorismo saudita no se limitó a evacuar a los familiares de la dinastía, sino que va mucho más allá. Sobre el método utilizado para realizar los atentados de falsa bandera conviene recuperar algunos artículos publicados por CARRER LA MARCA, antes de la pandemia, en los que se exponía de forma esquemática la denominada teoría del grifo. En el próximo artículo profundizaremos en las contradicciones de la versión oficial sobre el papel de las autoridades saudíes en la perpetración del 11-S y su encubrimiento por parte de las autoridades estadounidenses, incluido Donald J. Trump.
Figueres, la Marca Hispànica, 11 de septiembre de 2021.
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