UNA DERECHA RABIOSA Y DISPUESTA AL PUCHERAZO. Rabia es la palabra. La derecha cree firmemente en el tópico de que este país —España— es suyo y el resto de los partidos están ahí sólo para a dar una apariencia de democracia a su abyecta dictadura judía de los usureros. Parecen los derechistas incapaces de entender que el mejor activo de los mercados financieros en la política española es Pedro Sánchez, un falso izquierdista, un derechista disfrazado de progre a quien ahora, con la colaboración de Pablo Iglesias, le corresponde la tarea de engañar al pueblo trabajador español durante cuatro u ocho años más.

Los insultos de la derecha a Pedro Sánchez, a saber, mentiroso, fraude, estafador, tirano de cómic, actor profesional, etc., resultarían ser verdades como puños si caracterizaran a los políticos parlamentarios en general sin distinción de partidos o ideologías.  A todos o casi todos, además de los socialistas, sin que nos veamos capaces, en estos momentos, de señalar excepción alguna. Bien es cierto, empero, que el PSOE es el partido de izquierdas especialmente encargado de defraudar a las masas de trabajadores españoles y poner su voto al servicio de los amos oligárquicos. El papel de la derecha (y ya no digamos de la extrema derecha), en el escenario standard de las democracias liberales clásicas, fue subalterno mientras el obrero de fábrica, principal objeto electoral al que era menester manipular, representó la mayoría social.

Sólo la caída de la Unión Soviética, el descrédito del comunismo y el declive industrial permitió a esa «derecha de reposición» hablar más claro y aplicar de forma despiadada la agenda capitalista —llamada neoliberal para disimular el hedor— de tal suerte que los partidos socialdemócratas como el PSOE se quedaran sin trabajo. Ahora bien, dicho programa de la derecha a cara descubierta hacía tanto daño a la sociedad que la gente salió finalmente a la calle y hoy el término neoliberalismo también apesta, soplan aires de protesta y la oligarquía tiene que volver a jugar la carta de los falsos partidos de izquierda. A la derecha, si fuera razonable y no una rabiosa jauría de saqueadores, le tocaría esperar pacientemente su turno para robar en lugar de organizar espectáculos de patética impaciencia como el de la investidura.

COMPRAR UN VOTO

La derecha, en efecto, tiene prisa. La derecha no quiere esperar. Y, visto que los cantos de sirena del neoliberalismo ya no funcionan como antaño, teme que pueda pasar demasiado tiempo hasta que los economistas-sacerdotes del sanedrín inventen una nueva milonga ideológica capaz de rendir sufragios en las urnas y devolverle las riendas de un poder institucional que le pertenecería supuestamente por herencia. O incluso, y más probable todavía, hasta que los inevitables pufos de la falsa izquierda convenzan a algunos millones de votantes con altísimo nivel cultural de que deben recurrir al voto de castigo contra la derecha disfrazada apoyando a la derecha descarada —hogaño un tanto caduca— que PP, C’s y Vox encarnan sin sonrojo.

Hete aquí la derecha peligrosa y dispuesta a todo que hemos podido observar en el Congreso de los Diputados. Una derecha que no le haría ascos a comprar el voto de algún diputado «socialista de derechas» —que haberlos, haylos a docenas— para inclinar la balanza del voto, tan ajustada la vigilia de Reyes, en favor de los intereses del pueblo escogido, ese gobierno en la sombra al que la «derecha descarada» sirve con nauseabunda fruición ayuna de disimulos.

166 a 165. Ha sido la trepa Inés Arrimadas, de C’s, la que ha lanzado la idea al aire por si alguno de los escaños socialistas, sabedor de que será muy bien recompensado de por vida, la hace suya. No nos cabe la menor duda de que los teléfonos, a estas horas, arden con generosas ofertas de puertas giratorias u otras prebendas de ejecución poco menos que inmediata.

Semejante escándalo da asco pero tendría una ventaja: retratar a la derechona eterna. Esa derecha tan bien caricaturizada por Vox y vendida —literalmente— por definición; esta derecha detestable que sólo merece el paredón; esta derecha-albañal de la alta traición, aunque —y para mayor irrisión— perfumada siempre con los aromas de la patria, la unidad de España o la constitución.

Figueres, la Marca Hispànica, 5 de enero de 2020 a las 15:00 h.

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