LA PALABRA GRIEGA PUEDE TRADUCIRSE POR PODER POPULAR, PODER DEL PUEBLO O EL PUEBLO TIENE EL PODER. En griego antiguo δῆμος significa, en efecto, «pueblo» y κράτος, «poder». Son las dos raíces semánticas de δημοκρατία, origen remoto del vocablo moderno democracia, democracy en inglés. Se acusa a los falsos demócratas o anti-demócratas encubiertos de utilizar el vocablo democracia con adjetivos, por ejemplo, en los regímenes comunistas, democracia popular y, en los fascistas, democracia orgánica. Sin embargo, como acostumbra a suceder, quienes así hablan son los primeros en incurrir en la práctica que denuncian. Según estos presuntos verdaderos demócratas, democracia significa liberalismo y utilizan el término democracia liberal —con un adjetivo— para referirse a esa supuesta democracia sin adjetivos. Una de las más perversas falsificaciones de la historia. Ahora bien, en este sentido, el redundante término democracia popular y el peyorativo populismo estarían mucho más próximos al significado político originario, griego, de la palabra, que la presunta «auténtica» y «única» democracia válida, es decir, la democracia liberal. Y otro tanto cabría afirmar del asamblearismo, esa bestia negra del liberalismo. Con el presente artículo iniciamos una reflexión sobre la democracia que pretende poner en cuestión su fraudulenta asimilación al liberalismo. Nuestro hilo interpretativo será el siguiente: la genuina democracia no se caracteriza por la existencia de elecciones (supuestamente) libres, sino por el efectivo poder del pueblo, el poder popular y populista, con elecciones o sin ellas. Un gobernante electo y, por ende, «representativo», que empobrece y esclaviza a su pueblo carnal mientras enriquece a una minoría de extranjeros ricos, no sólo es un traidor a la nación sino, ante todo, un tirano que debe ser ajusticiado para ejemplo de todos los políticos

Los medios de comunicación, los periodistas, los políticos y los intelectuales al servicio de la oligarquía financiera, que son casi todos, nos lavan el cerebro diariamente con la idea de que la determinación política clave y fundamental es aquélla que opone la democracia a la dictadura. Además, que la democracia se caracteriza por las denominadas elecciones libres. La democracia por excelencia se correspondería así con el liberalismo o la también denominada democracia representativa. Sin embargo, aquéllo que los liberales denominan democracia liberal representativa significa en la actualidad una oligarquía financiera o —para que nos entendamos mejor— una dictadura de los bancos, las entidades de crédito y los señores inversores. La oligarquía, en efecto, no es sólo la propietaria material del gran capital, sino la dueña de los medios de comunicación que producen la denominada opinión pública. Dichos instrumentos de adoctrinamiento son empresas capitalistas y parece evidente que la información evacuada por las mismas no cuestionará nunca el sistema capitalista. La opinión pública que, en los procesos electorales, determina libremente la elección de los políticos, es decir, de los representantes del pueblo, constituye el resultado final de una generalizada manipulación ideológica al servicio de los propietarios del gran capital. Así que, cuando la ciudadanía acude a votar, puede elegir entre el partido A, el partido B y el partido C, pongamos por caso, pero todos esos partidos son siglas distintas de un único campo político, a saber, del «partido» oligárquico o, dicho sea con mayor corrección, de las agencias políticas del régimen oligárquico. De ahí la famosa frase del filósofo francés Jean-Paul Sartre: «Élections, piège à cons», elecciones, trampa para idiotas. Y añadió: «L’isoloir planté dans une salle d’école ou de mairie est le symbole de toutes les trahisons que l’individu peut commettre envers les groupes dont il fait partie.» (La cabina de votación plantada en una escuela o ayuntamiento es el símbolo de todas las traiciones que el individuo puede cometer hacia los grupos de los que es miembro). La verdadera y legítima elección no es la que se pueda dar entre partidos oligárquicos en los fraudulentos procesos electorales de las democracias liberales, sino entre la dictadura oligárquica del dinero y la democracia popular, que puede adoptar y adopta formas autoritarias para defenderse del inevitable contraataque de la oligarquía. Esta es la realidad de la política occidental —que puede gustarnos o no— y todo lo demás, cuentos de hadas de la hipnosis liberal.

CONTRA QUIENES LUCHAR

En su obra Contra quienes luchar (Barcelona, Península, 2013), el profesor de Ciencias Políticas Jorge Verstrynge cita (p. 13) unas palabras del ex presidente francés François Miterrand:

«El verdadero enemigo (…) es el que tiene las llaves, el que está asentado sobre el terreno, ese es al que hay que desalojar (…): todos los poderes del dinero que corrompe, del dinero que compra, el dinero que pudre hasta las conciencias de los hombres».

Sea cual fuere el juicio que nos merezca este político, lo cierto es que en 1981 Mitterrand golpeó con fuerza a la oligarquía nacionalizando el banco de los Rothschild en Francia:

En 1981, Banque Rothschild, la compañía fundada en 1812 con el nombre de De Rothschild Frères, fue nacionalizada por el Gobierno socialista de François Mitterrand.

Ésta es la parte de la historia que no nos cuenta Verstrynge, quien nunca hace mención alguna del carácter judeo-cristiano de la oligarquía, bien patente en el caso de los Rothschild. Una vez iniciado este camino, no debería extrañarnos por tanto toparnos con el siguiente hallazgo, a saber, que Mitterrand había colaborado con el gobierno pro-nazi de Vichy durante la ocupación alemana de Francia. Mitterrand no es así sólo un socialista, sino un nacionalista (un nacionalista y socialista) que, únicamente por este motivo, podrá plantearse la idea de nacionalizar la banca oligárquica por excelencia cuando el destino le permita acceder al poder:

A esto hay que añadir que Mitterrand no está descontento con su trayectoria: «Después de haberme buscado, como la mayoría de los franceses, me he encontrado, como unos pocos de ellos». Además, Mitterrand no tiene las mismas ideas que los demás sobre el periodo en que se buscó. Y de pronto las enarbola a través de Pierre Péan. No hay nada que Mitterrand aprecie tanto como su libertad. Curiosamente, es lo que Marguerite Duras escribió un día. Una libertad que rechaza todas las restricciones y todas las costumbres. Una libertad que a veces puede hacer daño cuando pretende justificar la fidelidad a los amigos más discutibles.

Discutibles para la oligarquía, siendo así que Hitler también despojó a los Rothschild de las riquezas robadas al pueblo alemán. Sin embargo, sólo si el compromiso colaboracionista de Mitterrand iba más allá de un compromiso personal con Pétain y era también, al menos hasta cierto punto, un compromiso socialista y nacional, puede explicarse la nacionalización de la banca Rothschild practicada en el año 1981.

https://intra-e.com/lamarca/index.php/2020/06/14/karl-marx-sobre-la-cuestion-judia/

¿UN PARTIDO ANTI-OLIGÁRQUICO?

La única justificación posible de la participación en esa trampa para tontos denominada democracia liberal representativa es el acceso al poder de un partido anti-oligárquico, es decir, de un partido enemigo de todos los demás partidos en tanto que apéndices de la oligarquía financiera. El objetivo de ese partido debería ser, empero, explícito y culminaría necesariamente no sólo por la liquidación política de la oligarquía en cuanto tal, sino por la abolición nacional-revolucionaria de la propia democracia liberal representativa y la implantación de una democracia nacional-popular. De ahí que convenga clarificar con cierto detalle en qué sentido sería democrático dicho partido nacional-popular y qué significa la democracia cuando hablamos de una plataforma democrática. Esta tarea nos obliga, empero, a remontarnos hasta los orígenes de la democracia, en Grecia, para analizar una democracia directa, sin elecciones ni representantes, donde los titulares de las instituciones democráticas eran designados por sorteo. Desde luego, no proponemos un calco mimético de la democracia ateniense clásica, sino la actualización de sus principios mediante técnicas de organización colectiva que hagan imposible la tiranía oligárquica, es decir, el fraude de unas elecciones donde los gobernantes no representan, a pesar de sus mendaces discursos, la voluntad popular fundamentada en la soberanía nacional, sino la voluntad de las élites económicas y financieras que define la denominada gobernanza mundial:

Así, el primer caso moderno de gobernanza como regresión democrática (…) reside en el parlamentarismo representativo, que es, en cuanto a la exclusión de la mayoría del pueblo, muy «representativo». Vayamos a las tesis defendidas por Bernard Manin en Principios del gobierno representativo (Madrid, 1998): dado que la democracia es el «poder del pueblo, para el pueblo, por el pueblo» (el destacado es nuestro), si exceptuamos la esclavitud y la extranjería, Atenas no tenía un sistema político representativo, sino directamente democrático: el pueblo gobernaba en asamblea y la inmensa mayoría de los cargos políticos se sorteaban entre los ciudadanos, aplicando los principios de rendición de cuentas al término del mandato y la rotación de cargos. Se trataba, en definitiva, de que, en la asamblea, por sorteo, todos los atenienses que lo desearan pudieran, algún día, pasar de gobernantes a gobernados, y viceversa (Verstrynge, J., op. cit., pp. 28-29).

Y añade:

Con la desaparición de Atenas, este sistema realmente democrático no volvió a surgir hasta la Florencia y la Venecia del Renacimiento… Y pronto fue sustituido por otros sistemas, destinados a que el pueblo nunca pudiera gobernar directamente: las monarquías absolutas sin duda, al igual que el despotismo ilustrado, las teocracias y el actual sistema parlamentario representativo abusivamente calificado de democracia, pues muchos estudiosos ya tenían claro que la base del mismo, la elección por sufragio de los cargos, carecía de base democrática. Ya en su día Aristóteles escribió en la Política (IV y VI) que «la elección (…) en sí misma constituye un procedimiento oligárquico, aristocrático, mientras que el sorteo es intrínsecamente democrático» (…) (op. cit., pp. 29-30).

No vivimos, consecuentemente, en la verdadera democracia, como nos quieren hacer creer, sino en la falsa democracia, un régimen oligárquico que se denomina a sí mismo liberal porque opone la libertad del individuo al poder del Estado, principio fundamental del liberalismo.  Y sólo este hecho explica que el pueblo elija de forma sistemática a políticos que no defienden los intereses de la gente, de los «gentiles», sino los intereses de la élite, de los «elegidos», quienes, además, forman una nación extraña, parasitaria y hostil en el interior mismo de la comunidad nacional.

Figueres, la Marca Hispànica, 11 de julio de 2020.

https://intra-e.com/lamarca/index.php/2020/06/16/elite-globalista-de-derechas-o-de-izquierdas/

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