MOVIMIENTO LGTB O EL DERECHISMO NEOLIBERAL EN ESTADO QUÍMICAMENTE PURO
EL ÚLTIMO ESTADIO HISTÓRICO EN LA EVOLUCIÓN DEL JUDEO-CRISTIANISMO ES EL NEOLIBERALISMO QUE PROMUEVE EL MOVIMIENTO LGTB. César Vidal resume en unas imágenes concisas, contundentes y espectaculares las consecuencias demográficas del movimiento LGTB. Le sorprende que sociedades cristianas occidentales se engañen en aquéllo que países comunistas y ateos como China tienen no obstante muy claro. No se necesitaría, por tanto, ser católico o creyente cristiano para defender con uñas y dientes la familia como fundamento institucional de la nación. La familia, en cuanto comunidad carnal, es una instituición pre-cristiana e incluso anti-cristiana. Erige Vidal a la postre, empero, un país confesional muy determinado —el Estado de Israel— a la categoría de modelo que debería inspirarnos en el diseño conscientemente patriótico o nacionalista de las políticas sociales demográficas y de familia. Esta propuesta, en efecto, no sólo es inconsecuente con sus propias palabras, sino —para los antropólogos conocedores del transfondo de la cuestión, como veremos más abajo— directamente contraproducente. En opinión de César Vidal —público y notorio feligrés del cristianismo evangélico sionista estadounidense—, el judeo-cristianismo constituye el antídoto contra los males sociales que corroen por dentro la naciones de Occidente, todas ellas de tradición judeo-cristiana. No se pregunta Vidal por qué esas naciones —y precisamente ésas— son las más afectadas por la alarmante y quizá ya irreversible descomposición actual de la comunidad nacional, sino que se apresura a recetarnos más judeo-cristianismo contra los efectos del judeo-cristianismo. Reacciona de la misma manera que los economistas neoliberales cuando, ante los desastres sociales que sus políticas económicas desencadenan, sólo tienen una respuesta: más neoliberalismo. ¿Cómo curar el alcoholismo? Ingiriendo mayores dosis de alcohol, diría el médico que, en realidad, pretende asesinar a su paciente. Resulta sorprendente, en efecto, que Vidal sea incapaz de captar las relaciones históricas entre (1) el movimiento LGTB y el neoliberalismo y (2) el neoliberalismo y el judeo-cristianismo. El presente artículo es sólo una pincelada sobre la cuestión.
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EL NEOLIBERALISMO COMO PROYECTO DE ANIQUILACIÓN DE LAS NACIONES
Que el multimillonario judío Georg Soros sea quien promueva en Occidente el movimiento LGTB; que el teórico por excelencia del neoliberalismo sea el judío Milton Friedman; que el judío Henry Kissinger haya impuesto manu militari, mediante sangrientas dictaduras, las doctrinas económicas de la Escuela de Chicago —por sacar a colación tres ejemplos significativos—, sería cosa anecdótica comparada con el hecho de que la ideología LGTB es sólo uno de los muchos instrumentos que el neoliberalismo utiliza para destruir las naciones desde su propio interior. Veamos algunos de ellos.
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Además de los recortes de las ayudas sociales y de la proverbial tendencia neoliberal a privatizar los servicios públicos, hechos de sobras conocidos, las condiciones laborales y sociales que el neoliberalismo impone a la población trabajadora impide que la inmensa mayoría de la nación forme familias estables y pueda criar hijos, o no los suficientes para asegurar la permanencia de la comunidad nacional. La brutal caída de las tasas de natalidad en los países atrapados por el neoliberalismo y el aumento del precio del trabajo que aquélla provoca es combatido mediante la entrada masiva de inmigrantes de otras naciones, culturas y hasta civilizaciones, la cual, además de mantener los salarios autóctonos al nivel de la semi-esclavitud, provocan la fragmentación interna («multiculturalismo») de la nación afectada.
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Las deslocalizaciones instigadas por la globalización neoliberal desindustrializan las naciones occidentales y las hacen dependientes de las importaciones extranjeras. La globalización convierte las naciones occidentales en meros enclaves del comercio mundial especializados en unos pocos productos y, por tanto, en estados no-soberanos que pueden, mediante el bloqueo y las sanciones de las potencias imperialistas o de sus agencias, ser fácilmente conducidos al hambre y la miseria. El mundialismo económico constituye de esta forma una válvula de seguridad oligárquica contra aquellas naciones que, como antaño la Alemania nacionalsocialista o la Rusia comunista —y ahora la China «socialista nacional»—, osen adoptar ideologías nacionalistas o proyectos políticos de izquierdas que contravengan los dogmas de las élites globalistas. La prohibición neoliberal de que el Estado nacional emita moneda (una potestad tradicional denominada poder regaliano) y la imposición, por ley, de que sólo los bancos privados puedan producir dinero, genera la mal llamada deuda soberana, argolla del pago de los intereses usurarios en virtud de la cual las naciones deben renunciar, no ya a un Estado social protector de la ciudadanía que resultaría supuestamente demasiado caro, sino renunciar precisamente a su soberanía nacional. Las naciones se convierten así en simples apéndices, políticamente dóciles, de una oligarquía transnacional planetaria formada por parásitos financieros judeo-cristianos. Esta oligarquía mueve los hilos de la política mediante el crédito concedido a los partidos y, sobre todo, el control financiero de los medios de comunicación.
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EL NEOLIBERALISMO CONTRA EL NACIONALISMO Y EL POPULISMO DE IZQUIERDAS
A todas estas medidas económicas y sociales, encaminadas a extinguir la nación de una muerte sólo aparentemente natural, se añade el adoctrinamiento contra el nacionalismo. Se enseña a los ciudadanos que el nacionalismo es malo y que el valor supremo de la sociedad debe ser el individuo, no la nación, supuesta ficción ideológica de idiosincrasia fascista. Los derechos de las minorías deben ser protegidos, las mayorías —la nación, el pueblo trabajador— son en cambio totalitarias, uniformizadoras, adocenantes, fascistas, nazis, genocidas, etcétera. Sólo un nacionalismo bueno hay en el mundo, el secreto nacionalismo de los no-nacionalistas, a saber, el sionismo, el nacionalismo judío. ¡¡¡Éste sí que les parece admirable a los políticos liberales!!! Para verificar las maravillas del nacionalismo judío, única ideología patria respetada por los medios de comunicación occidentales, pueden preguntar ustedes a los palestinos, cuya agonía constituye en realidad el brutal anticipo de aquéllo que les espera al resto de los pueblos gentiles (no-judíos) del mundo que se dejen engatusar por los cantos de sirena de sionistas como César Vidal.
Ciudadanos (C’s), Partido Popular (PP) y Vox, los partidos liberales, de derechas, fervorosos creyentes en el mercado y devotos de la llamada iniciativa individual, se presentan como organizaciones políticas presuntamente patrióticas pero no-nacionalistas (¿cómo se come eso?) aunque en realidad vendidas a los intereses de la oligarquía financiera sionista. Y hablan siempre del nacionalismo y del populismo de izquierdas en términos despectivos, pero observen ustedes que nunca atacan el nacionalismo judío. ¡¡¡Jamás!!! Antes bien, puede acreditarse que tienden a concebir Israel —un Estado no sólo hiper-nacionalista, sino racista y genocida— como país occidental modélico, la única democracia de Oriente Medio. Desde este altar derechista perora su homilía el cristiano evangélico sionista César Vidal. En efecto, olvidando el decisivo papel de la oligarquía judía en la crisis de las comunidades nacionales occidentales, nos vende Vidal el criminal Estado judío y el judeo-cristianismo en calidad de antídoto contra los males que el propio judaísmo ha provocado.
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EL MOVIMIENTO LGTB COMO INSTRUMENTO DE LA OLIGARQUÍA PARA DIVIDIR Y DESTRUIR LAS NACIONES POR LA VÍA DE LA EXTINCIÓN DEMOGRÁFICA
Es en este contexto que hay que entender el movimiento LGTB. El fenómeno homosexualista —la politización de la homosexualidad— forma parte de la caja de herramientas oligárquicas para desmontar, pieza a pieza, las naciones. Se trata de utensilios que no se limitan a manejar en el terreno estrictamente económico, sino también en el social, cultural e ideológico. De hecho, la inmigración procedente de países africanos e islámicos, además de presionar a la baja los salarios autóctonos, tiene que ser ya un fenómeno social de consecuencias devastadoras para la cohesión cultural de las naciones receptoras. En lo concerniente a la demolición de la institución familiar, el neoliberalismo, además del movimiento LGTB, promueve otras iniciativas divisivas y anti-demográficas estrictamente sociales como el feminismo, las políticas de género, el aborto… Todo aquéllo que opere como un factor de fragmentación de la comunidad tiene en el neoliberalismo una subvención, un modus vivendi, una subcultura anti-nacional alimentada por los políticos liberales. No nos hallamos, sin embargo, ante movimientos progres o de izquierdas, sino liberales, de derechas y, para más inri, en cuanto tales, de procedencia judeo-cristiana.
El concepto de un «marxismo cultural» supuestamente de izquierdas es un fraude típico de la extrema derecha: basta examinar la nómina de la Escuela de Frankfurt y comprobar que todos sus autores eran judíos creyentes que desnaturalizaron el marxismo revolucionario de Marx elevando el individuo —con su felicidad y sus deseos, esperanza religiosa incluida— a valor supremo de la política, un designio típicamente neoliberal. Estos frankfurtianos, por ejemplo Theodor W. Adorno y el homosexual Max Horkheimer, presuntos creadores del «marxismo cultural», son liberales pro-estadounidenses que se opusieron al comunismo soviético de forma explícita. El autor de la Escuela de Frankfurt quizá más célebre por su implicación en los hechos de mayo de 1968, a saber, el judío Herbert Marcuse, colaboraba con la CIA y recibió subvenciones de la Fundación Rockefeller para escribir su obra clásica El hombre unidimensional (1954), un hecho que él mismo reconoce en las primeras páginas del libro.
Sobre la relación entre el movimiento LGTB y el neoliberalismo (la derecha), ampliamente documentada, nos remitimos a la obra de Daniel Bernabé La trampa de la diversidad (2018). Así como resultaría ridículo calificar de progres a las jefas CEO de las grandes corporaciones capitalistas (como Ana Botín) o a jefas de Estado como Margaret Thatcher o Angela Merkel, también feministas pero obviamente asociadas a programas políticos de derecha liberal, pretender que el movimiento LGTB es de izquierdas constituye un insulto a la inteligencia. El movimiento LGTB reivindica el derecho a la felicidad —que puede consistir en un conjunto de prácticas sexuales u otro tipo de características y pautas de conducta— de cierta minoría oprimida. Estamos ante el mismo tipo de preceptos liberales que hicieron posible el nacimiento de países extremadamente conservadores en lo económico y lo religioso como los EEUU. En EEUU no hay izquierda, todo es derecha, nunca ha existido el socialismo. El «liberalismo» (liberal) es allí la «izquierda», el partido demócrata (en España, el PP o C’s), y el partido republicano, la «derecha», aquéllo que en nuestro país equivaldría a Vox (la ultraderecha).
La libertad religiosa establece, en efecto, el antecedente, fundamento y requisito del liberalismo occidental; y ha dado lugar a la aparición de innumerables sectas evangélicas cuyo adversario más señalado era el papismo romano en tanto que autoridad supra-individual. De esa liberación, que comienza con la reforma luterana, proceden las sucesivas oleadas de peticiones de «derechos» por parte de las minorías más diversas. Las reivindicaciones individualistas van fragmentándose sucesivamente en grupos y subgrupos específicos hasta que el individuo se queda solo reivindicándose a sí mismo en su única, irrepetible y valiosa diferencia. Para el liberalismo, el individuo es el valor central y aquéllo que convierte en liberal —y derechista— una reivindicación es la oposición individualista a la norma, grupo, colectividad, comunidad, Estado o país. Sólo así pueden llegar a ser sometidas y destruidas las naciones… pero de eso se trataba. Para expresarlo con palabras de la propia Margaret Thatcher citadas por Bernabé:
En la crisis actual, el gobierno no es la solución a nuestro problema; el gobierno es el problema. (…) Algunos socialistas parecen creer que las personas deberían ser números de un Estado computarizado. Nosotros creemos que deberían ser individuos. Todos somos diferentes. Nadie, gracias a Dios, es como cualquier otra persona, por mucho que los socialistas pretendan lo contrario. Creemos que todos tienen derecho a ser diferentes, pero para nosotros cualquier ser humano es igualmente importante. (…) El derecho de un hombre a trabajar como desee para gastar lo que gana en poseer propiedades y para tener al Estado como sirviente y no como amo son parte de la herencia británica. Estos derechos son la esencia de la economía libre. Y de esa libertad dependen todas nuestras otras libertades (op. cit., pp. 67-68).
Esas otras libertades incluyen las libertades sexuales del movimiento LGTB que, por tanto, es un movimiento liberal y, por ende, de derechas. Pregunten, si no les convence la idea, lo que les sucedía a los homosexuales en los Estados comunistas. Así las cosas, quizá la imbecilidad filosófica, la tontería nominalista inglesa de Margaret Thatcher, quedó retratada en toda su abismal ignorancia cuando, en una entrevista (1987), negó que la sociedad existiera:
¿Quién es la sociedad? No existe tal cosa, sólo individuos, hombres y mujeres.
Pero no sólo hombres y mujeres: también homosexuales, transgénero, pederastas, zoófilos, necrófilos y demás variantes —hasta el infinito— del «individuo». Por supuesto, la premier británica desconocía que el individualismo es el resultado de un determinado proceso de socialización y que sólo pueden existir individuos en el sentido liberal de la palabra porque históricamente apareció una sociedad individualista en Occidente —y únicamente en Occidente—, siendo así que el resto de las civilizaciones, incluida la grecorromana, han sido sociedades holistas, es decir, entidades colectivas que subordinaban el individuo a la comunidad. Un tema recurrente en la obra de Bernabé es descomposición de la unidad política de acción de los trabajadores por culpa de las reivindicaciones identitarias individualistas de variados pelajes:
La clase trabajadora aunque es mayoritaria en la sociedad ha desaparecido por completo del mapa de la representación (op. cit., p. 115).
La propia «izquierda» europea actual, en realidad una derecha liberal disfrazada de progresismo, una falsa izquierda, ha hecho suyos los valores neoliberales ya desde los tiempos de Felipe González, el gran Judas del socialismo español. Margaret Thatcher se congratulaba desvergonzadamente por esta gran victoria:
«Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Obligamos a nuestros oponentes a cambiar su forma de pensar» (op. cit., p. 90).
Para ser progresista (¿?), la «izquierda»-Judas contemporánea ya no necesita cuestionar el capitalismo como sistema económico y ni siquiera promover la redistribución socialdemócrata de los riqueza nacional, porque le basta instituir el matrimonio homosexual, privar a los varones de la presunción de inocencia en nombre de la lucha contra la violencia machista o financiar con dinero público el cambio de sexo de los que se «sientan» hombre o mujer en función de sus ansias de «felicidad», etcétera. Reivindicaciones simbólicas —baratijas políticas— perfectamente compatibles con los intereses del gran capital.
Pero la extrema derecha no es menos fraudulenta que la izquierda liberal. Si la falsa izquierda vende progresismo puramente verbal, icónico, representativo, la ultraderecha vende falso patriotismo para encubrir sus políticas económicas y sociales neoliberales. Por lo que respecta al movimiento LGTB, la extrema derecha islamófoba, de forma harto inconsecuente, se opone a la supuesta invasión islámica pero luego ataca al movimiento LGTB calificándolo de progre, cuando en las teocracias islámicas la homosexualidad está castigada penalmente incluso con la pena capital. En su impostura o confusión mental, los ultras olvidan que el islamismo es de extrema derecha tanto cuanto los propios ultras católicos lo son y que en cuanto «patriotas» comparten la homofobia con los integristas islámicos. Pero los ultras no pueden seguir declarándose judeo-cristianos, promoviendo programas económicos neoliberales y, al mismo tiempo, vendiéndose como patriotas que se oponen al movimiento LGTB. En efecto, uno es o liberal o nacionalista. Porque además resulta ya evidente el motivo por el cual el liberalismo procede del judeo-cristianismo. Los judíos fueron la primera minoría oprimida en Occidente y, a partir de la defensa de los derechos religiosos protestantes, se ha desarrollado todo el posterior derecho liberal de minorías.
LA BANCA PRIVADA FABRICA EL DINERO APRETANDO EL BOTÓN DE UN ORDENADOR
RAÍCES CRISTIANO-LIBERALES DEL MOVIMIENTO LGTB
Hay una razón estrictamente teológica, estructural, que desenmascara la paternidad judeo-cristiana del liberalismo: el individuo es el valor supremo porque es portador de un alma inmortal creada a imagen de Dios. Sólo así se puede pasar del puro dato empírico de la individualidad, que los humanos compartimos con una piedra o un árbol o un insecto, al significado liberal del concepto «individuo». De manera que la verdadera comunidad no será la comunidad «carnal», material, finita, histórica —la nación—, sino la comunidad espiritual de los creyentes y, en definitiva, de los elegidos y salvados por Dios —el dios judío Yahvé— para la vida eterna.
El cristiano deviene así el primer traidor histórico, el meta-traidor originario por excelencia: se convierte de la razón a la fe, es decir, gratifica su propio «yo» supuestamente inmortal con la esperanza de disfrutar del paraíso —reino de Dios— en detrimento de la comunidad. Subordina, en definitiva, no sólo la verdad, sino su comunidad real, la nacional —su padre y su madre— a los efectos de entrar a formar parte de otra «comunidad», puramente espectral e imaginaria, privilegiada, llamada iglesia. Con semejante utopía-fraude judía, oriunda en Occidente de la religión católica y luego heredada por las sectas evangélicas reformadas, comienza el descalabro de las comunidades nacionales, cuya inminente destrucción hará posible la realización de la profecía nacionalista judía.
Pero toda esta parte del asunto ocúltala con malicia el comentarista y pseudo patriota sionista cristiano César Vidal, quien miente conscientemente allí donde nos había prometido la verdad.
Figueres, la Marca Hispànica, 27 de junio de 2020.
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