O DE CÓMO LA OLIGARQUÍA JUDEO-CRISTIANA PRODUJO UNA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN PARA ENCUBRIR SU PROPIA CONSPIRACIÓN. La masonería es habitualmente anticlerical y puede ser incluso anticatólica, pero sólo unas pocas logias irregulares aceptan ateos entre sus filas y nunca es anti-cristiana. En las Constituciones de Anderson (1723), que establecen el fundamento ideológico de la masonería moderna, asevérase lo siguiente: «(…) un masón está obligado, por su compromiso, a obedecer la Ley moral, y si él entiende correctamente el Arte [se refiere a la práctica o ‘arte’ masónico] no será nunca un ateo estúpido o un libertino irreligioso« (citado en Francisco Espinar Lafuente, Esquema filosófico de la Masonería, Itsmo, Madrid, 1981, p. 33). ¡Para el masón, un ateo es, por definición, estúpido! Poco debe extrañar, por tanto, que en la Enciclopedia Soviética se afirmara que la masonería es «una de las instituciones más reaccionarias del mundo capitalista» (op. cit., p. 12). La masonería fue consecuentemente prohibida en la URSS. Hemos verificado la cita y se encuentra en la Gran Enciclopedia Soviética, Moscú, Ed. Socialista de Estado, 1954, 2.ª ed.; 1954, vol. 26, p. 442. La frase completa es la siguiente: «Al proclamar la fraternidad universal en las condiciones de antagonismo de clases, [la francmasonería] contribuía a reforzar la explotación de los hombres, pues alejaba a las masas trabajadoras del combate revolucionario. La francmasonería hacía propaganda en pro de formas nuevas y más refinadas del ensueño religioso, suscitando la mística y propugnando el simbolismo y la magia… En la época actual la francmasonería es uno de los movimientos más reaccionarios de los países capitalistas, y el que tiene más difusión en los EE.UU., donde se encuentra su centro de organización».  Los comunistas son, o eran, formalmente ateos y, en consecuencia, si la masonería excluye a los ateos, no se podría ser masón y comunista, aunque haya quedado claro que los masones intentaron infiltrarse en el partido comunista. La prohibición de la masonería en las organizaciones comunistas se remonta a los tiempos de la Tercera Internacional (1922). Según Trotsky: «La Masonería representa un proceso de infiltración de la pequeña burguesía en todas las capas sociales opuesta a la dictadura del proletariado… La Masonería, por sus ritos, recuerda las costumbres religiosas y sabe que toda religión sojuzga al pueblo». Y añade Trotsky (nótese que hablamos de Trotsky, no del «antisemita» Stalin, quien endurece estas disposiciones), a efectos de justificar la solemne decisión adoptada: “Si el 2º Congreso de la Internacional Comunista no ha tratado en las condiciones de adhesión a la Internacional un punto especial sobre la incompatibilidad del comunismo y la Masonería, es porque este principio se hallaba en una resolución tomada por separado y votada por unanimidad por el Congreso. La Internacional considera como indispensable poner fin, de una vez por todas, a estas uniones comprometedoras y desmoralizadoras del Partido Comunista con las organizaciones políticas de la burguesía. El honor del proletariado de Francia exige que depure todas sus organizaciones de clase de los elementos que quieren pertenecer a la vez a los dos campos de lucha. El Congreso encarga al Comité dirigente del P.C. francés liquidar, antes del 1.º de marzo de 1923, todas las conexiones del Partido en las personas de algunos de sus miembros y de sus grupos con la Masonería. Aquel que, antes del 1.º de enero, no haya declarado abiertamente a su organización, y hecho público por intermedio de la prensa del Partido su ruptura total con la Masonería, será automáticamente excluido del P. C., sin derecho a una nueva incorporación en cualquier momento que sea. La ocultación, de quienquiera que sea, de pertenecer a la Masonería, será considerada como penetración en el Partido de un agente del enemigo, y deshonrará al individuo en cuestión con una mancha de ignominia ante todo el proletariado. Considerando que el solo hecho de pertenecer a la Masonería —se haya o no perseguido, al hacerlo, un fin material de oportunismo o cualquier otro fin denigrante— atestigua un desarrollo extremadamente insuficiente de la conciencia comunista y de la actividad de clases, el IV Congreso reconoce indispensable que los camaradas que hayan pertenecido hasta el presente a la Masonería, y que rompan ahora con ella, sean privados, durante dos años, del derecho de ocupar puestos importantes en el Partido. Sólo por medio de un trabajo intenso por la causa de la revolución, en calidad de simples militantes, estos camaradas podrán reconquistar la confianza absoluta y el derecho de ocupar en el Partido puestos de importancia” (Manifestes, thèses, résolutions des quatre premiers Congrès mondiaux de l’International Commnuniste, 1919-1923. Textes complèts, París, 1934, pp. 197-198). En cambio, no puede negarse la relación ideológica de la masonería con el judaísmo. En efecto, por las mismas razones que la masonería es religiosa, monoteísta y, en la mayor parte de los casos, judeo-cristiana, un judío puede ser masón tanto cuanto pueda serlo un católico. De hecho, la masonería se concibe a sí misma como Centro de Unión por excelencia de las tres sectas vinculadas orgánicamente con la alianza de Abraham, a saber, el judaísmo, el cristianismo y el islam, circunstancia que no obsta para que la corriente judeo-cristiana y cristiano-puritana resulte a la postre predominante entre sus miembros. En todo caso, a la pregunta de si existe una masonería atea, la respuesta es que el término «masonería» (¡ojo! no la organización), además de las tendencias hegemónicas, que son las aquí descritas, puede designar (desde 1877, si no antes) logias irregulares de cualquier ideología, incluida la ultraderecha. Tanto es así que el ideólogo fundacional de la extrema derecha moderna (no confundir con el fascismo), a saber, Joseph de Maistre, era masón. A partir de 1860 —mucho tiempo después de la Revolución Francesa—, en el interior del Gran Oriente de Francia se desarrolló por otra parte una tendencia «racionalista». En 1884, dicha masonería «racionalista» minoritaria reformó su ritual para que no fuera obligatoria —como lo es normalmente en las logias regulares— la ubicación simbólica de un ejemplar de la Biblia en cuanto elemento de presencia inexcusable en los rituales masónicos: «El Gran Oriente de Francia forma actualmente, con muy pocas Grandes Logias que se le han adherido, un grupo estrictamente racionalista, de Masonería irregular, que se funda en el principio de ‘libertad absoluta de conciencia’ dentro de la Masonería» (Esquema filosófico de la Masonería, op. cit., p. 32). Esta masonería no es atea pero acepta ateos. (El tema de los Illuminati, una secta masónica alemana que supuestamente pretendería dominar el mundo, será abordado en otro artículo). Ahora bien, el bulo de la masonería atea, comunista y satánica que habría provocado la Revolución Francesa es un invento de los sectores más reaccionarios de la Iglesia católica. Constituye la versión religiosa del mito político ultraderechista secular de las élites progres. Según dicho mito, completamente insostenible y fraudulento, ese 0,1% de la población que controla el 50% de la riqueza mundial y que nosotros denominamos la oligarquía financiera judeo-cristiana estaría integrado por personas ideológicamente de izquierdas. Así, peligrosos subversivos que poblarían agencias tan «rojas» como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Comisión Trilateral, la Reserva Federal de los EEUU…, etcétera, formarían el meollo humano de, verbi gratia, el atlantista Club Bildelberg. Un ejemplo de ese tipo de engendros infernales sería la revolucionaria feministaAna Botín. Los ultraderechistas suelen utilizar la figura del judío Georg Soros para ilustrar esta percepción alucinatoria o conscientemente fraudulenta de la realidad. Pero Soros no es ningún revolucionario rojo, en todo caso sería un revolucionario liberal. Ignoran u olvidan los ultras, cuando no prefieren encubrir deliberadamente los hechos, que la Revolución Francesa fue una revolución liberal, una revolución capitalista contra el régimen feudal tradicional, pero nunca una revolución socialista o comunista (a despecho de ciertas jugosas anticipaciones anti-liberales del jacobinismo). La amalgama delirante de uno y otro fenómeno (revolución liberal-capitalista y revolución social-comunista) en la mente transtornada o analfabeta del derechista de turno, ha producido espejismos políticos como el trumpismo estadounidense o, en España, el pseudo partido Vox de Santiago Abascal.

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EL ATEO NO PUEDE SER MASÓN REGULAR

Como hemos visto, las Constituciones de Anderson impiden que un ateo estúpido (sic) o un libertino irreligioso (sic) puedan convertirse en masones. La expresión «ateo estúpido», según el masón Espinar Lafuente, no debe empero interpretarse en el sentido de que la masonería regular aceptara quizás a «ateos inteligentes». Puntualiza el autor que no se consideran ateos los panteístas y los agnósticos positivos (aquéllos que afirman la incognoscibilidad de dios), sino sólo quienes niegan la existencia de dios o equiparan incognoscibildad e inexistencia (op. cit., pp. 34-35). Todos los ateos son, para la masonería regular, estúpidos. Como ya hemos apuntado, una masonería irregular minoritaria, calificada de racionalista y de procedencia francesa, acepta empero ateos en sus logias. Pero poco significa esto que sea dicha masonería sea atea, sino que sería, antes bien, una masonería consecuente que considera incompatible con el principio masónico de tolerancia la estigmatización, denigración e inadmisión de los ateos. Sin embargo, contra esta corriente minoritaria Espinar Lafuente es taxativo:

Pero aquí hay un error de planteamiento. Porque, aparte de que no debe haber libertades absolutas (todo dentro de la sociedad es relativo), lo cierto es que la libertad de conciencia es propia de ámbitos generales (frente al Estado o en la profesión de la Enseñanza, etc.), pero no puede alcanzar a los fines y principios de las Asociaciones, que son especiales y concretos (op. cit., p. 35).

La masonería es el Centro de Unión del judaísmo entendido en sentido amplio como articulación de las religiones abrahamánicas contra los ateos.

Sin embargo, aquéllo que cuestionan los «racionalistas» —con toda la razón— es que precisamente esos fines especiales y concretos de la masonería serían conculcados al imponerse la segregación infamante de los ateos. Espinar Lafuente no es capaz de refutar el argumento de estos masones minoritarios y se limita a sostener que la exclusión de los ateos forma parte de los fines «especiales y concretos» de la masonería. Lo que podría admitirse si, al mismo tiempo, la masonería mayoritaria no pretendiera que el principio de tolerancia guía todas sus actuaciones y creencias, como es el caso. Queda por tanto en evidencia que la tolerancia de la masonería mayoritaria se termina allí donde alguien cuestione el dogma abrahamánico, es decir, judío, del monoteísmo. Nada más lejos, en consecuencia, de la imagen que ofrecen los ultracatólicos en sus tópicos anti-masónicos, a saber: la de una masonería atea intolerante con los creyentes cristianos. Mentira podrida. Esta pretensión es radicalmente falsa y disimula los objetivos judaicos de esta secta, que comportan la plena complicidad ideológica entre cristianismo, judaísmo e islam. Tales objetivos resultan incompatibles con la actitud de veracidad radical adoptada por el ateo: 

En el caso, por ejemplo, de la Masonería, se trata de una institución que sirve para encauzar y depurar la intuición religiosa a un nivel racionalizable, reuniendo en sí, en un Centro de Unión, tanto a creyentes de confesiones positivas, como a quienes adoptan una forma personal de concebir el enigma del mundo (…). Es pues, perfectamente comprensible que los ateos (entendido este concepto en un sentido filosófico y no político) no tengan ninguna función que cumplir dentro de la Masonería, puesto que su actitud no les permitiría colaborar en un modo consciente en los fines propios de la Orden. Y, por ello, la negativa a su admisión no supone ninguna clase de atentado contra la libertad de conciencia (op. cit., p. 36).

Asombrosa sinvergonzonería integrista. ¡Y son los masones quienes, se pretende y pretenden ellos mismos, han pilotado el advenimiento de la modernidad! ¡Libertad, igualdad y fraternidad, pero sólo con quienes comparten los dogmas religiosos monótono-teístas (como bromeaba Nietzsche) de la secta judaica! ¿Habrá la modernidad fracasado precisamente por este motivo, a saber, por tratarse de una pseudo modernidad con plomo en las alas, hipotecada por la religión judeo-cristana? ¿Serán los masones, pese a las protestas de la iglesia y de la ultraderecha, los verdaderos garantes de la nefasta pervivencia del cristianismo en el seno de las instituciones modernas y, por ende, los causantes de su clamoroso y actualísimo colapso? ¿Practicará la masonería una demolición controlada de lo moderno, en tanto que pagano y ateo, desde el fin del Renacimiento? Hemos visto, en efecto, que las razones para inadmitir —y discriminar— a los ateos son filosóficas, no políticas:

Los dos grandes temas de la filosofía son los del «mundo» y el «hombre», y, como síntesis de ambos, más allá de ellos, el de Dios, o, como prefiere la Masonería, el del Gran Arquitecto del Universo. / Pero en este libro no se trata de la filosofía de los filósofos, sino de la filosofía del hombre corriente. Este hombre corriente tiene que elegir entre andar a ciegas por la vida o adoptar un modo típico de pensar y creer en los grandes temas de la existencia (op. cit., p. 23).

¿Por qué adoptar necesariamente un «modo típico» de pensar y creer? ¿Por qué no, típico o atípico, un «modo» verdadero —a secas— de pensar y creer? Pero entonces tendrá el hombre corriente que devenir filósofo. Así, después de afirmar que el objeto de la obra no es la filosofía de los filósofos, sino la «filosofía del hombre corriente» (¿cuál? ¡Como si los filósofos no tuvieran nada que decir al respecto!), el autor se pone a citar nombres de filósofos y de escuelas filosóficas. Más allá de su inconsecuencia, será empero interesante examinar qué filósofos y filosofías resultan a la postre excluidas por estos dudosos defensores de la tolerancia. ¡Esta exclusión será casi un criterio de autenticidad y verdad! Según el libro citado, las corrientes filosóficas «admitidas» (¿?) por la masonería serían en principio todas, pero hay significativas excepciones:

Los tres modos típicos de pensar y de creer en relación a esos grandes temas [el mundo, el hombre, dios], son los de: –el irracionalismo (el de la magia primitiva y el del fideísmo de las religiones tradicionales); -el del racionalismo estricto (del ateísmo y del agnosticismo); -y el intuicionismo, que puede tener una base racionalista. La Masonería no puede ser ni irracionalista ni racionalista estricta. Tiene, pues, que entrar en esta dirección del intuicionismo (op. cit., p. 24).

Masones: la organización de la meta-religión abrahamánica que excluye a ateos, paganos, comunistas y fascistas.

La masonería decide ya de antemano qué «tipo» de verdad puede o no aceptar al margen de cualquier argumento racional:

La Masonería tiene un pathos, una actitud vital, y posee también un ethos, una actitud ética. No es, sin embargo, una ciencia ni un sistema teológico o filosófico. Lo que ocurre es que las doctrinas filosóficas pueden estar más o menos próximas y ser más o menos congruentes con las ideas y con las actitudes propias de la Masonería (op. cit., p. 30).

Espinar Lafuente nos hurta, en efecto, por qué motivo la masonería tiene necesariamente que «entrar en esta dirección» denominada intuicionista. No justifica su elección pero, al mismo tiempo, pretende rechazar el fideísmo irracionalista, que parece ser su auténtica y vergonzante opción —y desde este momento queda toda la empresa masónica bajo dicha sospecha— . ¿Por qué no, a fin de cuentas, un racionalismo estricto, o sea, hasta sus últimas consecuencias? Habría que argumentarlo, es decir, aportar razones válidas en contra. Estrictas razones contra el racionalismo estricto (¿?). Que sólo puede, en efecto, ser lógicamente refutado —¡¡¡resbaladizo terreno de debate!!!— y entonces pondríase en evidencia, en el mejor de los casos, que el «racionalismo (presuntamente) estricto» no lo era tanto porque no había tenido en cuenta determiandos argumentos racionales; en definitiva, que era un racionalismo no «estricto», antes bien insuficientemente estricto. Porque, si uno argumenta, nunca puede rechazar acríticamente el «racionalismo estricto» sin romper por definición la cadena de justificaciones y caer de facto en el irracionalismo. Espinar Lafuente omite legitimar ante el tribunal de la razón su elección dogmático-teológica (el monoteísmo), luego, le guste o no, el masón es un irracionalista religioso.

El judío racista, supremacista e infanticida Abraham es el referente moral de la masonería.

¿Qué filósofos pondrá ahora el masón al servicio de esta decisión irracional? Todos los que pueda manipular —como filósofos de usar y tirar— para embellecer, maquillar y justificar unas «ideas y actitudes» adoptadas de antemano. Pero algunos filósofos, no. Imposible. Algunos, y para empezar los ateos, quedan a priori excluidos del reino de la tolerancia, siendo así que, estúpidos como son, niegan explíctamente aquéllo que al masón —un believer— le interesa preservar frente a la amenazadora racionalidad moderna, a saber, los dogmas premodernos tradicionales de la existencia de dios y la vida eterna del «yo». Sólo por este motivo, en la lista de filósofos admitidos por la masonería (véase op. cit., pp. 24-25) brillan por su ausencia los intuicionistas Nietzsche y Heidegger, cumbres del pensamiento contemporáneo. Pero «estúpidos». Y también queda excluido el marxismo estrictamente científico, que el masón identifica con Lenin y Stalin (¿estúpidos?), pero no con Marx:

El materialismo ciencista no sólo es propio de ciertos círculos de Occidente, sino que también Lenin, Stalin y muchos otros comunistas se han inclinado, conscientemente o no, hacia este tipo de concepciones. El materialismo ciencista es un ateísmo o un agnosticismo negativo. En cambio, el verdadero marxismo, o sea, el materialismo dialéctico, es compatible con el agnosticismo positivo (op. cit., p. 35).

Pero incluso ese supuesto «verdadero marxismo» (¿?) denominado materialismo dialéctico (agnóstico positivo), que el masón atribuye a Marx, es sólo un cuestionado y cuestionable invento de Engels que resulta incongruente con los dogmas teológicos de la existencia de Dios y la inmortalidad personal. El propio Marx nunca los defendió y encima hay constancia de que los negó de forma expresa. Limitémonos por el momento a las afirmaciones más conocidas de Marx. Para empezar, la celebérrima sentencia «la religión es el opio del pueblo» (1844):

La miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura atormentada, el alma de un mundo desalmado, y también es el espíritu de situaciones carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo. Renunciar a la religión en tanto dicha ilusoria del pueblo es exigir para este una dicha verdadera. Exigir la renuncia a las ilusiones correspondientes a su estado presente es exigir la renuncia a una situación que necesita de ilusiones. Por lo tanto, la crítica de la religión es, en germen, la crítica de este valle de lágrimas, rodeado de una aureola de religiosidad (Karl Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2005, p. 50).

Sobre mortalidad del individuo, véase sus famosos Manuscritos económico-filosóficos (1844):

(…) la muerte aparece como una dura victoria de la especie sobre el individuo determinado y esto parece contradecir su unidad; pero el individuo determinado no es más que un ser genérico determinado y, en cuanto tal, mortal (Manuscrits de 1844, Ed. Bottigelli, 1962, p. 90). 

Por lo que concierne a Dios, Marx deja muy claro su ateísmo en multitud de textos, pero quizá la más contundente al respecto es aquélla sentencia donde afirma que, para el hombre, el ser supremo es el propio hombre (1844):

(…) el hombre es el ser supremo para el hombre (Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosphie. Einleitung, Werke, t. I., p. 336).

El hombre mismo, no Dios. Luego Marx era un… estúpido. El ensayo de Marx Sobre el judaísmo, publicado en 1843, caracteriza al dios de los masones con pinceladas inolvidables:

El dinero es el celoso Dios de Israel, ante el que no puede legítimamente prevalecer ningún otro Dios. (…) Fijémonos en el judío real que anda por el mundo; no en el judío sabático, como hace Bauer, sino en el judío cotidiano. No busquemos el misterio del judío en su religión, sino busquemos el misterio de la religión en el judío real. ¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época.

Sobre el cristianismo en el mismo ensayo:

El cristianismo ha brotado del judaísmo. Y ha vuelto a disolverse en él. El cristiano fue desde el primer momento el judío teorizante; el judío es, por tanto, el cristiano práctico, y el cristiano práctico se ha vuelto de nuevo judío. El cristianismo sólo en apariencia había llegado a superar el judaísmo real. Era demasiado noble, demasiado espiritualista, para eliminar la rudeza de las necesidades prácticas más que elevándolas al reino de las nubes. El cristianismo es el pensamiento sublime del judaísmo, el judaísmo la aplicación práctica vulgar del cristianismo, pero esta aplicación sólo podía llegar a ser general una vez que el cristianismo, como la religión ya terminada, llevase a términos teóricamente la autoenajenación del hombre de sí mismo y de la naturaleza. Sólo entonces pudo el judaísmo imponer su imperio general y convertir al hombre enajenado y a la naturaleza enajenada en objetos vendibles, enajenables, sujetos a la servidumbre de la necesidad egoísta, al tráfico y la usura.

Pero la masonería no pretende, como Marx, emanciparnos de la religión judeo-cristiana, sino asegurar su futuro en medio de una «peligrosa» modernidad potencialmente atea. Nada de lo expuesto y la obra de Marx en su conjunto —que en su primera fase aborda todas las cuestiones de interés filosófico y religioso para la logia— es compatible con la masonería. No obstante lo cual, aquéllo que el masón cree ver y valorar en el «materialismo dialéctico» es una diferencia fundamental con respecto al materialismo ciencista, donde «el hombre no conserva ninguna esperanza» (sic). Luego en el materialismo dialéctico, según Espinar Lafuente, sí se conservaría (la esperanza), lo que es falso porque ni Marx ni Engels aceptaron jamás esas fábulas religiosas judías cuyo único fin es endulzar con engaños la situación de los explotados. Falso pero también un claro indicativo de aquéllo que puede interesarle del marxismo a la masonería, de aquéllo que explica así mismo sus intentos de infiltrarse en el comunismo, a saber, la esperanza utópico-escatológica. El elemento religioso que, a su pesar, Marx hereda del judeo-cristianismo y seculariza. Quiere el masón, en suma, disfrutar de un pseudo racionalismo cómodo que le permita argumentar y pretenderse racional introduciendo en el discurso —es lo que entiende, erróneamente, por intuicionista, a saber: un comodín lógico— todo aquéllo que le convenga en orden al comfort burgués personal. Por cuanto teme incurrir en el riesgo de una argumentación racional estricta que no sabe —¡o intuye e incluso «sabe» demasiado bien!— adónde podría honestamente conducirle. Desde el punto de vista lógico el masón es, pues, un sofista. Desde el punto de vista filosófico, un fideísta judeo-cristiano que usa —y abusa— de la razón para apuntalar sus creencias religiosas, es decir, aquella doctrina a medida que, según cree él, resulta «satisfactoria [sic] para el hombre» (p. 34). Queda cuestionado, por tanto, el relato conspiracionista de una masonería atea, comunista y satánica que pretendería demoler el cristianismo. Y con él su versión laica de unas élites progres que habrían establecido una —inexistente— tiranía social-comunista. El cabecilla de toda esta conspiración sería el judío húngaro Georg Soros.

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EL SATÁNICO, ATEO Y COMUNISTA GEORG SOROS

El caso de Georg Soros resulta precisamente, no obstante, harto ilustrativo para demostrar justo lo contrario de aquéllo que pretenden los ultraderechistas cristianos. El filósofo de referencia de Soros es el judío ultraliberal Karl Popper, autor de La sociedad abierta y sus enemigos (1945), un clásico del anti-marxismo cuyo segundo tomo descansa un momento de atacar a Marx sólo para atacar a Hitler (quien también es considerado un perverso socialista). Las Open Society Foundations se inspiran explícitamente en el título y la substancia de la obra de Popper.  Soros es, en efecto, un especulador de éxito que encarna el meollo financiero y parasitario del capitalismo. Fue opositor declarado del bloque soviético y financió nada menos que el sindicato católico Solidarnosc («Solidaridad»), la primera brecha que se abrió en ese bloque hasta su definitivo derrumbamiento. Promueve Soros, bien es verdad, la inmigración masiva, léase: la archilberal «libre circulación de mano de obra», pero porque abarata el precio del trabajo y hace así felices a los empresarios y demás capitalistas. Además, toda forma de individualismo que resquebraje por dentro las comunidades nacionales será incentivada por Soros, porque el proyecto neoliberal considera que los sentimientos patrióticos y los Estados son los peores obstáculos para la implantación del «mercado mundial», crisol multicultural y mestizo controlado por un gobierno planetario sin Estado (la famosa gobernanza). La agenda globalizadora es tan liberal como la masónica, ergo hipercapitalista y de derechas. Soros puede instigar incluso micro-nacionalismos que fracturen una nación siempre que ésta sea de tamaño y peso político-económico mayor que la promovida (por ejemplo España respecto de Euskadi), aunque por el momento no se ha probado que Soros respaldara el secesionismo catalán (las sospechas en la materia apuntarían más bien hacia Putin y… Trump). Soros puede apoyar, así mismo, identitarismos de todo tipo (sexuales, raciales, étnicos…), toda vez que con ello contribuya a la atomización de lo comunitario y a la división de los trabajadores. Por cuanto el multiculturalismo, los conflictos de género, familiares, generacionales, religiosos…, impiden una acción solidaria unificada de los trabajadores nacionales frente al gran capital, la «conspiración» de Soros es «de derechas». Mujeres contra hombres. Inmigrantes contra autóctonos. Moros contra cristianos. Vegetarianos contra carnívoros. Animalistas contra taurinos. Negros contra blancos. Jóvenes contra adultos. Hijos contra padres. O a la inversa. Y lo que te rondaré morena. La música es siempre la misma por más que varíe la letra de la canción y el escenario: fragmentar la comunidad nacional en sus pedacitos más pequeños, léase: «empoderar» a los individuos, convertirlos a todos en «emprendedores» que se identifiquen con el mercado mundial y se vean a sí mismos como seres autónomos irrepetibles, únicos en sus «valiosísimas diferencias»… Pero ante todo, todos iguales. Ante todo, yoes económicos que se autointerpretan en calidad de futuros triunfadores sistémicos dedicados de por vida y sólo a amasar dinero. De tal suerte que los trabajadores se ensañen en todo caso con el vecino (habitualmente otro trabajador), bien visible y próximo, pero no alcen nunca su mirada hacia arriba, es decir, hacia el oligarca que mueve los hilos de todos estos conflictos, verdadera causa de las miserias sociales de los afectados. Es más fácil golpear a un inmigrante indefenso que enfrentarse a los banqueros y especuladores que importan esclavos laborales para degradar las condiciones de trabajo de los autóctonos…

Si se alía con el gran capital ya no es izquierda, sino derecha disfrazada.

Ahora bien, ¿hay en todo lo descrito un mero ápice de izquierdismo? Ciertamente, las reivindicaciones feministas, inmigracionistas o de género LGTBI se disfrazan de izquierdismo y progresismo, pero trátase de simples etiquetas con que el liberalismo capitalista se ha apropiado, tras la batalla cultural que siguió a la caída del muro de Berlín, del espacio electoral izquierdista. Son, en defintiva, reivindicaciones moradas, no rojas. Se echa en falta una causa unitaria de los trabajadores nacionales frente a la oligarquía y sobran las micro-luchas de ONGs no-políticas de la llamada «sociedad civil» en el seno de un «mercado cosmopolita» poblado multitudes apátridas: causas hembristas, machistas, antiracistas, racistas, identitarias, minoritarias, sectoriales, micro-nacionalistas, anti-represivas, religiosas, anarquistas, libertarias y libertarianas anti-Estado (y anti-Partido), abolicionistas y demás. Ya no se trata de si tú y yo somos trabajadores de la nación, sino de que tú eres hombre y yo soy mujer, de que tú comes carne y yo soy vegetariano, de que tú eres homosexual y yo, heterosexual. Etcétera. Hete aquí Soros y no cabe duda de que estamos ante derecha anti-obrera pura y dura disfrazada de «progresismo». Mas en ese pseudo izquierdismo, falso hasta la raíz, reside precisamente la fuerza de la derecha. 

En el Syllabus, del papa Pío IX, se afirma que el Romano Pontífice no puede y no debe reconciliarse y ni transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización. Sus planteamientos reaccionarios remiten a los del abate Barruel y su teoría de la conspiración.

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DE LAS ÉLITES PROGRES A LA CONSPIRACIÓN SATÁNICA

Se empieza con las habladurías sobre dichas supuestas élites masónicas (¡¡¡social-comunistas!!!) aliadas a la China roja y se termina en presuntos aquelarres satánicos donde los oficiantes practican sacrificios de niños cristianos blancos que incluyen abusos sexuales y otros horrores. Corren por la red unas cuantas variantes de estas «teorías» (más bien fábulas judías), pero todas ellas tienen algo en común: los malvados conspiradores odian a Jesús de Nazaret, la santa Iglesia católica y el cristianismo. Por tanto, para luchar contra esa oligarquía y sus pérfidas élites diabólicas enemigas de Dios habría que persistir en la fe o convertirse a la religión judeo-cristiana, es decir, convalidar justamente la ideología de los oligarcas, desde cuyos preceptos no existe lucha coherente posible contra el imperio de la oligarquía judía.  

Conspiración anti-cristiana, reza el título del primer capítulo. En realidad, la masonería era anticlerical, liberal y protestante evangélica, pero judeo-cristiana

Una variante, quizá la más antigua o troncal y de la que parten todas las versiones posteriores del bulo masónico, es la del abate Augustin Barruel, clérigo antirrevolucionario francés. Su obra Mémoires pour servir à l’histoire du jacobinisme (1798-1799) fue parcialmente traducida al castellano bajo el título Memorias para servir a la historia del jacobinismo (1813). El título del primer capítulo reza así: conspiración anti-cristiana. En realidad, la masonería era una conspiración cristiana pero antipapista, anticlerical, judía, protestante, anglófila y liberal. O sea, para entendernos, la izquierda burguesa de una época cuando todavía no existía el proletariado y, por ende, tampoco el socialismo, el marxismo o el comunismo moderno. La obra de Barruel resume y sintetiza las alucinaciones reaccionarias de la fórmula papista ultramontana «el liberalismo es pecado» (Félix Sardá y Salvany) o las del Syllabus que asimilan y reducen todo aquéllo que cuestione la teocracia papal católica al «comunismo ateo». De ahí la famosa conspiración judeo-masónica y comunista, donde el delirante católico de extrema derecha practica una burda amalgama de sus enemigos —de hecho, la modernidad toda— y los fusiona en una figura imaginaria, la del judío masón comunista. Que no ha existido jamás porque judaísmo, masonería y comunismo son fenómenos harto distintos que, en algunos casos —masonería y comunismo, judaísmo y comunismo—, se excluyen entre sí. Para aprehender de un solo golpe el nivel intelectual general de la obra de Barruel y, con él, de la extrema derecha cristiana en su conjunto, nos bastará echar una ojeada a la primera página «Conspiración Anti-Cristiana. Principales autores de la conspiración» (transcribimos literalmente respetando la ortografía de la época y los groseros errores de puntuación del traductor castellano):

A mediados del siglo XVIII. se dieron á conocer tres personages poseidos por un odio el mas irreconciliable contra la Religion Cristiana. Fueron estos Voltaire, d’Alembert, y Federico II. Rey de Prusia. Voltaire aborrecia el cristianismo porque aborrecia á su autor y á los héroes, que son su gloria. D’Alembert lo aborrecia, porque su insensible corazon era incapaz de amar. Y Federico lo aborrecia, porque solo fué amigo y tuvo trato con sus enemigos. Á estos tres se agregó Diderot, que aborreció la Religion, porque era naturalmente loco, y porque entusiasmado con el caos de sus ideas, le era mas grato forjarse desatinos y chimeras, que someter su fé al Dios del Evangelio. Un gran número de iniciados entró en esta conspiracion; pero los mas solo en calidad de admiradores estúpidos, ó de agentes secundarios. Voltaire fué el patriarca, d’Alembert el agente mas astuto, Federico protector y á veces consejero, y Diderot el hijo perdido. 

Asombroso texto. Voltaire aborrecía el cristianismo porque aborrecía a su autor y a sus héroes. Pero, ¿por qué aborrecía a su autor y a sus héroes? ¿Les conoció personalmente acaso, fallecidos hacía siglos? Nada sabemos. En conclusión, Voltaire aborrecía el cristianismo porque lo aborrecía, es decir, porque sí. Explicitar los argumentos volterianos sería ya tal vez incurrir en pecado mortal. Este tipo de «argumentación» aseméjase mucho a la de los típicos denunciantes del antisemitismo: los antisemitas detestan a los judíos porque sienten odio hacia ellos y sienten odio hacia ellos porque los detestan. Nada hay en el angélico judaísmo que pueda explicar o ayudar a comprender, al menos en cierto grado, ese sentimiento hostil. Transcribir los argumentos del «antisemita» y demasiados filósofos lo han sido [con comillas], empezando por el propio Voltaire— resulta peligroso porque podrían convencer al lector:

Lo que distingue a los judíos de otros pueblos es que sus oráculos son los únicos verdaderos, de los que no nos es lícito dudar. (…) Deben creer, y lo creen efectivamente, que ha de llegar un día en que sus predicciones se realicen y en que posean el imperio del mundo. / (…) La religión cristiana y la musulmana reconocen por madre la judía; y por singular contradicción, sienten al mismo tiempo por su madre respeto y horror. / (…) Llegaron los judíos a un territorio arenisco, erizado de montañas, en el que encontraron algunas aldeas, cuyos pobladores se llamaban madianitas. Se apoderaron de seiscientos setenta y cinco mil corderos, de setenta y dos mil bueyes, de setenta y un mil asnos y de treinta y dos mil doncellas de los habitantes de esas aldeas. Asesinaron a todos los hombres, a las mujeres y a los niños; y las doncellas y el botín se lo repartieron el pueblo y los sacrificadores. / Casi en seguida y en el mismo territorio, se apoderaron de la ciudad de Jericó; pero como los habitantes de esa ciudad estaban anatemizados, los asesinaron a todos, sin perdonar a las doncellas; sólo se escapó de la matanza general una cortesana llamada Rahab, porque los había ayudado a sorprender a la ciudad. / Los sabios han cuestionado si los judíos sacrificaron hombres a la Divinidad como otras naciones; pero esto no es más que una cuestión de nombre; los que ese pueblo condenaba al anatema, no los degollaba en el altar con el acompañamiento de un rito religioso; pero los inmolaba, sin ser dueño de perdonar a uno solo. El Levítico prohíbe expresamente, en el versículo 27 del capítulo XXIX, rescatar a los que estén entregados al anatema, diciendo: es indispensable que mueran. (…) Pregúntase también qué derecho tenían unos extranjeros como los judíos al país de Canaán, y se contesta que tenían el derecho que Dios les había dado.

Y así sucesivamente. Voltaire sigue compendiando la historia de los judíos hasta la destrucción del Segundo Templo por Vespasiano y la derrota de postrera rebelión judía, dirigida por Simón Barcokebas (Bar Kochba), bajo el emperador Adriano. El filósofo caracteriza así a los judíos:

El espíritu sedicioso de este pueblo le indujo a cometer nuevos excesos; su carácter fue cruel en todas las épocas, y su destino fue ser siempre castigado. / (…) Resulta de esta compendiada historia, que los hebreos vagaron casi siempre errantes, que fueron o bandidos o esclavos, o sediciosos; y todavía viven vagabundos por la tierra, profesan horror a los hombres, y aseguran que éstos, el cielo y la tierra, fueron creados para ellos solos.

Fuente: François Marie Arouet Voltaire (1694-1778), Diccionario filosófico, Tomo II, Madrid, Temas de Hoy, pp. 278, 279, 283, 284). Puede consultarse con provecho el artículo de Voltaire sobre Abraham, que afecta de lleno al corazón del ideario masónico (op. cit., Tomo I, p. 13 y ss.). El editor español de la obra intenta «explicar» el «antisemitismo» de Voltaire como una consecuencia de «su desprecio por la Biblia» (vid. op. cit, p. 284, n. 1), pero no puede pretender que los hechos supuestamente históricos narrados irónicamente por Voltaire procedan de otras que las propias fuentes judías. Explicar lo mismo que los textos sagrados judíos explican pero sin su jactancia y el añadido de un cierto sentido del humor, ¿es antisemitismo? Parece evidente, en todo caso, que un discurso de este tenor, claramente despectivo con respecto a la religión-madre de las tres que conforman abrahamanismo, no resulta demasiado compatible con los fines de la masonería en tanto que Centro de Unión de judaísmo, cristianismo e islam.

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Más nutritiva sobre el nivel intelectual de los conspiracionistas ultras es la caracterización barruelística de D’Alembert: fue anticristiano «porque su insensible corazón era incapaz de amar». ¿Alguna prueba acreditativa de esta aseveración completamente gratuita? No es necesaria. Hete aquí el niveau. Y el remate de Barruel viene con Diderot, quien aborreció el cristianismo «porque era naturalmente loco» y estaba «entusiasmado con el caos de sus ideas». Poco se siente Barruel obligado a demostrar que las ideas de Diderot fueran un caos, bástale con afirmarlo y «fundamentar» esta pretensión en la imputación no acreditada de un transtorno mental. Pruebas, ninguna. La fe es la fe (pueblo escogido) y no debe nada a la razón (griega, pagana…). El fragmento de Barruel citado pone en evidencia, empero, sin quererlo, cuáles podrían ser las razones de Voltaire, D’Alembert y Diderot para detestar el «cristianismo». El catolicismo queda retratado aquí en toda su indigencia intelectual y moral. 

Si el liberalismo es pecado, imaginen el comunismo. El discurso ultra terminará confundiendo izquierda burguesa (liberal), socialismo, anarquismo y comunismo.

CONCLUSIONES PROVISIONALES SOBRE LA IDEOLOGÍA MASÓNICA

Hechas estas aclaraciones, nos encontramos en condiciones óptimas de preguntarnos si una confabulación judeo-masónica atea con Voltaire a la cabeza fue posible. Y también podemos preguntarnos por el sentido de una confabulación judeo-masónica comunista. Juzguen ustedes mismos. ¿Significa esto que la famosa confabulación judeo-masónica nunca existió? ¡¡¡No!!! Las pruebas de que esa confabulación es real resultan abrumadoras y los propios masones se jactan, en ocasiones, de su enorme influencia en el advenimiento del mundo moderno.  La cuestión planteada afecta a la ideología de esa conspiración y sus verdaderos fines. Para empezar, cabe negar con rotundidad que esa conspiración pueda haber sido anticristiana, atea y, mucho menos, comunista. Estamos, antes bien, ante una conspiración de ideología judeo-cristiana que inventó la fábula de la conspiración atea, satánica y comunista para mejor encubrir sus propios tejemanejes conspiratorios. En un artículo posterior acreditaremos los orígenes judeo-cristianos y británicos de la masonería regular. Y ponderaremos las responsabilidades en las que esta patética y ridícula modernidad masónica haya podido incurrir con respecto al fracaso del mundo moderno y, singularmente, a su aparente retroceso o involución actual hacia instituciones de tipo religioso.

Figueres, la Marca Hispànica, 13 de julio de 2021

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