EL MISTERIO DEL FASCISMO, HOY
La clave para comprender el fascismo y, sobre todo, en primer lugar, a su antagonista (actualmente sólo percibimos el fascismo desde la lente deformante del antifascismo, de derechas o de izquierdas) es antropológica, cultural, no meramente política. Y remite al enorme problema de la relación entre el hombre y la verdad —más concretamente: la verdad de la muerte. Para aproximarse al lugar espiritual —aterrador— donde mana la esencia del fascismo hay que atravesar un espeluznante desierto judaico, poblado de grotescas figuras de odio, llamado antifascismo. No nos queda más remedio que hacerlo porque la society consumista ha construido una pantalla, a modo de muro intelectual que, como la caverna de Platón, nos impide ver lo que hay ahí «fuera», al aire libre.
La inversión de la imagen proyectada por la retina antifascista nos descubre empero algo nuevo: los opresores no son los que reconocen explícitamente y sin compasión la verdad de la existencia (Heidegger), la muerte, sino quienes nos prometen paraísos (reales o imaginarios, teológicos o políticos) para mantener a las masas encadenadas al infantilismo pre-ilustrado sólo porque sus víctimas necesitan unas muletas teológicas para aportar un valor añadido a la vida e incluso ya únicamente poder soportarla.
El sucedáneo secular de la muleta teológica es la sociedad de consumo. Y sus formas extremas de idiotización —buscada, querida— pertenecen al orden de la química. De ahí que estemos asistiendo a un gigantesco retroceso histórico que pretende reconstruir una sociedad cerrada teocrática, en este caso judía, siendo así que el consumo generalizado de estupefacientes parece resultar incompatible con la necesaria explotación y productividad de las ovejas.
El ser. La cuestión del ser. Hay un gimnasio material y un gimnasio espiritual. Ambos son complementarios, pero el segundo se acostumbra a ignorar. El gimnasio espiritual mide la cantidad de verdad que somos capaces de aguantar. Es muy duro: una doctrina selectiva que excluye a los indignos. El mojigato de extrema derecha «cristiana» necesita a un Jesusito que —literalmente— le ame —¡»Jesús te ama», tal cual!— y le asegure la vida eterna en el paraíso a cambio de su sumisión al dios judío, porque de lo contrario este supuesto «guerrero» disfrazado de cruzado que se mira al espejo con satisfacción automasturbatoria… entra en depresión.
Estamos ante arlequines ridículos que lucen con orgullo, en forma de cruz, al mesías rey de los judíos (INRI: Iesvs Nazarenvs Rex Ivdaeorvm), rabioso enemigo del imperio romano (cuna, junto con Grecia, del sistema de valores que inspiró al fascismo). Y tan cretinos son que alzan el brazo para saludar al modo romano, negación radical de ese mismo crucificado condenado por Roma bajo la acusación de sedición  (una sentencia justa que los fascistas deberíamos celebrar cada 7 de abril). Las supuestas violencias ultras, incluso cuando acaban mal, no son más que travesuras de niños sodomizados en el colegio de curas: la muerte no es real para ellos y, por tanto, el concepto de heroísmo queda fuera de su menguada capacidad de comprensión.
Hasta aquí dan pena. Pero estos canallas inspiran al verdadero fascista una repugnancia hostil cuando se les observa exigir la máxima dureza para los demás mientras resérvanse, para sí mismos, la más dulzarrona gloria celestial. Ahí se retratan. Ad nauseam. Todos sus bíceps de esteroides revélanse como el muñón relleno de la cobardía estructural que les define. El fascismo significa pues, además de la inversión del antifascismo de izquierdas, la negación del ultraderechismo. Ni @PODEMOS, ni @vox_es (antifascismo de derechas, pseudo fascismo) merecen más que nuestro arrogante desdén. El verdadero neofascismo todavía está por llegar. Que no te engañen.
Figueres, la Marca Hispànica, 6 de abril de 2025.
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