PALABRAS DEL PADRE DE LA SOCIOLOGÍA. Cuando leo los sesudos ensayos sobre la historia del antisemitismo, siempre encuentro a faltar una cosa: la refutación de las críticas que los más grandes espíritus de la humanidad han realizado al judaísmo. Éstas se despachan como «antisemitismo», con lo cual se pone el carro delante del caballo.

SIONISMO CRISTIANO: LA NUEVA HEREJÍA QUE DOMINA ESTADOS UNIDOS (Stephen Sizer)

FUNDAMENTO RACIONAL DE LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN. Si dichas críticas fueran ocasionales y aisladas, podrían explicarse en términos de una patología individual, pero no ocurre así. Se trata de críticas reiterativas, unánimes y coincidentes en el fondo. Además, en algunos casos se corresponden con aquello que, tan despectivamente como el antisemitismo, una enfermedad, un delito incluso, se desecha en términos de «teoría de la conspiración». Nadie puede pretender que el alemán Max Weber, padre de la sociología moderna y criticado en algunos casos por su «filosemitismo» (así lo tiene catalogado el «nazi» Heidegger), sea un antisemita encubierto. Pues bien, cuando Weber intenta resumir los rasgos fundamentales del judaísmo, aquéllo que lo define, aparece el núcleo racional esencial de la denominada «teoría de la conspiración». Veamos su escrito El problema sociológico de la historia de la religión judía:

La mejor forma de comprender el problema peculiar del judaísmo desde el punto de vista sociológico y de historia de las religiones es compararlo con el sistema de castas indio. Pues, desde el punto de vista sociológico, ¿qué eran los judíos? Un pueblo paria. (…) Las diferencias respecto a los pueblos paria indios radican en el caso del judaísmo en estas tres importantes circunstancias: 1/ El judaísmo era (o más bien llegó a ser) un pueblo paria en un entorno sin castas. 2/ Las promesas de salvación, en las que se anclaba la separación ritual del judaísmo, eran absolutamente diferentes que las de las castas indias. Para las castas indias… la recompensa de un comportamiento ritualmente correcto, es decir, conforme a la casta, era el ascenso en el curso de los renacimientos dentro del sistema de castas del mundo concebido como algo eterno e inalterable. (…) Para el judío la promesa era absolutamente opuesta: el orden social del mundo estaba transtornado, representaba lo contrario de lo prometido para el futuro y debía volver a verse transtornado, de manera tal que al judaísmo volviera a corresponderle su puesto de pueblo de señores. (…) Todo el comportamiento de los antiguos judíos estaba determinado por esa concepción de una futura revolución social y política conducida por dios.

Fuente: Ensayos de sociología de la religión III, Madrid, Taurus, 1988, pp. 19-20. Véase también: Sociología de la religión, Madrid, Istmo, 1997, pp. 441-442.
Estamos, claramente, ante una ideología judía de ultraderecha de carácter racista, supremacista y genocida. Pues debe quedar claro que esa «revolución» no trae la liberación de la humanidad, sino el dominio etnocéntrico de «los judíos». La llegada del mesías, esperado por los rabinos fundamentalistas, aparece en relación con la consumación de un proyecto de dominación de los restantes pueblos del mundo, el sentido de cuya existencia consiste supuestamente, como afirma el rabino-jefe sefardita de Israel Ovadia Yosef, en servir a los judíos en calidad de animales que trabajan para sus dueños.
A los gentiles que quieran salvarse sólo les queda la conversión al judaísmo, que es lo que están haciendo las élites burguesas de todo el mundo occidental, mientras «sacrifican» a sus respectivos pueblos. El acceso a la oligarquía está condicionado, sin embargo, como requisito excluyente, a la posesión de riqueza, signo de elección divina. De ahí el ansia insaciable de robar dinero que manifiestan los políticos oligárquicos: su «salvación» está en juego. Porque el judaísmo no es una raza, sino una ideología. Y ya expliqué en otro sitio que los judíos no eran ricos, sino que los ricos se convertían al judaísmo, siendo éste el misterio del capital que atesora la oligarquía. El judaísmo sería algo así como el «pueblo de los ricos» que sometería al resto para 1/ instaurar una sociedad de castas y 2/ detener la historia congelando en el tiempo dicha relación jerárquica.
El «progreso» consiste, pues, en avanzar hacia el «reino de Dios», gobernado por el mesías judío, es decir, la Gobernanza Mundial de la Alta Finanza (por cierto, exactamente aquéllo que Hitler pronosticó). De ahí la extraña —y angustiosa— combinación de desarrollo capitalista/tecnológico y paulatina depauperación de las condiciones democráticas, sociales y laborales, enderezada hacia la más descarada esclavización moral, mental y material de las masas. Fenómeno que observamos desde el fin de la modernidad (proyecto emancipatorio universal) y el auge del neoliberalismo en los años 80 del siglo pasado («posmodernidad»). El «progreso» redúcese así al hecho de que la oligarquía se hace cada vez más rica/poderosa y los trabajadores de «las Naciones» cada vez más pobres. Semejante saqueo/golpe de Estado mundial se nos presenta como cosa de teoría económica «moderna», aderezada de ecuaciones matemáticas, cuando no es más que mitología supremacista judaica.
LAS PROFECÍAS/PLANES DE LA ULTRADERECHA JUDÍA. Los pueblos del mundo tenemos por delante un horizonte muy sombrío si no empezamos a entender lo que está pasando realmente y abandonamos de forma inmediata el imaginario del antifascismo que ampara las fechorías de los oligarcas. Acusar a la oligarquía de «fascista», la principal tarea de una falsa izquierda que los ultras judíos tienen comprada, sólo refuerza y convalida ese imaginario.
Identificar todos los crímenes habidos y por haber con «el fascismo» refuerza la narrativa de «el Holocausto», principal arma de destrucción masiva del soft power oligárquico y legitimación/convalidación anticipada del cualquier crimen que el judaísmo pueda cometer (cuya crítica será inmediatamente tildada de «antisemitismo»). El sionismo no es fascista, sino judío. Los crímenes de Sión son crímenes del Estado de Israel y sus aliados sionistas cristianos, no precisamente de Adolf Hitler, principal adversario histórico del judaísmo. La identificación del genocidio del pueblo palestino con un supuesto agresor «sio-nazi» que sólo existe en la propaganda hasbara remacha el fundamento «narrativo» de la asombrosa impunidad con que se está perpetrando dicho delito de lesa humanidad.
La ultraderecha judía nos conduce hacia un exterminio, hacia un genocidio, pero cualquiera que lo denuncie será acusado, en efecto, de «nazi». Dicha etiqueta define el estigma contemporáneo por excelencia. Los nazis son, bajo el actual régimen oligárquico, los nuevos parias. Intocables. Sabemos que lo único que no puede ser criticado en nuestra «democracia» liberal-oligárquica, donde rige una presunta «libertad» absoluta de pensamiento y expresión, es curiosamente la «narración del Holocausto» y su ideología correspondiente (Norman G. Finkelstein). Y sabemos también que, en una sociedad secular, el mal absoluto se identifica con un verdadero «demonio», Adolf Hitler, porque, se nos dice, quiso exterminar a los judíos. (Si en lugar de «a los judíos», hubiera querido exterminar, por ejemplo, a los filipinos, debemos tener muy claro que no encarnaría «el mal absoluto».) Nada ha contribuido tanto, sin embargo, a la impunidad de la oligarquía, a su blindaje legal poco menos que absoluto, como la Shoah. Si no existiera Auschwitz, habría que inventarlo (algunos historiadores o críticos como Norman G. Finkelstein afirman que es una exageración en la que se minimizan otros genocidios, pero, claro, inmediatamente son silenciados, criminalizados e incluso encarcelados, cuando no agredidos). En todo caso, no existe libertad de investigación ilustrada y secular al respecto; y tal dogma constituye el único tema tabú —sagrado— en un sistema político individualista y relativista que pretende haberlos superado todos e incluso niega el concepto mismo de verdad (excepto, claro está, la verdad del Holocausto). Adivinen el motivo.
La crítica del judaísmo conlleva, pues, sanciones sociales, morales y hasta judiciales. Nazi será todo aquél que osa cuestionar el proyecto sionista de dominación mundial. El fundamento de esta criminalización es la narración oficial del Holocausto, cuyo cuestionamiento está prohibido por ley y establece que todo ataque al imaginario sagrado del poder oligárquico es nazismo y éste, a su vez, el «mal radical». Cuestionar semejante código simbólico constituye la tarea central de la resistencia anti-oligárquica.

HACIA EL APOCALIPSIS (EXTERMINIO DE LA HUMANIDAD SOBRANTE). En estos momentos nueve banqueros controlan flujos de capitales de 700 billones con b de dólares, diez veces el PIB mundial, mientras 19.000 niños perecen al día de hambre y miseria (y en total 13 millones de personas cada año por las mismas causas). Suman 1000 millones de personas exterminadas, puesto que sus muertes eran evitables, desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los banqueros en cuestión, empero, son casi todos clanes judíos sionistas y fundamentalistas judeo-evangélicos (sionistas cristianos). Se presentan como «víctimas del nazismo». Estas mismas «víctimas» nos hacen llegar el mensaje de que «no hay dinero», de que el único y peor crimen de la historia ha sido el exterminio de 6 millones de judíos a manos del “demonio-Hitler”. Pero todos sabemos que hay dinero y, por tanto, que quienes fallecen están siendo asesinados en masa. Mientras esto sucedió en el Tercer Mundo nadie, o casi nadie, movió un dedo, pero la máquina oligárquica de exterminar pueblos ha puesto ya sus manazas sobre Europa/Norteamérica. Y farfulla sin pudor que «los jubilados viven demasiado», que «sobra mano de obra», que «dejemos nuestras propiedades en herencia a los inmigrantes», etc. La oligarquía promueve todo tipo de conflictos en el seno de nuestra sociedad (hombres vs. mujeres, autóctonos vs. inmigrantes, cristianos vs. “moros”, independentistas vs. españolistas, etc.). La gente está en el paro o, si trabaja, ya no llega a final de mes. Reaparece el trabajo semi-esclavo (horas extras sin cobrar, pagar para poder trabajar) y la cosa avanza rápido en la dirección de la historia («progreso») que hemos explicado basándonos en Max Weber. El sistema de la seguridad social va a ser abolido, lo quieren abocar a la bancarrota introduciendo en Europa a millones de inmigrantes depauperados (que los propios oligarcas mantienen en la indigencia en el Tercer Mundo como ejército de reserva), pero siempre por motivos «humanitarios». Tiernas sensibilidades las suyas hacia quienes recogen basura en las calles para sobrevivir después de 40 años de trabajo.
Es necesario ser un absoluto cretino y un cobarde para negarse a ver lo que está sucediendo y cuál es el destino que nos espera a la mayoría de los pueblos si no reaccionamos proclamando la verdad o apoyando a quienes la proclaman en primera línea de combate. Pero la gente teme ser tildada de «nazi». Prefiere cerrar los ojos antes que gritar: ¡el rey está desnudo!
Aunque mejor sería afirmar: el rey-oligarca tiene el cuerpo entero cubierto de sangre sacrificial; y clama quejoso por el «genocidio de los judíos» mientras practica desvergonzadamente la esclavización y el exterminio de la humanidad.
Figueres, la Marca Hispànica, 17 de diciembre de 2019.
Versión definitiva publicada en Facebook el 4 de abril de 2018:

Fuente: https://nacional-revolucionario.blogspot.com/2019/10/max-weber-el-judaismo-y-la.html

Editado el 29 de mayo de 2024.

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